domingo, 20 de diciembre de 2015

Brindis




Cada año comienza antes. Y tal vez sea por ese motivo que, en cuanto percibimos su falsa pero apremiante inminencia, nos acomete una traicionera punzada de desazón y frenesí que no sabemos a qué atribuir. Arranca entonces un tiempo pautado y mecánico de acontecimientos irritantes y a menudo trabajosos que en nada ayudan a la supuesta serenidad y bonhomía que se le atribuye de manera gratuita, algo paradójica. Se suceden las zozobras y los desengaños, con propios, con extraños, con cosas y con sensaciones. Se acumulan los desencuentros y el desasosiego cuando debieran (tal como se afirma proverbialmente) sucederse las citas pospuestas y añoradas, los afanes cumplidos, las satisfacciones. Ansiamos productos que se ofrecen copiosamente a nuestra vista, en torno a los que nos amontonamos ávidos de una ilusión interpuesta, pues entregamos a su adquisición una buena parte de nuestra reciprocidad y alegrías que, además, gestionamos algo más sórdidamente de lo habitual, algo más hipocondríacamente.
En medio de las luces estridentes y los soniquetes simplones, los saludos y abrazos de cortesía, nos sentimos un poco más solos, más ajenos a cuanto se desborda alrededor entre buenas palabras que se desvanecen como el humo y saben, también, algo acres. Brindamos con un júbilo forzado por el calendario y nos atiborramos juntos para llenar la boca de lo que no sean reproches y evocaciones de días iguales a estos que no recordamos iguales a estos, momentos intercambiables y, a veces, hasta crueles.
Los niños chillan mucho cuando les hacemos caso y los mayores miran con tristeza hacia ninguna parte cuando nadie les ve. Suenan voces en las cocinas y se escucha el silencio en los salones, aunque en todas partes haya ruido. Se nos ocurre que en algún lugar alguien lo celebra como debe ser, porque sabe hacerlo. Es una idea bonita, y sonreímos al menos fugazmente, al imaginarlo. En ese instante, alzando la mirada, brindamos sin saber con qué. Pásenlo lo mejor que puedan.
(Publicado en La Nueva Crónica de León,  el 19/12/2015)

domingo, 13 de diciembre de 2015

Dislocación



 
Tiene razón el gobierno, pero no les entendemos. Lo que sucede es que creemos que tienen razón de forma instantánea, al tiempo que hablan. Pero no. Ellos van más allá, auguran y sentencian en otra dimensión. Y es que no tienen razón dónde y cuándo ellos dicen lo que dicen, sino precisamente en ámbitos de la realidad distintos y, a veces, distantes. Es un problema de dislocación espacio-temporal. Pasa mucho en los partidos políticos, especialmente si están gobernando. Por ejemplo, tenía razón María (y) Dolores de Cospedal: estamos dando el finiquito en diferido mediante simulaciones. Pero aquí lo que no advertimos era el tema. No hablaba de Bárcenas, sino del planeta (véase la cumbre de París sobre el clima), de los derechos sociales (“reformados” dicen), de los refugiados de oriente… de cualquier otra cosa que se les ocurra. Estamos dando finiquitos en diferido a cada minuto.
A veces lo que no cuadra es el lugar. Tiene razón Rafael Hernando, el portavoz del PP, solo que la tiene en la barra de un bar, mientras pisotea cáscaras de mejillones y se saca el palillo de los dientes para escupir. No allí, en el estrado del Congreso. Quizás en los bares se comporte como un gentleman. Quién sabe. El maestro de tales quiebros es el presidente, por algo es el presidente. Cuando tiene que estar debatiendo, juega al dominó, cuando se sube a un banco a dar un mitin debería estar con el logopeda, y cuando tendría que estar echando un futbolín con Bertín, está, en efecto, allí, que es otra manera de estar fuera de lugar. Por ese mismo motivo, se encuentra ahora, de nuevo, en campaña contra Zapatero. Aunque ahora se llame Pedro Sánchez. Ha cogido su DeLorean y se ha proyectado cuatro años atrás. De hecho, si dejamos aparte unos cuantos (millones) de personas que están mucho peor, las cifras del país se parecen bastante. Pelillos a la mar. Maldito ZP. Así que este lunes no voy a ver el debate, sino que repasaré el de Rajoy con Rubalcaba, a ver si me pongo al día. 
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/12/2015)

domingo, 6 de diciembre de 2015

Antagonía

La CUP es una formación de izquierdas, pero es una formación nacionalista: primera contradicción. La CUP es un partido anticapitalista que ha alcanzado poder gracias a un sistema capitalista: segunda contradicción. La CUP es un partido revolucionario que tiene la llave del gobierno aunque no la capacidad de gobernar: tercera contradicción. Si la CUP no vota a Mas, una de sus mayores aspiraciones se aplaza o, tal vez, se esfuma; si lo vota, se traiciona a sí misma: estoy perdiendo la cuenta…
Convergencia (o como se llame ahora) y Artur Mas no habitan ese universo de contradicciones; lo suyo son las paradojas. Paradojas como la de Pinocho: ¿le crecerá la nariz si dice que le va a crecer la nariz? o sea ¿la independencia merece aventurar su propia independencia? Seguro. Ofrecerán lo que haga falta a la CUP pues para ellos no hay principios a conservar, sólo poder. Ser o no ser. Su universo se nutre de singularidades, de espacios donde no impera la conciencia, sino la ganancia: si para mandar es preciso cuestionar o encubrir aquello que fueron durante décadas, simular incluso que nunca gobernaron, y ni siquiera apoyaron gobiernos en Madrid, se hace. Faltaría más. Al fin y al cabo se trata de una mera paradoja, de la parábola de un superviviente. Y todo lo justifica este cometido mesiánico que abriga un perverso pragmatismo: el fin y los medios al servicio de lo nuestro. De los nuestros.

Convergencia, Mas y compañía pueden convivir tranquilamente con esas esquizofrenias, con esas bipolaridades, codearse con bifidismos políticos y mentales. Ellos no se alimentan de ideología ni de principios, sino de dinero. Si hay que hacer algo, se saca la calculadora y se comprueba su rentabilidad. Todo vale si las cuentas cuadran. La cuestión es ¿puede la CUP hacer lo mismo? Lo dijo Chesterton: “Una vez conocí a dos hombres que estaban tan completamente de acuerdo que, lógicamente, uno mató al otro". Estos, que no pueden ser más diferentes, ¿acabaran por entenderse?
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 5/12/2015)

domingo, 29 de noviembre de 2015

Omisiones



 
Los olvidos dicen más de nosotros que aquello que nos empeñamos en recordar, voluntariamente o no. Un inventario de rememoraciones y menosprecios perfila nuestros propósitos fielmente.
Este año dicen celebrarse quinientos de uno de los edificios notorios de nuestra ciudad, el tercero en visitas: San Marcos. Conmemoración algo artificiosa, pues data el inicio de la construcción del actual inmueble, tardogótico y renacentista en gran medida, sorteando que su época mayor se remonta a la Edad Media, de la que nada queda, pues las obras de rediseño de la gran plaza peatonal que lo adorna no consideraron oportuno exhumar los previsibles restos de aquel admirado hospital de peregrinos.
Sea bien hallada la fecha si sirve para promocionarlo, dirán. Sin embargo, en los panegíricos se desdeñan hechos imprescindibles de su trayectoria. Se incide en los consabidos “hitos” históricos, unos populares (la prisión de Quevedo), otros curiosos, como sus chocantes inquilinos, de los caballos militares a los enfermos, los escolares o los presos del franquismo, que se citan de soslayo o Crémer mediante, no vaya a ser. Pero se ignora al más antiguo y permanente de todos, cuya suerte estuvo unida a la de San Marcos desde su fundación: el Museo provincial de León. Desde que Fraga lo convirtió en macro-parador mediante una remodelación que -tampoco se recuerda- alteró o enmascaró gran parte de sus estructuras originales, un museo al que muchos leoneses dieron por caso perdido pasó a ser ocupa casi clandestino en un edificio que se quiso su sede cuando fuera desamortizado. Una desamortización de la que tampoco se recuerda qué arreglos se muñieron para resolver la reclamación de la iglesia que pesaba sobre él. Pero, aparte su moderna sede central de Pallarés, un trocito del Museo permanece allí. El único espacio gratuito destinado a entender un San Marcos que nos pertenece a todos desde hace más de un siglo y medio de esos quinientos años. Justo los que el museo lleva allí.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 28/11/2015)

domingo, 22 de noviembre de 2015

Niebla



 
Hace setenta años, los occidentales repartieron las tierras del cercano Oriente en una mesa de dibujo descuartizando con un tiralíneas desiertos, valles y montañas sin consultar a nadie que viviera allí. Descolonización, lo llamaron. En los ochenta los Estados Unidos combatieron a la Unión Soviética entrenando y armando a los talibanes de Afganistán (y a un tal Bin Laden). Eran aliados. Al retirarse los soviéticos, esa “victoria” trasladó nuestra atención a otras partes. Mientras, los talibanes seguían allí, armados hasta los dientes. Después del pasmo global desencadenado por el 11-S, oímos discursos sobre la necesidad de ayudar a los países saqueados y sus gentes, combatir la pobreza y, con ello, el extremismo y el recurso a la violencia. Poco después, se invadió Irak a sangre y fuego. Cuando el problema iraquí se hizo demasiado intratable, demasiado mortífero, se “ganó” la guerra, se abandonó el país y se dejó que todo se derrumbara como si nadie “de los nuestros” hubiera estado nunca allí. Los tipos que decidieron y secundaron aquello aún pontifican. El tiránico califato islamista es uno de los mayores productores de petróleo del mundo; y lo vende a mitad de precio, de tapadillo. Últimamente el crudo está anormalmente barato y las finanzas de Occidente lo notan. Durante un tiempo nos referimos a El-Asad como el “dictador” sirio, pero ha vuelto a ser el “presidente” sirio. En muchos países, casi todas las semanas hay atentados brutales y masivos que aniquilan inocentes y provocan un pánico por el que millones de personas huyen a la seguridad europea. La semana pasada sucedió en París, como antes en Madrid, Londres o Nueva York. El gobierno socialista de la republicana Francia ha respondido con un recorte legal de libertades ciudadanas e intensificando los bombardeos sobre aquel territorio donde imponen el terror los unos y los otros. Otros líderes occidentales y orientales proponen cosas que prefiero no comentar. Estoy harto de esta maldita niebla.
(Publicado en La Nueva Crónica de León el 21/11/2015) 

domingo, 15 de noviembre de 2015

Campaña



 
Queremos muchas cosas, pero necesitamos muy pocas. Nuestro mundo funciona a base de crear necesidades ilusorias, agotarlas pronto y concebir velozmente otras nuevas para sucederlas: la rueda de la fortuna. Los esfuerzos de la mercadotecnia actual se destinan a henchirnos de deseos ficticios, a sugestionarnos con novedades que al punto nos parecen imprescindibles, como si vivir sin ellas hubiera sido una tortura. La promoción precede al producto; más aún: su anuncio es el verdadero producto. Nos pasamos la vida metidos en campañas publicitarias, sujetos pasivos convocados únicamente a pasar por caja.
Y lo mismo sucede con la política, convertida en sucedáneo -¿subterfugio?- de la práctica empresarial. Perpetuamente estamos “en campaña”, pues poco cabe juzgar de la actitud de los políticos ante cuestiones acuciantes si no se tiene en cuenta a los rivales en el voto. Pero cuando, además, entramos en campaña (y en precampaña), los asuntos se tratan en “clave electoral”, es decir, sin ánimo de arreglarlos, sino de que sirvan de arma arrojadiza sobre el otro, de infantil debate sobre quién lo hizo o hará peor. ¿De qué sirve este período pueril e idiotizante en que los partidos nos toman por lerdos y desmemoriados? Alguien dichosamente ingenuo respondería que para conocer propuestas y decidir, pero desde hace tiempo –y más aún desde que el partido gobernante se dedicó a hacer lo contrario de lo que solo había prometido para desbancar al anterior- eso suena a chiste malo. Muy malo. Es un paripé que dilapida crédito de los candidatos y entereza de los votantes. Supriman, por favor, este suplicio. Ahorraremos dinero, sí, pero sobre todo paciencia, enfado, simpleza, desencanto. Métanlo en su programa electoral: la campaña entera destinada a jornadas de reflexión: sobre quién hizo qué y cómo lo hizo, sobre en quién confiar y por qué, tras cuatro años. Lo dicho: nos pasamos la vida metidos en campañas, sujetos pasivos convocados únicamente a pasar por las urnas.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 14/11/2015)

domingo, 8 de noviembre de 2015

Centena



 
Andaba discurriendo sobre qué escribir esta semana, con qué llenar este espacio breve pero intenso que me conceden. Algo que fuera de interés para mí, y, por ese mismo motivo, para alguno de ustedes; cuando, de súbito, me doy cuenta de que, burla burlando, llego a la entrega número cien. Numero, sí, estas columnillas, no vaya a ser que repita, pierda la cuenta o me descoloque: la matemática (a veces) es la única certeza. Y en esas cuitas de cifra redonda surge, una vez más, y si cabe con más fuerza, la terca cuestión, la pregunta interior que anima todo texto, todo afán por poner en orden letrado (con esa matemática del pensamiento) cuanto uno lleva dentro, o al menos una pequeña parte más trabajadamente alumbrada, a disposición del otro, y es: ¿sirve de algo? ¿Cambia algo el hecho de escribir? Al menos para mí tengo que sí lo hace, pues me permite ordenar ideas y mediante su discurrir, que no su discusión (el otro procedimiento para ello), consigo darles forma y una función que, tal vez, solo a mí me funcione. Pero, ¿a alguien más funciona? Porque si no es así, podría escribir sin hacer público el resultado, y aunque ello requeriría una disciplina que tal vez no tenga y sé que conduce al enmudecimiento, al menos no tendría que administrar la duda, la universal sensación de orfandad y desasosiego que emana del eco silencioso que antecede a toda escritura y la sucede sin más, apenas conmovido entre mientras por la rara cadencia del teclado o el bisbiseo del papel. Tarea social, pero solitaria, sin aplausos (ni abucheos), al cabo ya no interesa tanto si te leen o no, si gusta o no, si lo que aquí se dice tiene o no un objeto, un fin, un sentido. La pregunta, al final, acaba por ser otra: ¿es posible la comunicación? Son ya cien páginas, cien monsergas resueltas de un plumazo baldío y pretencioso quizás, por su brevedad y atrevimiento. Cien semanas, un par de años, unas treinta y cinco mil palabras, doscientos mil caracteres más o menos. Palabrería.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 7/11/2015)

martes, 3 de noviembre de 2015

Cartografía



 
Pese a su actual arrinconamiento entre las arrinconadas disciplinas humanísticas, la geografía tal vez sea la más reveladora e imprescindible de las ciencias destinadas a la comprensión del hombre y sus relaciones con el medio. Y su herramienta clásica, los mapas, el más útil de sus retratos con gran angular. Contamos con mapas de muchos tipos, y desde que google y los navegadores nos ubican en cartografías de gran vistosidad y maleabilidad, nos vemos impelidos a creer que sometemos el territorio a golpe de un clic. Pero no es así, por supuesto. Los mapas también nos engañan.
Al bosquejar el mundo en una miniatura abarcable, usamos y abusamos de convenciones a menudo trastocadas por el interés y hasta por lo arbitrario. La orientación del norte “hacia arriba” es una de ellas, por ejemplo. Los mapas acerca de la verdadera huella humana señalan los caminos que ha dejado en la tierra y en los mares. Los portulanos que puntean el océano de líneas imaginarias conectando enclaves distantes pero más cercanos que otros aparentemente próximos; las suaves curvas de las cartas de navegación aérea, los modestos trazos blancos de caminos rurales de uña y rueda, las derrotas del éxodo y la emigración… Pero tal vez el artificio más nocivo sea el de los espacios planos coloreados y delimitados por una raya, una frontera: el mapa “político”. Esos infantiles puzles de colores sólo sirven a intereses velados y espurios. Por eso resulta revelador (y tendencioso) que se publiquen mapas de Oriente próximo con las fronteras rectas y artificiosas trazadas por los europeos en pleno desierto, mientras otros otorgan al llamado Estado islamista o Daesh la presencia difusa de una especie de infección que extiende sus tentáculos por rutas, ciudades y espacios vacíos con la insidiosa sensación de ocupar lo que no es suyo. Ni lo uno ni lo otro responden a la realidad, así que pidamos a la geografía su contribución a una correcta interpretación del mundo. A la geografía humana.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 31/10/2015)

lunes, 26 de octubre de 2015

Otoño


La llegada del otoño despierta afanes de amontonar testimonios, tomar fotografías, grabar lo mudable, que ahora nos asola con mayor crudeza. Se trata de una pretensión que intento reprimir, por supuesto. No pretendo convertir pedacitos de formidables ocasos y bosques ahogados en verdes y dorados rutilantes en imaginería metafórica; soy consciente de la ciclotimia de ese atrevimiento, acto reflejo y suerte de inventario de lo que sucedió y lo que no llegó a suceder en el último verano. Esa estación, remota ya, que no fue tan reluciente ni tan alegre, pero a la que el otoño vuelve un edén inalcanzable y necesario. Un paraíso más al que es imposible regresar, aunque pretendamos retenerlo con instantáneas nostálgicas, pesarosas e inútiles.

De todas formas, no siempre logro sustraerme a la tentación, y finalmente, cada otoño deja tras de sí partijas inéditas y vagamente sentimentales, ilustraciones intercambiables de las mismas campiñas desfallecientes, las mismas alegorías vesperales, el rescoldo de idénticos y voluntariosos propósitos cuyo inmediato malogramiento les hermana con esa época luminosa que se acaba de cancelar, sin más ceremonia. La llegada del otoño me incita, eso tengo que agradecérselo, a prescindir de hojarascas, pompas y circunstancias, de diatribas sobre una actualidad cada vez más altisonante y más hueca… Cuando siento el mordisco húmedo y frío de la última estación del año, me asalta una ecuanimidad flemática a propósito de las pérdidas y su significado. Sobre todo aquello que no podrá fotografiarse, retenerse, recordarse. Con las primeras heladas de esta tierra que suspira como un bóvido tendido, enorme y manso, el silencio empieza a cobrarse su peaje sin sentido. Nos mira y hasta posa para que lo retratemos; pero nadie lo hará. Entonces, justo cuando el número de hojas caídas de los árboles iguala al de las que aún se sujetan a las ramas, decretan atrasar los relojes y el invierno se desploma sobre tanta añoranza, haciéndola añicos.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 24/10/2015)

lunes, 19 de octubre de 2015

Matrix



 
Cuando la ficción, y absurdos déjà vus comienzan a convertirse en realidad, es hora de echar a correr hacia una cabina telefónica (¿quedan cabinas telefónicas?) y llamar a Matrix. Pongo un caso. Antaño, si encontrabas a alguien en posesión de una de esas revistas con chavalas en paños menores (o sin ellos), se bromeaba: ¿la compras para leer los artículos de fondo, eh? Bien, pues Playboy a partir de ahora no publicará desnudos, se venderá con el reclamo de esos textos (¿tenía texto?) que acompañan a las fotos desplegables. Hugh Hefner que estás en los cielos (y en albornoz)…
Pongo otro. Desde que se convirtió en famoso y avieso ministro de los caudales, Montoro ha sido asociado al huraño dueño de la central nuclear de Springfield, el señor Burns. Monty Burns no suele conceder entrevistas, pero a veces suelta los perros… No digo más. Y la cosa no para ahí. Al arzobispo de Valencia, su-señor Cañizares (¿monseñor? anda ya…), le debe gustar la arqueología y se comporta como un fósil. Del paleolítico más inferior. O eso, o prepara un Auto navideño y él hace de Herodes. Tiene curro, el pontífice argentino, y suben las acciones del mate… Sigo. Para parecidos irrazonables el del President Mas y su proverbial antecesor Lluís Companys. No hay color. Mas lo intenta, pero no llega a ser el homo successor que le gustaría por mucho que se rasgue el Armani con los cuatro dedos sangrantes. En el “Museo de la evolución política” ilustra una reculada a la altura de cualquier trilobites.
Ahora que sabemos que el coche fantástico era un Volkswagen y que el Gran hermano Kim Jong-un aún no ha sido expulsado de la casa, no es de extrañar que un día de estos el (¿mon?)señor Cañizares aparezca en la portada de Playboy, incluso vestido. O que Montgomery Burns se presente por Ciudadanos. Lo dicho: voy a llamar a Matrix, que seguro que comunican y tengo que quedarme aquí, perseguido por tíos de traje negro con su flash neuralizador para provocarme una amnesia y que les vote. Uf.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 17/10/2015)

martes, 13 de octubre de 2015

Repetición



 
Tienen nuestros ediles la maniática costumbre de meterse a arreglar lo que no está estropeado, y “retocar” aquello en cuyo sensible equilibrio reside su mérito. Hace muy poquito, cuando el dinero fluía, las calles de las ciudades parecían la isla del tesoro tras el paso de los secuaces de John Silver, y los ciudadanos sorteábamos socavones, zanjas y vallas como quien participa a su pesar en una disciplina olímpica típicamente hispana. Y todo ello para convertir los centros históricos de las ciudades en escenarios intercambiables, rayanos en la simpleza. Se talan árboles, se arrancan bordillos lustrosos y se pavimentan hasta los alcorques con la excusa de peatonalizar, cuando bastaría una mera señal de tráfico. Es otra cosa: es hacer otra ciudad, una más señoritinga y gris, más vulgar, más mediocre, relegando los barrios a una subsistencia menesterosa y arrinconada. Si le añadimos la proliferación de “dotaciones”, esos empeños faraónicos que siguen lastrando presupuestos que no dan para pagar sueldos, el retrato de nuevo rico antojadizo y un punto hortera se completa.
No en vano nuestra historia urbanística acredita como las ciudades mejor conservadas aquellas que antaño no tuvieron dinero para destruirse a sí mismas. La pobreza fue un agente conservador, pues al menos solía ser digna. Pero ahora, pese a tanta restricción y austericidio, ese prurito no cesa. Y, en León, le ha tocado a la Plaza del Grano, quizás el más auténtico rincón de la ciudad, precisamente por haber permanecido indemne, inasequible a tanta moda fatua. Es una plaza incómoda (como muchos monumentos), vetusta, humilde, popular... tan hermosa. Y pese a las explicaciones previas, uno mira las obras cercanas, los resultados a la vista y por eso se pregunta ¿qué necesidad hay de emprender esa remodelación, esa “reparación”? ¿Por qué tocar lo que ha conservado sus virtudes precisamente por no haber sido manipulado? (Esto ya se publicó aquí con el título “Remodelación”, el 11/01/2014).
(Publicado -por segunda vez- en La Nueva Crónica de León, el 10/10/2015)

martes, 6 de octubre de 2015

Sentencias



 
Nacer en un determinado lugar no conlleva mérito alguno. Ni orgullo, ni oprobio, ni demás enardecimientos. Ser de un sitio es cuestión de azar, nada cuenta la voluntad al principio, poco el deseo al cabo. Aunque se haga el bachillerato en un lugar geográfico, la nación de uno la componen quienes sintonizan con nuestra forma de ver el mundo, estén donde estén. Se trata de una nación etérea, desperdigada, infiel.
Vivir en un mismo lugar, por dilatado que sea el período de tiempo, desarrolla los cauces del ensimismamiento. Vivir errante, los de la concentración. Quien afirma que lo de aquí es mejor que lo de allí sólo exhibe ignorancia de lo de allí. Y de lo de aquí. No hay tierra mejor que otra, aunque sí la hay más mancillada. Cuando la tierra ha sido ultrajada, son los hombres quienes cargan ese oprobio; las naciones, más concretamente.
De la misma manera que uno no es responsable de los actos de su padre, poco puede sentirse orgulloso de los hechos históricos. Todo lo más, avergonzado. Como sucede con los dioses, banderas y símbolos son objetos inertes con los que hacemos lo que nos viene en gana. No  van a contrariarnos, no nos decepcionan, ni nosotros a ellos. Son otros quienes lo hacen: contra ellos alzamos banderas y símbolos, y dioses. El nacionalismo (como la religión) en su forma colectiva ha provocado básicamente enfrentamiento e incomprensión a lo largo de la historia. En su forma individual, supone un sucedáneo de camaradería que resulta lenitivo para individuos poco exigentes. En su forma radical, llega a tornarse una suerte folclórica de racismo. A menudo, no tan folclórica.
El nacionalismo huye de definiciones y explicaciones, pues cuando las da, germinan nuevos nacionalismos que no están de acuerdo con ellas. El nacionalismo no da de comer (salvo a los que lo lideran), y no resuelve problemas, los desatiende. Regionalismos, y otras formas depauperadas, son igualmente ridículos. Son opiniones, cada cual tendrá las suyas: su nación.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 3/10/2015)

domingo, 27 de septiembre de 2015

Cárteles



 
Cártel es palabra curiosa. Con tilde o sin ella, y procedente (¿casualidad?) del alemán, remite a una alianza discreta o secreta llamada a usos monopolísticos y privilegiados que perjudican, normalmente, a todos los demás. Hace un par de meses, la Comisión nacional de la Competencia multó a la práctica totalidad de las marcas de coches presentes en España por prácticas de cártel durante siete años (2006-2013). De aquellas empresas, que tuvieron que abonar más de 170 millones de euros en total, una libró; la que acusó a las demás para no afrontar la sanción. Por lo visto, en el argot les llaman “solicitantes de clemencia”, o sea, chivatos. Se ahorraron 40 milloncejos y hablamos de Seat-Volkswagen. No hace falta que pormenoricemos qué está pasando ahora con la Volkswagen (el coche del pueblo, esos nombres traviesos…). Trampeando, instalaron un software que detectaba los momentos de escrutinio para engañar a los verificadores de emisiones nocivas y así mejorar las prestaciones de sus vehículos. Mientras, nos halagaban los oídos con BlueMotion, Think Blue y todas esas chorradas en inglés que parecen decir algo solo porque están en inglés. O en alemán: Das auto.
En la política no hay tribunales ni comisiones de la competencia que verifiquen acuerdos monopolísticos y trucajes que limitan las emisiones nocivas solo en períodos de campaña electoral. Tampoco se conocen multas por incumplimientos de contrato o pérdida de fiabilidad. Lástima, así nos va.
Por bajar al nanomundo, en León también hay prácticas de cártel. O, más bien, de cartel. Hace unos meses, Ayuntamiento y privados implicados acordaban con movimientos ciudadanos que los carteles de fiestas iban a dejar de materializarse en el corralito cutre que suelen. Pero el tiempo pasa y creen que con ello se desinfla el entusiasmo y a la gente acaba por darle igual la imagen de la ciudad con tal de que pongan morcilla. En las tabernas y en los impresos. Qué pena de cartel. Qué talante de cártel. Das auto.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 26/9/2015)

domingo, 20 de septiembre de 2015

Melancolía



 
Si cada época siente y padece de una determinada e irrepetible manera, cuenta con un espíritu distintivo, un Zeitgeist como dicen en los tratados, quizás sean éstos tiempos de ira y desencanto; tiempos, tal vez, broncos a la par que melancólicos. Consiste ésta, la melancolía, en un sentimiento que definen de desigual forma los diccionarios, tan groseros e inútilmente pedagógicos para estos casos, a como lo hace precisamente todo un período, toda una generación, y a como la revelan sus formas de expresión, sean artes, literatura o música, sea mediante la sensación que se obtiene de contemplarla, retrospectiva y especularmente. Cuando hacemos eso, echar vistas atrás, nos miramos a nosotros, pues toda retrospección es introspectiva. Y cuanto más desapasionada, más perspicaz.
Por poner un ejemplo más que notable, de ahí que el llamado enfáticamente “Siglo de oro español” al que constantemente regresamos, pueda hogaño descifrarse sin los espasmos nacionalistas de antaño y a tenor de nuestro Zeitgeist. Podemos al fin tenerlo por una temporada en el purgatorio de la hipocondria creativa, una suerte de hemorragia de la “bilis negra”, un meditabundo pero en absoluto rendido desfile de una legión de atrabiliarios hijos de Saturno, llamados a sigilosas y críticas batallas y a conquistas más perdurables que las armadas. Un ejemplo, un espejo.
De ahí que contemplar, con la vista hacia dentro y el ánimo alertado, algunas de las piezas de la exposición temporal “Tiempo de melancolía” se convierta no sólo en experiencia instructiva y uno de los acontecimientos expositivos del año en España, sino también en una muestra de tesis encaminada al autoconocimiento, como debería ser toda exposición, todo museo, todo acto de cultura. Por lo dicho y mucho más, ahí va la recomendación: en Valladolid, apenas a 130 km (aún sin autovía ni AVE…), en el palacio de Villena, sede aneja frente al Museo de Escultura, y hasta el 12 de octubre. Y gratis. No se la pierdan, por favor.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 19/9/2015) 

domingo, 13 de septiembre de 2015

Vendetta



 
A veces, demasiadas veces, da la impresión de que también en lo público, todo es una cuestión privada, personal. De venganzas, fobias, filias y demás temas entrañables (procedentes de las entrañas). Da la impresión de que se mueven montañas solo si el enemigo las escala, de que las sillas se tambalean si determinada persona se sienta, de que la cama se hace para que no se acueste alguien. Y como el valor en la mili, la podredumbre se les supone a todos, pero sólo merece un escarmiento si alguno se sale del guión, de los límites permitidos, según reglas que también a veces da la impresión de que se nos escapan, porque ni están escritas ni se dicen en voz alta, como las de la omertà. Son cabezas de caballos que uno encuentra al despertarse.
Que los nacionalistas de CDC (antes Convergencia, ahora divergencia), que parecían buena gente para aliarse en caso de necesidad (véase la legislatura normal de Aznar) de repente mean fuera del tiesto, en plan que se pasan de independentistas, pues se busca en el cajón de la porquería y se les aplica el correctivo pertinente. O sea, se manda gente de uniforme a su sede a por papelotes comprometidos, y después afloran en titulares de todos los periódicos. Y así con todos, con el Partido Popular (más impopular que nunca), con los socialistas (para qué decirlo), con Unión progreso y… (¿unión?). Y llegado el momento del escarnecimiento público, los demás actúan como el gendarme de Casablanca a la salida del casino. Qué vergüenza más ajena.
Quizás por estar en casa del herrero y porque ninguna cuña como la de la propia madera, todos saben muy bien los votos que se pierden con eso de las pudriciones y las ilegalidades. Así que las campañas electorales, que antaño solían criticar las decisiones del gobierno de turno, se concentran ahora en sacar la basura a la calle, para que la olfateemos todos, aunque en las sedes de los partidos cada vez da más la impresión de que padecen el síndrome de Diógenes. Y el de Vito Corleone.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/9/2015)

lunes, 7 de septiembre de 2015

Víctimas



 
Leemos que mueren niños y pasamos la página. Vemos fotos desgarradoras e imaginamos otras peores aún, que no llegan a publicarse, y cerramos los ojos. Pero aparece un niño vestido como nuestros hijos, ahogado en una playa como las playas de donde acabamos de regresar este verano y sin una madre que corra hacia él, porque la sabemos muerta también y, entonces, nace un símbolo. De la mierda de Europa que estamos construyendo, erizada de alambradas y privilegios, cada vez más autista y elitista. De la incompetencia de nuestros dirigentes, algunos provistos de parecidos sentimientos a los que alumbraron las peores épocas de nuestra historia. De la deriva de un mundo que se cuartea por todas partes sin remedio. De cómo atender a los desfavorecidos, barriéndolos bajo desdén, toneladas de bombas y algo de caridad. De la vergüenza que debería abrumarnos y dura el rato justo de haberlo visto y poco más. De lo fácil que es compadecerse, como hago ahora, y lo ajeno que es padecer.…
De todo eso y de más cosas, el cadáver de un crío al que robamos todo futuro ha sido convertido en un símbolo. Pero ya tenemos demasiados símbolos: imágenes de desdichados penosamente encaramados a vallas afiladas durante horas terribles de sol, fotografías de madres asidas a su angustia y a sus hijos en el andén de una estación de la que no parten trenes para ellos, retratos de personas impelidas a mendigar derechos básicos que se les niegan fríamente, de enfermos que deben suplicar papeles para demostrar que existen… Estamos ahítos de iconos. Nos gustan demasiado; así somos de pretenciosos y fatuos. Nos rasgamos las vestiduras ante ellos como quien se postra ante el ídolo y sale después a la calle reconfortado, pero no transformado. Y no son símbolos. Ni alegorías de un siglo que comienza mal de nuevo. Ni emblemas de nada. Son víctimas y merecen justicia. Eso que circunscribimos al encerradero de encantadoras y pulcras calles por el que paseamos apáticos en la carcomida Europa.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 5/9/2015)

domingo, 30 de agosto de 2015

Deconstrucción



 
Todo empezó a pifiarse cuando sustituimos construir por deconstruir. No donde el filósofo Derrida lo aplicaba, sino para todo. Para las croquetas o para el 4-4-2. Y claro, para la arquitectura, por su propia literalidad, fue desastroso. Si hay un quehacer que representa el fiasco de un ciclo es el arquitectónico. Porque la arquitectura suele encargarse de formalizar el espíritu de una época mediante el diseño de sus escenarios, revelando voluntades y, sobre todo, involuntarios y freudianos actos fallidos. Para bien y para mal, retrata un tiempo. Más en este caso, en que una de las calamidades fue, precisamente, la inmobiliaria, entendida como la grosera urbanización del vacío. Deconstrucción.
En España, los blufs históricos suelen cerrase de forma “emblemática”, con edificios “emblemáticos” (qué palabro este…), casi desde El Escorial. La pompa de los noventa estalló con las torres KIO, mamotretos a punto de desplomarse el uno sobre el otro, como los turbios negocios sobre los que se fundaron. Sólo tienen sentido como plató de El día de la bestia. Después, una la compró Caja Madrid-Bankia… Esta última crisis de la que salimos en un rato que ya va durando, fue profetizada por los cuatro rascacielos paletos que avasallan a los viajeros en Chamartín, cuatro monolitos sosos y sin concordancia que componen magro remedo de otros distritos europeos (Barbican, La Défense…). Por cierto, Bankia también se aloja en uno. Deconstrucción.
Y, claro, Calatrava. Ese símbolo que construía símbolos y ahora los apuntala. La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia perdurará como el paradigma de un comportamiento social y políticamente ridículo, ruinoso y hampón. Edificios inútiles, presos de su propia oquedad ornamental. Y llamados a desplomarse a cachitos, requiriendo gravosos dispendios. Como el donut de la justicia de Aguirre en Madrid o el despeñadero de la cultura en Compostela. Tantos… Aquí en León aplicamos el cuento. El de Perrault. Deconstrucción.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 29/8/2015)

domingo, 23 de agosto de 2015

Palmira



En 1791, Constantin-François Chasseboeuf de La Giraudais, conocido por su pseudónimo “Volney” (contracción de los nombres de Voltaire y la villa natal de éste, Ferney), publicó Las ruinas de Palmira o Meditación sobre las revoluciones de los imperios. Era un alegato en defensa del nuevo espíritu principiado por la toma de La Bastilla, proceso político en el que Volney fue activo participante ya desde el Jeu de Paume. En ese opúsculo filosófico defiende un ateísmo tolerante y la necesidad de que el pueblo tome el poder como resultado de una lógica histórica que se encamina hacia la superación de los despotismos y las supersticiones. Una visión optimista sobre el futuro de la humanidad, característica de los ilustrados revolucionarios, para la cual se requiere una perspectiva histórica que Volney acrisoló en sus viajes por Oriente próximo y que, simbólicamente, representó encaramándose a lo alto de los edificios abandonados de la antigua ciudad siria de Palmira en una arquetípica actitud que preludia la napoleónica en Egipto y el Romanticismo. Las ruinas de la ciudad romana que fuera estación principal de la ruta de las caravanas, capital de un fugaz imperio y, hoy día, monumental patrimonio mundial desde hace más de treinta años, se convertían así en símbolo de un giro histórico copernicano. Son las mismas ruinas por donde campean los bárbaros del Daesh desde hace meses.
Las mismas ruinas donde días atrás decapitaban a un arqueólogo octogenario que había dedicado más de medio siglo de su vida a indagar acerca del significado fidedigno de uno de los paisajes humanos más evocadores y hermosos del mundo. Las casualidades nunca existen: se trata de una salvajada más, pero también de un desafío más. El doctor Khalid al-Asaad fue asesinado brutalmente y exhibido su cadáver mutilado con la espantosa saña digna de un intento de revancha de magnitud histórica. Dos siglos después, Palmira no puede convertirse en el símbolo de un fracaso de tales proporciones.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 22/8/2015)

domingo, 16 de agosto de 2015

Estío



 
Leer la prensa en verano da gusto y pereza a partes iguales. Para empezar, uno no la lee, sino que la ojea con desgana mientras espera a alguien o saborea un café, una cervecita, morosamente, haciendo omiso caso de tanta negrita y tanta palabrería vana: es como el eco lejano de una verbena a la que no se acudirá. Y, además, porque a veces da la sensación de que la realidad fuera otra, más acogedora, menos tensa, más sonriente y hasta un punto friki; y uno se demora en los artículos que semanas atrás no hubieran tenido hueco libre que ocupar, reportajes como un documental de La Dos: interesantes… pero que no apremian. Y dan un poco de sueño. Que si los cuarenta chiringuitos playeros más cool de la costa cántabra, que si una nueva imagen de Plutón desde el espacio, que si un robot japonés que tira las faltas como Messi y uno fabricado en Jaén que entra al tobillo como Pepe… Aquí en León, como no queremos salir del pueblo, nos traen el Museo del Prado a casa, que de prados sabemos mucho. Y como ya va habiendo demasiados museos, en los sitios que antes se ponían, ahora se van a abrir gastrobares, que son como las tascas de antes, pero más caras y más pijas, y con cuadros en lugar de calendarios de talleres. Ahora todo es cultural y gastronómico a la vez, de ahí esas digestiones tan pesadas. Va a haber que declarar al bicarbonato bien de interés cultural, como a los toros. Eso sí, un día de estos ruedan Juego de Tronos en la terraza del Benito.
Por otro lado, los becarios y alumnos en prácticas de periodismo, que aún creen en eso de ir a buscar la noticia, lo hacen. Y se percatan de que no hay noticias. De la capacidad para crearlas de la nada dependerá su futuro como profesionales del gremio. Pero de momento se conforman con llamar a los museos y casas de cultura para ver si ha llegado ya el Prado o se le espera inminentemente. Y otra cosa buena del verano: los leo cumplen años. Y ahora tienen su fiestuqui: hoy, detrás de la catedral. Felicidades a todos.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 15/8/2015)

domingo, 9 de agosto de 2015

Civilización



 
Sucede en una ciudad lejana, pero eso importa poco. Desde una discreta distancia, la observo casi por azar, distraído al principio, más interesado a medida que transcurren los minutos. Se acerca caminando con cierto bamboleo fruto de la edad y de las bolsas que apenas es capaz de aferrar con seguridad. Rondará los setenta, pero viste desenfadadamente, unas deportivas, unos vaqueros desgastados y un suéter holgado, con aire de haber salido de casa con lo puesto, su mata de pelo gris algo alborotada, solamente para arrojar al reciclaje los cartones que asoman bajo sus brazos firmes. Hace calor. Al acercarse al contenedor sorteando bolsas de basura, se encuentra con que la ranura está obstruida por desperdicios que alguien ha arrojado precipitada y descuidadamente antes. Aún así, hay espacio para introducir lo que ella trae. Pero no lo hace. Y tampoco duda. Deposita con cuidado su carga en la acera y se dispone a desatascar la abertura del contenedor. Le lleva un rato, pues papeles y cartones atoran a presión la embocadura, por lo que debe sacar uno a uno hasta liberarla y, después, encajarlos de nuevo uno a uno; justo lo que no hizo quien los apretó antes de manera tan negligente. Pero de su boca no sale ni un solo improperio, ni una murmuración, ni un suspiro. Se diría que se trata de su trabajo, de algo que hace porque debe hacerlo. Y cuando termina, cuando al fin libera el paso y puede arrojar los cartones que ella ha traído, lo hace metódica, paulatinamente, para que no se reproduzca el problema que ella ha solucionado. Termina y, tras un recatado estiramiento que revela, de nuevo, su avanzada edad y el esfuerzo que ha realizado, se aleja con pasos algo más gráciles, quiero pensar que más satisfecha, sin mirar hacia donde yo la admiro, y la dedico ahora ya una contemplación llena de reconocimiento que ella nunca conocerá, ni tampoco necesita para esforzarse en hacer lo que debe hacerse. Sí, es civismo, pero, sobre todo, esto es civilización.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 8/8/2015)

lunes, 3 de agosto de 2015

Secesión



 
 Hubo un tiempo en que Cataluña, Barcelona en particular, significaba la modernidad, aquí y allá, entendida como una manera más libre, cosmopolita y vanguardista de hacer las cosas. El diseny y el seny aleteaban por encima de nuestros miramientos sin las anteojeras y miopías de tierras más interiores. Eran envidiables. Pero ahora resulta que no. De un tiempo a esta parte Cataluña suena rancio, y es una pena. A la famiglia del antaño molt honorable y demás palaus se ha unido irremisiblemente el aire viejuno que, para muchos, tiene el nacionalismo en cualquiera de sus versiones, pues todas abusan de quincallería como patria, identidad, fronteras y otras afecciones. Cosas decimonónicas que en lugar de arreglar problemas los barren bajo alfombras de pompa y circunstancia.
No me caben dudas de que Cataluña sea una nación. Lo he escrito y lo afirmo sin reservas. Ni dudo de que necesite un nuevo marco de relación con el resto del Estado, pues las autonomías no dan más de sí en el formato del café para todos. Tampoco dudo de la enorme torpeza de un gobierno que metió la pata cuando era oposición, impugnando el Estatut, después ha ignorado la existencia de tantísimos catalanes descontentos y ahora aplica eso de “la legislación vigente”, menospreciándolos. O pone un hooligan al frente de su campaña. Pero eso es política. Y si no se está de acuerdo con la política, lo que no te gusta es el partido que la lleva a cabo, no el país donde se hace. Creo que a la mayoría de los españoles no nos parece mal que Cataluña tenga un encaje especial en el tejido del Estado. Creo que a esa mayoría nos parece bien que Cataluña sea reconocida como una nación y tratada como tal en un país que se entienda como compuesto por sentires muy diferentes. Ejemplos hay. Creo en un país que sería mejor país si fuera capaz de explicarse mejor y dar cabida a la Cataluña que quieran la mayoría de los catalanes. Si no creyera esto, pensaría que los catalanes tienen serias razones para irse.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 1/8/2015)

domingo, 26 de julio de 2015

Profetas




Ahora que se ha muerto Saza de verdad -no como la primera vez, que fue de coña- empezamos a percatarnos de quiénes han sido los verdaderos esclarecedores de la realidad del país, quiénes la han entendido mejor y, más aún, quiénes fueron capaces de pronosticar dónde nos conduciría tras el paso apretado de una generación satisfecha de sí misma. Creímos en gente como Alfonso Guerra cuando dijo aquello de que al país no lo reconocería ni la madre que lo parió, y resulta que tenía razón, pero él no sabía de qué manera. Confiamos en predicciones de políticos, de filósofos, de sesudos estudiosos y de gente que, por llevar gafas, nos parecía más lista; y nos equivocábamos. La clave estaba, cómo no, en el Imperio austro-húngaro. Es decir, en las películas de Luis García Berlanga. Y en personajes como los que interpretó Sazatornil, el cómico que disparó al sol por atreverse a salir por occidente.
Nuestros ayuntamientos siguen siendo como aquel que regentaba Pepe Isbert, esperando a Mister Marshall y siguen dándonos la explicación que nos deben, siguen urdiendo festejos en los que nos vestimos de andaluces… Pero esta vez el arte se quedó corto, la chirigota ha sido superada por el suceso. Durante las últimas décadas, La escopeta nacional podía haber sido el libro de ruta de la legión de vendedores de porteros automáticos del país, cuya nómina superó con creces cualquier posible parodia: ese industrial catalán honrado a carta cabal (ni una letra protestada) se sonrojaría con el caso Palau, los Pujol... En Patrimonio nacional podía haber figurado sin problemas aquel tipo que tenía un Miró en el váter, el que organizaba visitas papales o aquel otro que mandaba sms a su tesorero después de pillarle en Suiza con todo el botín… Y, finalmente, en estos tiempos de histriónicas cuentas pendientes, la referencia es Todos a la cárcel. ¿Cómo no iba a ingresar en una prisión el tipo que, precisamente, había descubierto la placa inaugural? Qué clarividencia, qué sindiós.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 25/7/2015) 

domingo, 19 de julio de 2015

Estilo



 
En esta tarea que puede suponerse fútil o espontánea en apariencia y en absoluto es concebida de tal modo si uno se lo toma en serio, de escribir un texto semanal que acabe en el costado de la página de un periódico con la aventurada forma de un contrafuerte repleto de letras, tal como en casi todo argumento uno puede escoger escribir de manera algo morosa y sin ánimo de imaginaria porfía y mucho menos real ofensa; con un tono suave, comedido y no exento de cierta contemporización con futuras discordias de quienes a menudo aguardan con el hacha levantada, prefiriendo en todo caso el argumentario, el desarrollo de razones, pros y contras, que pongan en su sitio un tema o una cuestión que, por general o concreta que sea, siempre será digna de análisis sopesado, destinada, bien es cierto, a juicio subjetivo, sí, pero abordable sin excesivo partidismo, de forma que el autor comprometa su punto de vista lo justo como para no caer en las tendenciosidades tan habituales por desgracia en la inflamable e inflamada prensa hispana; buscando, en definitiva, en el estilo, un estilismo que sofoque, recate o atempere la soberbia de alzarse a pontificar en tribuna pública sin a menudo tener más idea que los demás, y procurando que lo que se diga en tan sumaria como cortísima retahíla sea al menos del agrado en lo gramatical y sintáctico, y en resumen, que aunque no lo fuere en lo contenido, sí lo sea en el continente, ya que el estilo no sólo es una posición, también consiste en un atributo, la categoría que lo dicho adquiere gracias a la forma de decirlo, tan determinante o más que aquello primero.
Aunque... Esto mismo podría escribirse así. Lapidariamente. Incontestable. Como gusta ahora. Con puntos. Sin comas. Con determinación. Con el aplomo y la seguridad de las protestas secas. Cargadito de razón. Cortante. Sin apenas verbos. Con algún taco que otro. Joder. Me cago en todo. Ahí queda eso. Y blablá.
Hoy no sabía de qué hablar: es verano, y la actualidad sestea.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 18/7/2015)

domingo, 12 de julio de 2015

Redes

El juego de palabras es tan antiguo como las propias palabras: nos enredamos en las redes. Redes sociales, las llaman, pero en el fondo son una nueva manera de relacionarse que no estamos seguros desmantele la sociedad tal como la conocemos para tejer otra quién sabe si con el nudo algo más prieto, con la trama más fina.
Las redes conforman un mundo propio, a imagen y semejanza del que querríamos fuera nuestro mundo, una burbuja de seres que piensan como nosotros y nos ofrecen su lenitiva aquiescencia, su asentimiento y aplauso a todo cuanto colgamos de ese tendedero, una celebración de la cotidianidad, una fiesta perpetua de bonhomía y felicidad, plena de mentideros. Fotos, comentarios, sonrisas y lágrimas, enlaces con noticias, chistes y música,  burlas y disidencias de salón levantan a nuestro alrededor una feria de vanidades en las que somos los amos con el poder de un solo clic: elimino, añado, me gusta o no, sigo, me siguen…

Y Twitter, ese festival del latigazo ingenioso, del nervio en la escritura. Hace unos años se puso de moda Baltasar Gracián entre los brokers gracias a una edición que, en escasas páginas, entresacaba sus aforismos y más agudas sentencias. Pero Gracián sobre todo era un escritor de fondo. Sus obras, gruesos volúmenes donde tales máximas ocupan un lugar en un río caudaloso de prosa urbanizada y lenta. Las frases de Gracián no eran Gracián, como no son Cervantes tantas citas (verídicas o apócrifas) de las que tiramos a la menor ocasión. No se puede ser ocurrente siempre. Es más, está empezando a suceder que lo más ocurrente es callarse. Que se lo digan al concejal madrileño Zapata, lapidado públicamente por una estupidez infamante de hace años: una docena de palabras han pesado más que décadas de activismo social. Hay quién triunfa al revés: una frase oportuna disimula años de ignominia pública. El mundo es injusto, pero si lo resumimos en una frase, como hace un epitafio con una vida entera, la conclusión es aún más injusta.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 11/7/2015) 

Referéndum


Casi siempre la lógica resulta ser un toro que reconocemos cuando pasa de largo. Somos toreros de barrera. Le otorgamos esa vitola -“normal”, decimos-, una vez ha sucedido: no pretendan que la lógica sea prospectiva, es retrospectiva. De ahí que, aunque pocos lo previeron y menos lo previnieron, el referéndum griego se nos ofrezca como un producto depuradísimo de una tradición precisamente griega: la del silogismo. Y en todos los silogismos, su resultado, sea cual fuere, dejará en evidencia a los señores del dinero, que tanto se empeñan en agradar a los mercados, esos dioses persas, de regusto suntuoso y elitista, en perjuicio de los pueblos soberanos, esas viejas divinidades con rasgos humanos de los combatientes de Salamina.
Durante la última crisis económica hemos comprobado como se han aplicado con estricta disciplina unas normas financieras no sometidas al dictamen democrático, por gobiernos que, como el nuestro, fueron elegidos sin revelarlas y, por ende, con un programa político opuesto al que aplicaron finalmente. ¿Es eso legítimo? ¿Pueden defenderse con patrones democráticos los salvamentos de empresas y el hundimiento de un país, con raseros claramente desiguales para este último? La pregunta que se hace a los griegos no es si aceptan el plan de la troika, si quieren el euro o la dracma, si siguen en Europa o se van. Esa es la pregunta que los señores del dinero pretenden, pues no conciben (o no quieren evidenciar) la posibilidad de otro escenario. La pregunta que se les hace y que los griegos hábilmente nos trasladan es si queremos esta Europa, este euro, este sistema, o es posible otro. No es un referéndum, es un ultimátum.

Si Europa va a comportarse como un ente demócrata basado en una voluntad política, si las finanzas están al servicio del bienestar de sus ciudadanos. Si todo lo que nos han dicho de la construcción europea, de la política, de la historia que queremos es cierto, Grecia debería ser más Europa después de esa votación.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 4/7/2015)