El nacionalismo es la más exitosa novela del siglo XIX, su best seller, y, como muchas otras, la
seguimos leyendo. Con gusto estético o con disposición arqueológica, aunque
siempre hay quienes van más acá del artefacto creativo y se identifican con el
artificio. Quienes ven en trama, personajes o ambiente una forma de vida todavía
factible alcanzan, es bien sabido, la actitud del primer gran personaje de
novela de todos los tiempos, y empiezan a reconocer gigantes por doquier.
A sabiendas de la rápida obsolescencia de todo cuanto se
diga en estos días frenéticos, en lo de Cataluña falta sentido y sensibilidad (y
algo de seny). Cataluña fue nuestro
espejo moderno y europeo, por ello resulta más increíble el esperpento del Parlament y la peripatética preparación
de una consulta con el resultado ya decidido, como demuestran las leyes
aprobadas allí. ¿Qué sentido tiene este sinsentido? El derecho catalán a un
tratamiento singular de su encaje en el Estado mediante un reconocimiento
político y normativo de su carácter nacional parecía solventado para un tiempo
con el Estatut de 2006. Desde
entonces, medios de comunicación y sectores políticos y sociales han desplegado
una hosca insensibilidad, o mera hostilidad, hacia el que llaman “desafío
catalán” que ha convertido en disyuntiva lo que era opción, ha tensado a los
moderados, azuzado a los extremos y señalado a los escépticos. ¿Qué sensibilidades
se han pisoteado para que estemos peor que la peor de las veces que este tema
ha monopolizado el debate político?
Casi todos nos hemos querido ir de España alguna vez. Pese a
líricas y épicas, esta no es condición exclusiva de españolitos con el corazón
helado. No somos distintos ni especiales; todos los pueblos del mundo lo creen
y de ahí estos lodazales. Por otro lado, ningún catalán tiene problemas reales
de derechos o libertades y tampoco vale el argumento de que a este lado del
Ebro se vota a Rajoy, teniendo en cuenta las legislaturas que Pujol o
Convergencia llevan a cuestas. En ese plan nos iríamos de todas partes, hasta
de Corea del Norte.
Se desconoce si existe una mayoría significativa de
catalanes a favor de la independencia, pero hay una enorme mayoría a favor de
un referendo que saque del atolladero duelístico este asunto. El convocado no
servirá para esto. La sociedad catalana está empezando a fermentar y existe
riesgo real de intimidación y violencia. Después del sainete, puede llegar el
drama. El fracaso de la política exige dimisiones. Si solo es un preámbulo para
salvar compromisos electorales, ha sido un tour
de force excesivo. Si no, es aún peor. Muchos catalanes se sienten incomprendidos
y zaheridos, y se han empeñado en alejarse con las anteojeras del orgullo. Las
autoridades del Estado se amparan en prejuicios que impiden sopesar la realidad
y soluciones a largo plazo. Orgullo y
prejuicio. Vivimos una novela de Jane Austen, colmada de pasiones y testarudez.
Esperemos no acabe como las de las hermanas Brontë.
(Publicado el 23/9/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie
llamada "Las razones del polizón": https://www.lanuevacronica.com/jane-austen-y-cataluna)