domingo, 31 de enero de 2016

Tapadillo



 
Cuando vienen visitas de postín, las familias bien no sólo sacan la vajilla buena, lavan las cortinas, ventilan estancias y atusan al pekinés; también esconden sus cositas feas durante el ratito del agasajo. Debajo de la alfombra o en el cuarto de los trastos. Y si la visita trae consigo la posibilidad de negocios de los que, evidentemente, no ha de hablarse por compostura y savoir faire, aunque no otro sea el motivo de aguantar al fatigoso convidado, entonces hasta se desplazan muebles que oculten los desconchones y las manchas de humedad, se retiran las revistas frívolas y se disimulan las evidencias de aficiones extravagantes, no vaya a ser que el huésped se crea en vivienda de costumbres disipadas o caprichosas, o, lo que es peor, pobre. Es cosa de hidalguía, de cuna: nobleza obliga. Así, el gobierno italiano del socialista Renzi, que ha procedido comme il faut a la ocultación de las carnes mórbidas y níveas de los mármoles antiguos que pueblan desde siempre las estancias del Capitolio. Esa perversión que distingue a Occidente desde hace siglos ha sido emparedada para no ofender al presidente iraní, encargado de un negociado recién redimido, visitante de alegre cartera. No sea que alguien vaya a pensar que nos gustan dioses en los que ya no creemos tal vez porque se presentaban ante nosotros de forma tan indecorosa; o que tenemos algo que ver con una tradición en que la desnudez humana simboliza una conquista intelectual, o que nuestros museos y plazas públicas están repletos de esas estatuas. No vaya a ser.
También se explica que el Congreso de nuestros diputados haya procedido convenientemente a relegar a las filas de más atrás, al gallinero, a esos nuevos próceres de las rastas y la camisa por fuera, no vaya a ser que se les vea mucho y alguien vaya a pensar que los ciudadanos de este país circulan por ahí de esa guisa: peinados de cualquier manera y con la camisa sin corbata y sin meterla en los pantalones. Qué vergüenza sería. Qué oprobio.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 30/1/2016)

domingo, 24 de enero de 2016

Estabilidad



 
Un mes sin gobierno no es lo mismo que un mes de desgobierno. En Bélgica estuvieron casi año y medio sin él y en Italia su fugacidad se hizo tradicional y no hubo especiales pifias, como las que engendran gobiernos de mayorías dominantes. La administración funciona, y el país no se resiente en exceso. Con el nuevo tiempo político tal vez descubramos que la estabilidad se sobrevalora y puede y debe ser excusada si lo mandan las urnas. Es más, la propia realidad no suele adornarse con esa categoría muy a menudo. El universo no es estable: navegamos en una bola de mineral candente recubierta de una costra de tierra y algo de agua a punto de congelarse o hervirse, a más de 250 kilómetros por segundo a través de un universo gélido y oscuro que se expande a velocidades inimaginables desde un origen basado en perturbaciones y que, tal vez, colapse algún día. Las formas de vida que pueblan este planeta se basan en febriles mutaciones evolutivas, en cambios imprevisibles. Tal actúa la cultura de nuestra especie, como también una materia siempre en transformación. Nada está quieto. La estabilidad no existe en términos físicos, y ni siquiera sabemos qué sucede con el patrón luz en un agujero negro.
En el horizonte de sucesos políticos tampoco hay estabilidad, lo cual resulta alarmante, dicen. Pero si observamos a los inquietos, despejamos dudas: “los mercados” (ese anónimo dios), sus sacerdotes del “prestigioso” FMI y la Davos party, el señor Juncker y compañía o la patronal. Ergo ya sabemos de qué estabilidad hablan. Esa que les ha permitido hacer de su capa sayos a medida con los resultados de las urnas, esa que les ha facultado durante esta legislatura para saltarse a la torera programas políticos y promesas a los electores, esa que arrasa derechos y extiende deberes a discreción para abrir brechas un poco más hondas. Una estabilidad que emana filológicamente del establo en que nos quieren mansos, esperando que nombren caporal y nos portemos dócilmente.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 23/1/2016)

domingo, 17 de enero de 2016

Carrito



 
Cuando pretendo hacer compra mensual, a la entrada del súper siempre dudo, y por mucho que cavile e inspeccione acabo eligiendo mal. Me llevo el carrito con la rueda torcida, que me obliga a ir forzando el brazo cada vez más a medida que acopio provisiones, o el que la tiene bloqueada y aún es peor, pues me hace parecer más torpe de lo que ya soy por lo común. Ahora sé por qué. El carro bueno está en el despacho del fiscal que lleva la célebre causa Nóos en Palma de Mallorca, el señor Pedro Horrach. A ese sencillo carrito, tan codiciable, tan esquivo, que ocupa páginas de los periódicos con el recato y el protagonismo simultáneos de los personajes primordiales, yo lo convertiría en todo un símbolo. Un símbolo de la oficina sin papeles que nos prometieron poco antes del temible efecto 2000. Un símbolo de la reforma de la justicia que leemos en cada programa electoral desde aquella Transición tan mona. Un símbolo de un juicio en el que todos defienden y nadie ataca, como en los equipos de Clemente. Uno sobre el final de una ilusión, no la de la lotería (que esa sí somos todos), sino la de la hacienda pública. Un símbolo sobre esa república con rey que fingieron muñir. Un símbolo de la lucha de género, pues el “mercat de dona” (mercadona) se traslada a un despacho masculino un tanto adánico, y uno sobre esas empresas cuyos hacendados dueños nos quieren currando como a chinos de bazar pero sin estar en un bazar chino. Un símbolo, al fin, de país: nunca más una pandereta: entramos en la era del carrito de la compra. Una era que, si se torciera, siempre se puede forzar un torpe brazo.
Si yo fuera ministro de justicia, concejal de urbanismo, promotor inmobiliario, empresario multimillonario o cualquiera de esas labores de poderío, tan bonitas y prestigiosas, erguiría un admirable monumento al carrito de la compra a escala inversa, más o menos 10:1, para ornamentar una rotonda grande, circular y chiripitifláutica. Y pondría en medio una fuente con chorrito.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 16/1/2016)

domingo, 10 de enero de 2016

Oportunidad



 
Contra las excusas que suelen utilizar políticos mediocres, no es preciso disponer de abultados presupuestos para realizar una gran política. Hacer cosas con dinero es fácil y todos sabemos: se compran. Hacerlas sin él deviene ocasión para el ingenio, la lucidez, la altura de miras. Como vienen demostrando algunos gobiernos municipales, que fueron estigmatizados por bisoños antes de emprender sus tareas, la buena política se define por el rumbo de las decisiones más que por lo invertido en ellas. Y sucede que, precisamente, municipios y ciudades son el territorio propicio y propiciatorio, por escala, para revelar el modelo de sociedad que cada partido tiene y aplica.
Un asunto ejemplar toma fuerza estos días. Hace tiempo que León detuvo el incremento de vías destinadas al transporte más saludable, ecológico, responsable y de futuro –por moderno y antiguo- de cuantos existen: la bicicleta. No hay coartadas para ello, aunque las autoridades ignoren esta alternativa tan lógica como prospectiva con huecos argumentos o simple luz de gas. Ni las populares marchas bicicríticas de los últimos jueves de mes ablandan sus entendederas, quizás embotadas por tanta polución, atasco y ruido, dignos de una metrópoli que León (por suerte) no es. Ahora nuestro ayuntamiento, nuestro alcalde, tiene ocasión de poner una pica en Flandes (los Países Bajos, modelo para este caso), introduciendo el carril bici en el eje viario con más postín y predicamento de la ciudad: la calle de Ordoño II. Después de horadarla, pavimentarla, ajardinarla aparatosa y groseramente, poner resbaladizos e ilegales pasos de cebra de mármol y bachearla año tras año, ha llegado el momento de modernizarla al fin con un envite sostenible por un futuro en el que los coches sean excepción en una ciudad donde (por suerte) se puede caminar o pedalear a cualquier parte. Aproveche esta oportunidad, señor alcalde, hará de León una ciudad moderna y, además, le saldrá baratísimo. Nos saldrá baratísimo.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 9/1/2016)

sábado, 2 de enero de 2016

Balance


El color insólito con que la luz de poniente inflama una tapia vieja que estás cansado de ver y que no reconoces. La fragancia de ciertas plantas que no sé identificar. La niebla del primer día de niebla. Un abrazo de mi hija que no le había pedido. El abrazo de mi otra hija, que llevaba reclamándole un rato. Risas diáfanas como campanas resonando en la bóveda de un cielo luminoso. El primer trayecto en coche de mi hija mayor. Cuando veo salir a escena a mi hija pequeña y durante unos instantes dudo que sea ella, tan mujer parece ya. El final de una larga discusión que se condensa en un mohín de complicidad. Un paseo en bici en medio de la arboleda, junto al río. Una pareja de corzos asustadizos que me sobresalta mientras camino en medio del monte. La somnolencia imbatible de un domingo a mediodía, sentado, con el rostro bañado por el sol. Una tarde que se hace noche entre cervezas y conversaciones atropelladas con dos amigos. Otra tarde igual. Y otra.
Una música que, al comenzar, te eriza la piel. Una ciudad desconocida en un país extranjero en la que desearía vivir. Volver a un lugar conocido y reconocerlo. Un cuadro que admiro desde siempre y que, al verlo por primera vez, se me ofrece más hermoso de lo que esperaba. Una canción amada y olvidada que suena por casualidad en la radio del coche. Cerrar los ojos en compañía y engañarte pensando que nada malo puede suceder en ese instante. Una mano que toma la tuya cuando lo necesitabas y no lo sabías. La sonrisa perfecta atrapada en una fotografía imperfecta. El roce de unas sábanas, una espalda. Un suspiro. Calor. Un amanecer que se demora en el alféizar, atardeceres prendidos de las hojas de los árboles más altos.

El café que tomas con un amigo el día que tu padre ha muerto y, al fin, puedes llorar. Y algunas otras cosas más, que callo. Motitas. Constelaciones desperdigadas en un océano de oscuridad. Soplos de felicidad que se esfuman tal como llegaron, sin aviso, sin detenerse. El balance de un año.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 2/1/2016)

Brecha

Que entre padres e hijos se abren brechas generacionales imposibles de sellar hasta que los hijos empiezan a ser padres es tan sabido e ineludible como una maldición bíblica (y quizás lo sea…). En reconocerlo estriba un pacto de no agresión y convivencia que evite males mayores. Pero a nuestra brecha se ha añadido otra de mayor calado: la tecnológica, la fosa de las Marianas. Como la nostalgia generacional cotiza al alza (los ochenta no fueron así… ¿de veras no os acordáis?), por una mera cuestión demográfica (más cuota de mercado de aquel baby boom), todo el mundo se pone a añorar cuando había sólo dos cadenas de televisión, jugábamos al escondite o comprábamos productos menesterosos en kioscos callejeros… Pero aparte de arqueologías sentimentales, el salto digital sitúa esta generación de nativos tecnológicos fuera del alcance y la comprensión de los emigrados, o sea, de los que sabemos que los ochenta no fueron así. Tecnopléjicos, nos llama un amigo, con lúcida retranca.

Internet (y el resto) no sólo cambia los comportamientos, nos cambia la mente. La nuestra un poquito; la suya, desde la cuna y para siempre. Por eso ellos saben manejar cualquier aparato (intuitivo le dicen, condescendientes…). Por eso mantienen conversaciones con gente presente y ausente a la vez, lo que nosotros consideramos maleducado, pero ellos no. Por eso ven la vida a través de una pantalla, o se sienten Robinsón Crusoe desprovistos de wifi, “desconectados” de ese cordón umbilical cuya escala no somos capaces de percibir. Por eso nosotros “guasapeamos” con un índice parkinsoniano y macarrónico y ellos escriben con ágiles pulgares que hasta predicen al predictivo, compartiendo datos, imágenes, canciones, vida... Para esto servían millones de años de evolución y el famoso pulgar oponible del panda: para enviar whatsapp. Atrapado entre la obsolescencia de la postal navideña y la fría alteridad del móvil, aquí se lo digo: “Flces ftas y prpro ano nvo”. Ups, perdón: año nuevo.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 26/12/2015)