Cuantiosas manifestaciones artísticas tienden a poblar sus soportes
con una plétora de motivos. A menudo ese abigarramiento deja apenas resquicio para
imaginar lugar donde exista algo diferente o no haya nada. Los historiadores
bautizaron ese comportamiento, se supone que propio de civilizaciones antiguas
(no solo) o de actitudes primitivas o infantiles (tampoco), como horror vacui, horror al vacío, apreciando
en él una aversión hacia lo otro, lo exterior o lo que difiere de un mundo compartido
y seguro. Traducción formal del miedo a lo desconocido. Son pocas las culturas
que han sabido complacerse en la ausencia y lo extraño reservando un lugar de
privilegio a esa nada que eleva cualquier presencia a la categoría de una
aparición.
En nuestros días, las pantallas negras reproducen ese mismo horror. Su apagón aterra. El vacío
provoca también una desazón narrativa que sigue cultivando la ciencia ficción
como territorio temible, escenario de tragedias y morada del frío y la muerte.
También los parajes desérticos, solitarios o abandonados participan de esa
condición angustiosa y a menudo vaticinan una tragedia, sentenciados a
reproducir aquella que los convirtió en lo que son. Hay quien dice añorar
cierto vacío, lugares inexplorados y blancos en la cartografía, pero queremos
que la experiencia de lo incógnito sea organizada por una agencia de viajes. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/apetencia-de-vacio
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 06/09/2020)