Las costumbres son poderosas y, a fuerza de insistencia, recorrer el monte a diario se ha convertido en el centro de gravedad de su día a día. Pero hoy las condiciones climáticas confunden el camino con sus desvíos y los senderos conocidos se ofrecen como antesalas de una alucinación. Una gasa impalpable y glacial lo envuelve todo. ¿Qué importa? ¿Acaso la novedad, una novedad liviana como esta, no alienta los placeres de la rutina? Acorta las zancadas y titubea y sus ojos se endurecen para compensar su escasa eficacia; el paseo se convierte en un ejercicio arriesgado ¿y si se perdiese o cayera en este horizonte abismal?
Pese a todo, cada paso provoca una extraña sensación de descubrimiento: el mundo es revelado al ritmo de la marcha como si fuera creado por el mero hecho de recorrerse y disuelto cuando queda atrás. Camina en una burbuja de superficie confusa que otorga existencia solo a aquello que abarca. Él es su centro y no le está permitido tocarla. Un orbe para un solo habitante.
Al cabo de unos minutos se familiariza con las condiciones de esta nueva realidad y no echa de menos las cualidades de la antigua, con su vulgaridad categórica. Juzga aquella precisión petulante, hostil a las sugestiones que ahora estima. El desvanecimiento de los límites abre territorios nuevos, también desprovistos de demarcaciones y, tal vez, de ataduras. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/opinion/niebla_168278_102.html?fbclid=IwY2xjawHps_1leHRuA2FlbQIxMAABHRdmfMfw0kmPq-jyOjWeZsPZinbQ-p9Y9ppN7RR5-rDfak-_1ODp0LFzNg_aem_sT3fGz9StNM-_r3dlbNEhw
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 05/01/25)
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