¿Cómo no idolatrar a la reina Isabel, soberana del Reino
Unido y otros catorce estados, cabeza de una mancomunidad de medio centenar?
¿Cómo no acabar rendido a una abuelita legendaria, de estatura tan contrapuesta
a su alteza y autoridad e indumentaria basada en el pantone de la muñeca
Barbie? ¿Cómo no creer de ella lo mejor si apenas hablaba salvo cuando leía
unas cuartillas redactadas por otros? ¿Cómo no admirar –se ha dicho ya tanto-
la pompa y el boato, el soberbio despliegue ceremonial de los monarcas más mediáticos
y globales? Ellos son únicos en esto. Y su imagen, tan vendida en imanes para
frigoríficos, se ha convertido en uno de los negocios más prósperos del Reino
Unido. Cómo no comparar con este nuestro feudo de reyes menesterosos que optan
por la campechanía o la austeridad. Mala elección: la majestad ha de ser
suntuosa y distante.
Y cómo no ver en este culebrón-funeral la apoteósica
conclusión de temporada de un serial de plataforma televisiva acicalado con
todo el esplendor y péplum de que es capaz la monarquía cuando se arremanga.
Cómo no saborear ya los capítulos de la próxima entrega con un nuevo
protagonista, el añoso y cascarrabias exesposo de aquella, la única que osó eclipsar
el fulgor de la Casa. ¿La única? El papel cuché lo aguanta todo (hasta las
salas de espera), pero si uno usa el de periódico la historia no es tan fastuosa,
por supuesto, aunque no sea este lugar y momento para aguafiestas. Ávidos de
símbolos y enraizamientos, sean de cartón piedra o cubiertos con la Union Jack, ciudadanos de todo el orbe
despiden estos días a lo que califican como un icono. Pero los iconos no se sepultan,
se ajan. Y este es el momento del barniz y los marcos dorados. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/mascara-mortuoria
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 18/09/2022)