domingo, 26 de julio de 2015

Profetas




Ahora que se ha muerto Saza de verdad -no como la primera vez, que fue de coña- empezamos a percatarnos de quiénes han sido los verdaderos esclarecedores de la realidad del país, quiénes la han entendido mejor y, más aún, quiénes fueron capaces de pronosticar dónde nos conduciría tras el paso apretado de una generación satisfecha de sí misma. Creímos en gente como Alfonso Guerra cuando dijo aquello de que al país no lo reconocería ni la madre que lo parió, y resulta que tenía razón, pero él no sabía de qué manera. Confiamos en predicciones de políticos, de filósofos, de sesudos estudiosos y de gente que, por llevar gafas, nos parecía más lista; y nos equivocábamos. La clave estaba, cómo no, en el Imperio austro-húngaro. Es decir, en las películas de Luis García Berlanga. Y en personajes como los que interpretó Sazatornil, el cómico que disparó al sol por atreverse a salir por occidente.
Nuestros ayuntamientos siguen siendo como aquel que regentaba Pepe Isbert, esperando a Mister Marshall y siguen dándonos la explicación que nos deben, siguen urdiendo festejos en los que nos vestimos de andaluces… Pero esta vez el arte se quedó corto, la chirigota ha sido superada por el suceso. Durante las últimas décadas, La escopeta nacional podía haber sido el libro de ruta de la legión de vendedores de porteros automáticos del país, cuya nómina superó con creces cualquier posible parodia: ese industrial catalán honrado a carta cabal (ni una letra protestada) se sonrojaría con el caso Palau, los Pujol... En Patrimonio nacional podía haber figurado sin problemas aquel tipo que tenía un Miró en el váter, el que organizaba visitas papales o aquel otro que mandaba sms a su tesorero después de pillarle en Suiza con todo el botín… Y, finalmente, en estos tiempos de histriónicas cuentas pendientes, la referencia es Todos a la cárcel. ¿Cómo no iba a ingresar en una prisión el tipo que, precisamente, había descubierto la placa inaugural? Qué clarividencia, qué sindiós.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 25/7/2015) 

domingo, 19 de julio de 2015

Estilo



 
En esta tarea que puede suponerse fútil o espontánea en apariencia y en absoluto es concebida de tal modo si uno se lo toma en serio, de escribir un texto semanal que acabe en el costado de la página de un periódico con la aventurada forma de un contrafuerte repleto de letras, tal como en casi todo argumento uno puede escoger escribir de manera algo morosa y sin ánimo de imaginaria porfía y mucho menos real ofensa; con un tono suave, comedido y no exento de cierta contemporización con futuras discordias de quienes a menudo aguardan con el hacha levantada, prefiriendo en todo caso el argumentario, el desarrollo de razones, pros y contras, que pongan en su sitio un tema o una cuestión que, por general o concreta que sea, siempre será digna de análisis sopesado, destinada, bien es cierto, a juicio subjetivo, sí, pero abordable sin excesivo partidismo, de forma que el autor comprometa su punto de vista lo justo como para no caer en las tendenciosidades tan habituales por desgracia en la inflamable e inflamada prensa hispana; buscando, en definitiva, en el estilo, un estilismo que sofoque, recate o atempere la soberbia de alzarse a pontificar en tribuna pública sin a menudo tener más idea que los demás, y procurando que lo que se diga en tan sumaria como cortísima retahíla sea al menos del agrado en lo gramatical y sintáctico, y en resumen, que aunque no lo fuere en lo contenido, sí lo sea en el continente, ya que el estilo no sólo es una posición, también consiste en un atributo, la categoría que lo dicho adquiere gracias a la forma de decirlo, tan determinante o más que aquello primero.
Aunque... Esto mismo podría escribirse así. Lapidariamente. Incontestable. Como gusta ahora. Con puntos. Sin comas. Con determinación. Con el aplomo y la seguridad de las protestas secas. Cargadito de razón. Cortante. Sin apenas verbos. Con algún taco que otro. Joder. Me cago en todo. Ahí queda eso. Y blablá.
Hoy no sabía de qué hablar: es verano, y la actualidad sestea.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 18/7/2015)

domingo, 12 de julio de 2015

Redes

El juego de palabras es tan antiguo como las propias palabras: nos enredamos en las redes. Redes sociales, las llaman, pero en el fondo son una nueva manera de relacionarse que no estamos seguros desmantele la sociedad tal como la conocemos para tejer otra quién sabe si con el nudo algo más prieto, con la trama más fina.
Las redes conforman un mundo propio, a imagen y semejanza del que querríamos fuera nuestro mundo, una burbuja de seres que piensan como nosotros y nos ofrecen su lenitiva aquiescencia, su asentimiento y aplauso a todo cuanto colgamos de ese tendedero, una celebración de la cotidianidad, una fiesta perpetua de bonhomía y felicidad, plena de mentideros. Fotos, comentarios, sonrisas y lágrimas, enlaces con noticias, chistes y música,  burlas y disidencias de salón levantan a nuestro alrededor una feria de vanidades en las que somos los amos con el poder de un solo clic: elimino, añado, me gusta o no, sigo, me siguen…

Y Twitter, ese festival del latigazo ingenioso, del nervio en la escritura. Hace unos años se puso de moda Baltasar Gracián entre los brokers gracias a una edición que, en escasas páginas, entresacaba sus aforismos y más agudas sentencias. Pero Gracián sobre todo era un escritor de fondo. Sus obras, gruesos volúmenes donde tales máximas ocupan un lugar en un río caudaloso de prosa urbanizada y lenta. Las frases de Gracián no eran Gracián, como no son Cervantes tantas citas (verídicas o apócrifas) de las que tiramos a la menor ocasión. No se puede ser ocurrente siempre. Es más, está empezando a suceder que lo más ocurrente es callarse. Que se lo digan al concejal madrileño Zapata, lapidado públicamente por una estupidez infamante de hace años: una docena de palabras han pesado más que décadas de activismo social. Hay quién triunfa al revés: una frase oportuna disimula años de ignominia pública. El mundo es injusto, pero si lo resumimos en una frase, como hace un epitafio con una vida entera, la conclusión es aún más injusta.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 11/7/2015) 

Referéndum


Casi siempre la lógica resulta ser un toro que reconocemos cuando pasa de largo. Somos toreros de barrera. Le otorgamos esa vitola -“normal”, decimos-, una vez ha sucedido: no pretendan que la lógica sea prospectiva, es retrospectiva. De ahí que, aunque pocos lo previeron y menos lo previnieron, el referéndum griego se nos ofrezca como un producto depuradísimo de una tradición precisamente griega: la del silogismo. Y en todos los silogismos, su resultado, sea cual fuere, dejará en evidencia a los señores del dinero, que tanto se empeñan en agradar a los mercados, esos dioses persas, de regusto suntuoso y elitista, en perjuicio de los pueblos soberanos, esas viejas divinidades con rasgos humanos de los combatientes de Salamina.
Durante la última crisis económica hemos comprobado como se han aplicado con estricta disciplina unas normas financieras no sometidas al dictamen democrático, por gobiernos que, como el nuestro, fueron elegidos sin revelarlas y, por ende, con un programa político opuesto al que aplicaron finalmente. ¿Es eso legítimo? ¿Pueden defenderse con patrones democráticos los salvamentos de empresas y el hundimiento de un país, con raseros claramente desiguales para este último? La pregunta que se hace a los griegos no es si aceptan el plan de la troika, si quieren el euro o la dracma, si siguen en Europa o se van. Esa es la pregunta que los señores del dinero pretenden, pues no conciben (o no quieren evidenciar) la posibilidad de otro escenario. La pregunta que se les hace y que los griegos hábilmente nos trasladan es si queremos esta Europa, este euro, este sistema, o es posible otro. No es un referéndum, es un ultimátum.

Si Europa va a comportarse como un ente demócrata basado en una voluntad política, si las finanzas están al servicio del bienestar de sus ciudadanos. Si todo lo que nos han dicho de la construcción europea, de la política, de la historia que queremos es cierto, Grecia debería ser más Europa después de esa votación.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 4/7/2015)