Parece ser que
han retirado la ocurrencia, y que nuestro gobierno regional no se va a gastar
doscientos cincuenta mil euros (sic) en una campaña publicitaria para
“dignificar” a los empleados públicos. No leen mal. La cifra era esa y el
cometido, tal cual. No sé si cabe más comentario...
Y no colmaré estas
líneas argumentando cómo la imagen de los empleados públicos, pese a los
chascarrillos populares, sale fortalecida de esta crisis. Los ciudadanos sabemos
bien que se necesitan más funcionarios, que la cosa pública marcha gracias a
ellos y que cuando se necesita algo, son un seguro. Sabemos también que se les
paga mal y se les exige cada vez más, que cada día son menos y peor tratados.
Sabemos que la administración aún es el reducto de ese Estado de bienestar que algunos
quieren liquidar para hacer negocios, y que el último bastión de esa conquista
lo defienden ellos. Todo esto son evidencias. Lo eran antes, pero ahora casi
cansa repetirlo. Entonces... ¿por qué una campaña así?
Siendo un tanto
retorcidos (ay, qué mal acostumbrados nos tienen...), podría pensarse que con
esa campaña se pretendía precisamente el efecto contrario, a saber: girar el
foco hacia ellos. Si hay que dignificarles es que han sufrido un descrédito
que, tal vez, merecían habida cuenta de sus yerros. O sea, son culpables. Y su
responsabilidad en lo que ha sucedido es merecedora de atención, de una “campaña
publicitaria”. No se trata de devolverles salarios secuestrados o congelados,
derechos adquiridos con merecimiento o un respeto que a menudo los políticos
les escatiman (léase ébola, por ejemplo). Eso no. Se trata de señalarles con el
dedo. Y, de paso, encargar la campaña a una empresa de esas que suelen hacer el
mismo trabajo que los empleados públicos pero más caro y peor. Dignifíquense,
señores de la política, pero como lo hacen los empleados públicos: trabajando
por el común. Y si no, encarguen una campaña para que les valoren. Pero
páguenla con dinero de su bolsillo.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 18/10 /2014)