lunes, 23 de diciembre de 2013

Independencia





Cataluña es una nación (esto ya lo he escrito otras veces). Es posible que no lo sea para usted, pero eso no importa mucho. Importa que lo es para un número de catalanes suficiente como para tomárselo muy en serio. Y que otro número también muy considerable quiere que esta sea ocasión para formar un nuevo Estado, incluso para que sea independiente. Y ya se sabe que las cuestiones no desaparecen con ignorarlas o hacerlas de menos, como hace el gobierno de España. Así, normalmente, sólo empeoran.
Y vista de esta manera, la cuestión es si ha de ser una nación hermana o un miembro repudiado de la familia que acabará por irse de casa. Si las leyes van a comportarse como un rígido y asfixiante corsé o como un “marco” -ese tópico habitual para referirse a ellas-, que cobije la realidad y se adapte, por tanto, a su extensión y características. Si los pueblos van a hacer valer su usual sensatez o prevalecerá la ineptitud congénita de la derecha que se enroca en presupuestos vetustos y autistas o la caza de réditos políticos inesperados para cierto independentismo. Si las cosas se van a hacer a las bravas y en el peor escenario posible o se pueden hacer mejor. En definitiva, si esto va a ser una oportunidad o un problema. Una oportunidad para redefinir unas relaciones tantas veces tirantes y ahora turbias y enturbiadas a posta -¡qué oportunidad perdida aquel estatut!- y convertirlas en algo de lo que podamos enorgullecernos. Una oportunidad para mostrar que sabemos convivir y solucionar los enfrentamientos. Una ocasión para demostrar inteligencia, no para exhibir cerrazón.
Y sí, quizás usted tenga razón si piensa, muy sensatamente, que este es un asunto utilizado como cortina de humo para ocultar problemas más acuciantes. Pero sí es así, pregúntese: ¿cortina sólo para unos o, también para quienes poco o nada hacen por resolverlo? Y, si no es tan grave, ¿por qué no lo zanjamos de una buena vez mirándolo de frente, y a otra cosa? Que ya va siendo hora...
(Publicado en La Nueva Crónica, el 21/12/2013)

lunes, 16 de diciembre de 2013

Política




Se escucha corrientemente como un tópico de esos que no es necesario comentar porque pone de acuerdo a todo el mundo. Los políticos, esa gentuza. La política, esa vileza. Y no es cierto.
Los reprobamos porque algunos de ellos (siempre demasiados) a menudo se comportan como si lo de todos fuera suyo, como si les hubiéramos dado licencia para hacer lo que les diera la gana. Y suelen hacerlo, además, con una zafiedad tabernaria que nos avergüenza de forma ajena y también propia, ya que nos representan a todos. Cuando nadie les mira se comportan como gañanes, y en sus simulacros de atareamiento, desfilan apresurados hacia despachos y poltronas despotricando a voces y repartiendo humillaciones y broncas a unos subordinados que los desprecian pero que son demasiado educados o tienen demasiado miedo para pararles los pies. Sin embargo, cuando les miramos o lo hace el objetivo de una cámara, perpetran muecas sonrientes y frases mecánicas y ampulosas cortadas por un mismo e insulso patrón, entre pomposo y bufo, que nos resulta estomagante y aburrido. Jamás se excusan. Jamás reconocen un error.
Hacen gala de una intemperancia exultante o desenfadada para simular la llaneza de la buena gente que no son mientras maquinan represalias y rumian supuestas ofensas de quien no rinda la pleitesía que ellos ofrecen a los jerifaltes de sus camarillas. Se creen sus prebendas por haber sido elegidos por la voluntad popular -afirman categóricos-, ignorando adrede el sentido de ese voto y que nadie les vota por ser, precisamente, ellos. Y menos lo harían si supieran cómo se comportan. Otros, que también se tienen por políticos, ni siquiera han pasado por elección alguna, ni tienen oficio o beneficio que no sea medrar de lo público a base de arrastrar su sumisión ante quienes les apadrinan y les proporcionan una canonjía tras otra.
Por eso y por otras cosas, se nos hacen tan aborrecibles, pero eso no es la política. La política es, precisamente, todo lo contrario.
(Publicado en La Nueva Crónica el 14 de diciembre de 2013).

martes, 10 de diciembre de 2013

"Prensamientos"




He aquí este nuevo periódico; semana y pico cumplida. Y parece que fue ayer. Mirado con calma, no ha quedado nada mal. Y es que hace ya tiempo que nos caímos del guindo: aquello de los medios de comunicación y sus supuestas misiones de vigilancia del poder, trasmisores de conocimiento y crítica razonada, discriminadores de información y opinión, y todos esos tópicos arrumbados del género... Libros de estilo, ¡qué polvorientos artilugios!
Hoy más que nunca el lector de prensa (tipo en vías de extinción) es consciente de que estos medios se mueven al son de ingresos publicitarios casi siempre monopolizados por los feudos locales, y de intereses empresariales y de poder afines a tendencias partidistas. Y hasta al de los partidos políticos, que en cada gobierno grande o pequeño adocenan o maniatan una prensa a menudo tan depresiva como furibunda. Más que leer, el lector interpreta; descifra qué hay tras cada dedo que señala, tras cada mano que se esconde.
Por eso, cuando a uno lo invitan a escribir (de gratis) en uno de ellos (y no es el primero), tras digerir el halago y constatar que si acepta es por el vicio insano de que alguien lo lea -las casualidades existen-, llegan días en que no sabe cómo hacer honor a ese tan franco privilegio como depravada afición. Podía, eso sí, haber buscado un diccionario de citas y haber ensartado una tras otra sin decir nada propio que no sea una simpleza... Hacer humo es facilón. O en plan paisanín, evacuar unos chascarrillos para una sonrisa fácil, que buena falta hace. También está el anecdotario, tanto más sabroso cuanto más ficticio. Y, por supuesto, el agravio y la mofa, que de esto se nutre gran parte de la “opinión” del plumilla a partes alícuotas. Pero no, para esto no merece la pena el tecleo. Al menos, respeto por uno mismo y por los demás; y en ese orden, que con el primero, el ajeno viene añadido. Y sólo si han leído hasta aquí, sepan que les aprecio. Eso sí, sin exagerar. Que corra el aire.
Luis Grau Lobo (La Nueva Crónica, León, 7/12/2013, donde, por cierto, fue publicado erróneamente con el título de "Pensamientos")

miércoles, 4 de diciembre de 2013

INVOLUCIÓN



Con esta entrada comienzo a publicar aquí mis artículos de opinión, que aparecen los sábados en La Nueva Crónica, el periódico impreso que se publica desde el pasado 28 de noviembre de 2013 en León y que no cuenta con web propia.


Venían diciendo que iban a arreglarlo y cómo lo harían. Y llegaron precisamente porque decían eso. Pero mintieron; desde el minuto cero. Y esa quizás sea la principal diferencia. Todos los gobiernos mienten, y por ese motivo acaban por perder las elecciones, o eso que se llama “la confianza del electorado”, pues quien miente la pierde. Irremisiblemente. Por mentir la derrochó González, que se enteraba por la prensa de las cosas que sucedían durante su mandato; la despreció Aznar, que la cambió por una foto y un gesto de altanería tras otro, y la defraudó Zapatero, que se dejó arrebatar sus convicciones sin darse cuenta de que eran las de todos. Pero en esos casos las legislaturas estaban ya avanzadas o tocaban a un circunspecto acabose, anunciado por todos los heraldos, y las falsedades se entendían como las guindas de un pastel mucho tiempo atrás horneado.
Esa es la diferencia: estos nos han mentido desde que empezaron. Y no sólo han logrado ahondar más la brecha entre ciudadanos y políticos, no sólo han despreciado la inteligencia de sus votantes y no votantes, burlándose de su buen juicio con una patraña tras otra, con un disimulo torpe tras otro, sino que, tal vez llevando a cabo el mayor fraude de nuestra “joven” democracia, ganaron diciendo que harían lo contrario de lo que han hecho desde el primer día. Y además, Bárcenas.
Y por si fuera poco, en una última vuelta de tuerca se empeñan ahora en taparnos la boca con leyes y medidas que pretenden rebajar la calidad, la solidaridad y la decencia de nuestro sistema y nuestra sociedad, retrotrayéndolos a los términos de los primeros años ochenta, sino antes. Así que muchos ciudadanos, asustados e indignados, degradados y escarnecidos, empiezan a percatarse de que ya no es que haya que hacer la revolución, como solía, si no que se trata de evitar que nos hagan la involución que nos vienen cocinando con la excusa de la crisis. Desde que empezaron a gobernar engañándonos a todos.

Luis Grau Lobo (publicado en La Nueva Crónica, el sábado 30 de noviembre de 2013).