miércoles, 23 de marzo de 2016

Diputaciones



 
A diferencia de lo que pudiera parecer, la simplificación de los mensajes suele perturbar la comunicación. Sucede con lo de las diputaciones provinciales: quienes las rigen se dedican a amedrentarnos con el supuesto de que su desaparición provocará el acabose del entorno rural del país. Esa afirmación, además de presuponer alegremente que lo rural está bien atendido, revela el alto concepto en que se tienen algunos. Precisamente, el sentido de la reforma no ha de mediatizar una justa administración de los recursos destinados al territorio provincial, sino lo contrario: que dejen de depender de cierta política o de los antojos de un grupo de diputados elegidos indirectamente. Se trata de que las diputaciones (o como se llame lo que les sustituya) prescindan de lastres, no de que se abandonen cometidos necesarios. Se trata de que no existan dos administraciones paralelas y coincidentes en rifirrafe como son diputaciones y delegaciones territoriales autonómicas; se trata de que se modernicen comportamientos caducos y se racionalicen recursos limitados. Quizás quienes desaparecerían de ese mapa serían únicamente los señores diputados provinciales; pero, por fortuna, ellos no son las diputaciones ni la fuente de los recursos destinados al campo. Que los grupos de la Diputación leonesa hayan anunciado ufanamente el final de la distribución de los fondos de que dispone según criterios políticos (gran eufemismo) confirma que así se ha hecho hasta ahora y, por extensión (aunque quizás no fuera su propósito), que si no se va a hacer más, si esos repartos se van a fundamentar en criterios objetivos y técnicos, ya no es precisa la intervención de ese sanedrín político. Que se acaben esas arbitrariedades también podría significar que a partir de ahora sólo quedarán por erradicar de las diputaciones costumbres acendradas y muy decimonónicas como las que se mencionaron al hilo del juicio por el asesinato de Carrasco. Esas que, por desgracia, no se juzgaron.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 19/3/2016)

lunes, 14 de marzo de 2016

Bárbaros




Empecinados como estamos en las disyuntivas de nuestros días, a saber: si prestar más atención a la hipotética formación de un tambaleante e improbable gobierno por parte de líderes esponjosos y fatuos, o a la erupción judicial de tantos años de podredumbre institucional en partidos que se rasgan las vestiduras y se ponen otras nuevas sin dilación, despreciamos (¿por lejano, por ajeno, por embarazoso…?) uno de los problemas clave de nuestro tiempo; como si no viviéramos en el mundo, esa tradicional predisposición hispana. Los refugiados. Históricamente, los refugiados retratan dos países, dos territorios. Uno, el de partida, del que denuncian una situación insoportable para la vida de quienes lo abandonan. La miseria, la tiranía o la guerra suelen ser los motivos de este desarraigo. Y si su derecho es buscar un lugar mejor, nuestra obligación es respetar esa durísima decisión sin violar sus derechos, sobre todo aquí, que tanto presumimos de ellos. El otro, aquel país que anhelan alcanzar o en el que se detienen, se define con mayor fidelidad aún: la hospitalidad que dispensa dice todo del espíritu de un lugar y sus gentes. Y el nuestro está podrido. Mucho más que los comportamientos que airean los juzgados.
Todo, en este asunto, provoca enorme vergüenza: los miserables compromisos de acogida, incumplidos todos, las imágenes, las cifras, el trato inhumano, la vena fascista de algunos gobiernos, tan penosamente evidente, tan útilmente esquivada en toda “cumbre”. Que ahora se pretenda comprar la deportación de miles de personas con el trapicheo de un futuro en la Unión para una Turquía que no cumple mínimos de respeto a los derechos humanos, solo indica que es Europa la que está bajando el listón en ese terreno, quizás para equilibrar las cosas, para hacerse menos Europa, para enrocarse más. Tenía razón aquel poeta griego de Alejandría: “¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?” No llegaron, no eran ninguna solución. Éramos nosotros, los bárbaros.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/3/2016)

domingo, 6 de marzo de 2016

ARCO



 
Íbamos y volvíamos en el día, en trenes y autobuses que entonces tenían apellidos (regionales, de línea), con la mochila sujeta por ambas tiras a los hombros y un bocata dentro, con los ojos abiertos como peces boqueando y el espíritu inquieto de las grandes citas, el de las ocasiones memorables que se saben memorables antes de que sucedan. Entrábamos en tropel, envueltos en una excitación voraz que no dejaba rincón sin escrutar, sala sin considerar, obra sin ser comentada. Acabábamos exhaustos pero felices, como después de celebrar nuestro bautismo en una religión llegada de tierras exóticas y sabias, y tan nueva y distinta que había de salvarnos a todos, tristes aldeanos crecidos entre barbarie y tinieblas. Regresábamos infectados del virus que había de mutarnos en seres trascendentes y, sobre todo, modernos, absolument, comme il faut. Allí no se vendía sino nuestra alma eufórica, virginal.
Se accede ahora tras cribas tecnológicas, códigos de barras, tarjetas plastificadas, cuarenta euros de tarifa. La mochila debe ir al guardarropa (tres euros más, el abrigo aparte). Dentro, la fauna que hace tres décadas tomó posesión de esta tierra de promisión, vaga displicente por los pasillos: feria de vanidades, de divinidades menores que caminan creyéndose reconocidos aunque nadie les mire. Aquí, un Mercedes Benz pintado por un artista indio (creo); allá, un chaval camina hacia atrás en gayumbos mientras otro dispone láminas de pan de oro sobre su piel desnuda. Les escolta una breve cohorte de periodistas, pero nadie más presta demasiada atención. La escultura de Cristina Iglesias le parece soberbia a todo el mundo, pero todos coinciden en que este no es su lugar, de hecho, su mérito estriba en que, en el interior de esta obra, se siente uno en otro lugar. Alguien bosteza, alguien camina apurado hacia uno de los muchos bares, alguien fuma a escondidas en el baño. Es ARCO, la feria de arte contemporáneo más grande del país. Y sí, la feria sigue siendo grande.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 5/3/2016)