domingo, 19 de octubre de 2014

Dignificación



Parece ser que han retirado la ocurrencia, y que nuestro gobierno regional no se va a gastar doscientos cincuenta mil euros (sic) en una campaña publicitaria para “dignificar” a los empleados públicos. No leen mal. La cifra era esa y el cometido, tal cual. No sé si cabe más comentario...
Y no colmaré estas líneas argumentando cómo la imagen de los empleados públicos, pese a los chascarrillos populares, sale fortalecida de esta crisis. Los ciudadanos sabemos bien que se necesitan más funcionarios, que la cosa pública marcha gracias a ellos y que cuando se necesita algo, son un seguro. Sabemos también que se les paga mal y se les exige cada vez más, que cada día son menos y peor tratados. Sabemos que la administración aún es el reducto de ese Estado de bienestar que algunos quieren liquidar para hacer negocios, y que el último bastión de esa conquista lo defienden ellos. Todo esto son evidencias. Lo eran antes, pero ahora casi cansa repetirlo. Entonces... ¿por qué una campaña así?
Siendo un tanto retorcidos (ay, qué mal acostumbrados nos tienen...), podría pensarse que con esa campaña se pretendía precisamente el efecto contrario, a saber: girar el foco hacia ellos. Si hay que dignificarles es que han sufrido un descrédito que, tal vez, merecían habida cuenta de sus yerros. O sea, son culpables. Y su responsabilidad en lo que ha sucedido es merecedora de atención, de una “campaña publicitaria”. No se trata de devolverles salarios secuestrados o congelados, derechos adquiridos con merecimiento o un respeto que a menudo los políticos les escatiman (léase ébola, por ejemplo). Eso no. Se trata de señalarles con el dedo. Y, de paso, encargar la campaña a una empresa de esas que suelen hacer el mismo trabajo que los empleados públicos pero más caro y peor. Dignifíquense, señores de la política, pero como lo hacen los empleados públicos: trabajando por el común. Y si no, encarguen una campaña para que les valoren. Pero páguenla con dinero de su bolsillo.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 18/10 /2014)

lunes, 13 de octubre de 2014

Contraportada



 
Suelo comenzar la prensa del día por la parte de atrás, para no meterme de sopetón en lo peor o, tal vez, por aquello del suspense y el crescendo. A veces ni siquiera llego al final, o sea, al principio. En esta Nueva Crónica (como en la extinta), la retaguardia del periódico nunca defrauda: allí campan dos tipos que hacen de la profesión algo más que el mero relato de supuestas novedades, y algo muy distinto a la correa de transmisión que tanto chirría a veces. Son dos de esos nombres que distinguen a cualquier profesión, dos que son distinguidos, por más que esta categoría no resida en ninguna apariencia, indumentaria o pose (faltaría más), y no figure en esas superficialidades con que otros pretenden engañar y no engañan a nadie. Son profundos sin solemnidades, rigurosos sin tiesura. Son Fulgencio, Ful, y Mauricio, Mauri. Música y letra, imagen y palabras para esas pequeñas cosas que deberían ocupar portadas y construir el relato de la actualidad en una ciudad, en una tierra como esta, tan cargadita de ceremonias, protocolos y vacuidades, tan empalagada del ramplón discurso oficial y sus notas de prensa. Ellos van al meollo, a la trastienda de la realidad, al envés de las situaciones: allí donde se cuece una verdad menos reglamentaria. Su “contra” no es contra nadie, sino a favor de una sensatez que traspapelamos en cuanto alguien nos mira. Combinan imagen y palabras, pues ambas valen lo mismo si son diestras. Una fotografía que suele ser tajo chispeante y afilado como de sable láser, de Mauri, que tiene nombre de jedi curtido, taciturno y sabio. Y unas líneas buscavidas y guasonas de Ful, que se apoda como crupier del Misisipí, de esos barcos con palas y señoritas que fuman. Dos maestros.
Ahora Mauri ha presentado una exposición en Botines y este periódico edita un libro compendio de su trabajo en las últimas tres décadas, acompañado de órdagos de Ful. Todos lo esperábamos. No se lo pierdan. En la foto salen ustedes, salimos todos. Seguro.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 11/10/2014)

lunes, 6 de octubre de 2014

Teléfono



 
Cuando Graham Bell se aprovechó de una forma de comunicación a distancia que había inventado el italiano Meucci, seguro que no imaginaba hasta qué punto se convertiría en acicate de la mala educación y el aislamiento del individuo moderno. ¿Qué otra excusa hay para interrumpir abruptamente una conversación ajena? Aguarda uno pacientemente en la cola de una ventanilla (junto a otras desiertas, pues el personal “sobra”...) y cuando van a atendernos, alguien llama. Y le atienden; al que ha llamado. Que ni ha esperado turno, ni se ha movido de su lugar para esa gestión que, seguro, apenas puede resolver por teléfono. Se reúne uno con varias personas empeñadas en sacar adelante alguna cuestión pese a lo cargantes que son las reuniones y, sin embargo, en medio de la exposición de alguien, o cuando se analiza un tema, siempre hay alguno, a veces varios, pendientes de la pantallita de su móvil, tecleando con disimulo, a veces con descaro, haciendo omiso caso al resto de los presentes. Están ausentes, aunque “asistan” a la reunión.
Y, como los teléfonos son pequeños ordenadores provistos de ese cordón umbilical que une a los nativos tecnológicos con el mundo (sin wifi se sienten peor que Robinsón sin Viernes), se multiplican entretenimientos y regocijos que, cuando se realizan en según qué lugares o circunstancias, se convierten en ridículas faltas de educación. Y otras veces, revelan una espantosa incomunicación. Los selfies, por ejemplo (eso que la RAE llama “autofotos”). El selfie es el paradigma de la biografía virtual: un retrato que uno se hace a sí mismo para difundirlo. O sea, algo artificioso y exhibicionista. Y mucha gente procura parecer feliz, atractivo, entretenido y cool en las redes, allí donde tiende sus trapitos personales al sol. Pero, ¿qué quieren que les diga? cada vez que veo un selfie, el rostro de alguien que mira hacia y desde una pantalla, me invade un latigazo de la insufrible soledad del mundo. De todos y cada uno de los mundos.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 4/10/2014)