domingo, 30 de agosto de 2015

Deconstrucción



 
Todo empezó a pifiarse cuando sustituimos construir por deconstruir. No donde el filósofo Derrida lo aplicaba, sino para todo. Para las croquetas o para el 4-4-2. Y claro, para la arquitectura, por su propia literalidad, fue desastroso. Si hay un quehacer que representa el fiasco de un ciclo es el arquitectónico. Porque la arquitectura suele encargarse de formalizar el espíritu de una época mediante el diseño de sus escenarios, revelando voluntades y, sobre todo, involuntarios y freudianos actos fallidos. Para bien y para mal, retrata un tiempo. Más en este caso, en que una de las calamidades fue, precisamente, la inmobiliaria, entendida como la grosera urbanización del vacío. Deconstrucción.
En España, los blufs históricos suelen cerrase de forma “emblemática”, con edificios “emblemáticos” (qué palabro este…), casi desde El Escorial. La pompa de los noventa estalló con las torres KIO, mamotretos a punto de desplomarse el uno sobre el otro, como los turbios negocios sobre los que se fundaron. Sólo tienen sentido como plató de El día de la bestia. Después, una la compró Caja Madrid-Bankia… Esta última crisis de la que salimos en un rato que ya va durando, fue profetizada por los cuatro rascacielos paletos que avasallan a los viajeros en Chamartín, cuatro monolitos sosos y sin concordancia que componen magro remedo de otros distritos europeos (Barbican, La Défense…). Por cierto, Bankia también se aloja en uno. Deconstrucción.
Y, claro, Calatrava. Ese símbolo que construía símbolos y ahora los apuntala. La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia perdurará como el paradigma de un comportamiento social y políticamente ridículo, ruinoso y hampón. Edificios inútiles, presos de su propia oquedad ornamental. Y llamados a desplomarse a cachitos, requiriendo gravosos dispendios. Como el donut de la justicia de Aguirre en Madrid o el despeñadero de la cultura en Compostela. Tantos… Aquí en León aplicamos el cuento. El de Perrault. Deconstrucción.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 29/8/2015)

domingo, 23 de agosto de 2015

Palmira



En 1791, Constantin-François Chasseboeuf de La Giraudais, conocido por su pseudónimo “Volney” (contracción de los nombres de Voltaire y la villa natal de éste, Ferney), publicó Las ruinas de Palmira o Meditación sobre las revoluciones de los imperios. Era un alegato en defensa del nuevo espíritu principiado por la toma de La Bastilla, proceso político en el que Volney fue activo participante ya desde el Jeu de Paume. En ese opúsculo filosófico defiende un ateísmo tolerante y la necesidad de que el pueblo tome el poder como resultado de una lógica histórica que se encamina hacia la superación de los despotismos y las supersticiones. Una visión optimista sobre el futuro de la humanidad, característica de los ilustrados revolucionarios, para la cual se requiere una perspectiva histórica que Volney acrisoló en sus viajes por Oriente próximo y que, simbólicamente, representó encaramándose a lo alto de los edificios abandonados de la antigua ciudad siria de Palmira en una arquetípica actitud que preludia la napoleónica en Egipto y el Romanticismo. Las ruinas de la ciudad romana que fuera estación principal de la ruta de las caravanas, capital de un fugaz imperio y, hoy día, monumental patrimonio mundial desde hace más de treinta años, se convertían así en símbolo de un giro histórico copernicano. Son las mismas ruinas por donde campean los bárbaros del Daesh desde hace meses.
Las mismas ruinas donde días atrás decapitaban a un arqueólogo octogenario que había dedicado más de medio siglo de su vida a indagar acerca del significado fidedigno de uno de los paisajes humanos más evocadores y hermosos del mundo. Las casualidades nunca existen: se trata de una salvajada más, pero también de un desafío más. El doctor Khalid al-Asaad fue asesinado brutalmente y exhibido su cadáver mutilado con la espantosa saña digna de un intento de revancha de magnitud histórica. Dos siglos después, Palmira no puede convertirse en el símbolo de un fracaso de tales proporciones.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 22/8/2015)

domingo, 16 de agosto de 2015

Estío



 
Leer la prensa en verano da gusto y pereza a partes iguales. Para empezar, uno no la lee, sino que la ojea con desgana mientras espera a alguien o saborea un café, una cervecita, morosamente, haciendo omiso caso de tanta negrita y tanta palabrería vana: es como el eco lejano de una verbena a la que no se acudirá. Y, además, porque a veces da la sensación de que la realidad fuera otra, más acogedora, menos tensa, más sonriente y hasta un punto friki; y uno se demora en los artículos que semanas atrás no hubieran tenido hueco libre que ocupar, reportajes como un documental de La Dos: interesantes… pero que no apremian. Y dan un poco de sueño. Que si los cuarenta chiringuitos playeros más cool de la costa cántabra, que si una nueva imagen de Plutón desde el espacio, que si un robot japonés que tira las faltas como Messi y uno fabricado en Jaén que entra al tobillo como Pepe… Aquí en León, como no queremos salir del pueblo, nos traen el Museo del Prado a casa, que de prados sabemos mucho. Y como ya va habiendo demasiados museos, en los sitios que antes se ponían, ahora se van a abrir gastrobares, que son como las tascas de antes, pero más caras y más pijas, y con cuadros en lugar de calendarios de talleres. Ahora todo es cultural y gastronómico a la vez, de ahí esas digestiones tan pesadas. Va a haber que declarar al bicarbonato bien de interés cultural, como a los toros. Eso sí, un día de estos ruedan Juego de Tronos en la terraza del Benito.
Por otro lado, los becarios y alumnos en prácticas de periodismo, que aún creen en eso de ir a buscar la noticia, lo hacen. Y se percatan de que no hay noticias. De la capacidad para crearlas de la nada dependerá su futuro como profesionales del gremio. Pero de momento se conforman con llamar a los museos y casas de cultura para ver si ha llegado ya el Prado o se le espera inminentemente. Y otra cosa buena del verano: los leo cumplen años. Y ahora tienen su fiestuqui: hoy, detrás de la catedral. Felicidades a todos.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 15/8/2015)

domingo, 9 de agosto de 2015

Civilización



 
Sucede en una ciudad lejana, pero eso importa poco. Desde una discreta distancia, la observo casi por azar, distraído al principio, más interesado a medida que transcurren los minutos. Se acerca caminando con cierto bamboleo fruto de la edad y de las bolsas que apenas es capaz de aferrar con seguridad. Rondará los setenta, pero viste desenfadadamente, unas deportivas, unos vaqueros desgastados y un suéter holgado, con aire de haber salido de casa con lo puesto, su mata de pelo gris algo alborotada, solamente para arrojar al reciclaje los cartones que asoman bajo sus brazos firmes. Hace calor. Al acercarse al contenedor sorteando bolsas de basura, se encuentra con que la ranura está obstruida por desperdicios que alguien ha arrojado precipitada y descuidadamente antes. Aún así, hay espacio para introducir lo que ella trae. Pero no lo hace. Y tampoco duda. Deposita con cuidado su carga en la acera y se dispone a desatascar la abertura del contenedor. Le lleva un rato, pues papeles y cartones atoran a presión la embocadura, por lo que debe sacar uno a uno hasta liberarla y, después, encajarlos de nuevo uno a uno; justo lo que no hizo quien los apretó antes de manera tan negligente. Pero de su boca no sale ni un solo improperio, ni una murmuración, ni un suspiro. Se diría que se trata de su trabajo, de algo que hace porque debe hacerlo. Y cuando termina, cuando al fin libera el paso y puede arrojar los cartones que ella ha traído, lo hace metódica, paulatinamente, para que no se reproduzca el problema que ella ha solucionado. Termina y, tras un recatado estiramiento que revela, de nuevo, su avanzada edad y el esfuerzo que ha realizado, se aleja con pasos algo más gráciles, quiero pensar que más satisfecha, sin mirar hacia donde yo la admiro, y la dedico ahora ya una contemplación llena de reconocimiento que ella nunca conocerá, ni tampoco necesita para esforzarse en hacer lo que debe hacerse. Sí, es civismo, pero, sobre todo, esto es civilización.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 8/8/2015)

lunes, 3 de agosto de 2015

Secesión



 
 Hubo un tiempo en que Cataluña, Barcelona en particular, significaba la modernidad, aquí y allá, entendida como una manera más libre, cosmopolita y vanguardista de hacer las cosas. El diseny y el seny aleteaban por encima de nuestros miramientos sin las anteojeras y miopías de tierras más interiores. Eran envidiables. Pero ahora resulta que no. De un tiempo a esta parte Cataluña suena rancio, y es una pena. A la famiglia del antaño molt honorable y demás palaus se ha unido irremisiblemente el aire viejuno que, para muchos, tiene el nacionalismo en cualquiera de sus versiones, pues todas abusan de quincallería como patria, identidad, fronteras y otras afecciones. Cosas decimonónicas que en lugar de arreglar problemas los barren bajo alfombras de pompa y circunstancia.
No me caben dudas de que Cataluña sea una nación. Lo he escrito y lo afirmo sin reservas. Ni dudo de que necesite un nuevo marco de relación con el resto del Estado, pues las autonomías no dan más de sí en el formato del café para todos. Tampoco dudo de la enorme torpeza de un gobierno que metió la pata cuando era oposición, impugnando el Estatut, después ha ignorado la existencia de tantísimos catalanes descontentos y ahora aplica eso de “la legislación vigente”, menospreciándolos. O pone un hooligan al frente de su campaña. Pero eso es política. Y si no se está de acuerdo con la política, lo que no te gusta es el partido que la lleva a cabo, no el país donde se hace. Creo que a la mayoría de los españoles no nos parece mal que Cataluña tenga un encaje especial en el tejido del Estado. Creo que a esa mayoría nos parece bien que Cataluña sea reconocida como una nación y tratada como tal en un país que se entienda como compuesto por sentires muy diferentes. Ejemplos hay. Creo en un país que sería mejor país si fuera capaz de explicarse mejor y dar cabida a la Cataluña que quieran la mayoría de los catalanes. Si no creyera esto, pensaría que los catalanes tienen serias razones para irse.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 1/8/2015)