domingo, 27 de septiembre de 2015

Cárteles



 
Cártel es palabra curiosa. Con tilde o sin ella, y procedente (¿casualidad?) del alemán, remite a una alianza discreta o secreta llamada a usos monopolísticos y privilegiados que perjudican, normalmente, a todos los demás. Hace un par de meses, la Comisión nacional de la Competencia multó a la práctica totalidad de las marcas de coches presentes en España por prácticas de cártel durante siete años (2006-2013). De aquellas empresas, que tuvieron que abonar más de 170 millones de euros en total, una libró; la que acusó a las demás para no afrontar la sanción. Por lo visto, en el argot les llaman “solicitantes de clemencia”, o sea, chivatos. Se ahorraron 40 milloncejos y hablamos de Seat-Volkswagen. No hace falta que pormenoricemos qué está pasando ahora con la Volkswagen (el coche del pueblo, esos nombres traviesos…). Trampeando, instalaron un software que detectaba los momentos de escrutinio para engañar a los verificadores de emisiones nocivas y así mejorar las prestaciones de sus vehículos. Mientras, nos halagaban los oídos con BlueMotion, Think Blue y todas esas chorradas en inglés que parecen decir algo solo porque están en inglés. O en alemán: Das auto.
En la política no hay tribunales ni comisiones de la competencia que verifiquen acuerdos monopolísticos y trucajes que limitan las emisiones nocivas solo en períodos de campaña electoral. Tampoco se conocen multas por incumplimientos de contrato o pérdida de fiabilidad. Lástima, así nos va.
Por bajar al nanomundo, en León también hay prácticas de cártel. O, más bien, de cartel. Hace unos meses, Ayuntamiento y privados implicados acordaban con movimientos ciudadanos que los carteles de fiestas iban a dejar de materializarse en el corralito cutre que suelen. Pero el tiempo pasa y creen que con ello se desinfla el entusiasmo y a la gente acaba por darle igual la imagen de la ciudad con tal de que pongan morcilla. En las tabernas y en los impresos. Qué pena de cartel. Qué talante de cártel. Das auto.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 26/9/2015)

domingo, 20 de septiembre de 2015

Melancolía



 
Si cada época siente y padece de una determinada e irrepetible manera, cuenta con un espíritu distintivo, un Zeitgeist como dicen en los tratados, quizás sean éstos tiempos de ira y desencanto; tiempos, tal vez, broncos a la par que melancólicos. Consiste ésta, la melancolía, en un sentimiento que definen de desigual forma los diccionarios, tan groseros e inútilmente pedagógicos para estos casos, a como lo hace precisamente todo un período, toda una generación, y a como la revelan sus formas de expresión, sean artes, literatura o música, sea mediante la sensación que se obtiene de contemplarla, retrospectiva y especularmente. Cuando hacemos eso, echar vistas atrás, nos miramos a nosotros, pues toda retrospección es introspectiva. Y cuanto más desapasionada, más perspicaz.
Por poner un ejemplo más que notable, de ahí que el llamado enfáticamente “Siglo de oro español” al que constantemente regresamos, pueda hogaño descifrarse sin los espasmos nacionalistas de antaño y a tenor de nuestro Zeitgeist. Podemos al fin tenerlo por una temporada en el purgatorio de la hipocondria creativa, una suerte de hemorragia de la “bilis negra”, un meditabundo pero en absoluto rendido desfile de una legión de atrabiliarios hijos de Saturno, llamados a sigilosas y críticas batallas y a conquistas más perdurables que las armadas. Un ejemplo, un espejo.
De ahí que contemplar, con la vista hacia dentro y el ánimo alertado, algunas de las piezas de la exposición temporal “Tiempo de melancolía” se convierta no sólo en experiencia instructiva y uno de los acontecimientos expositivos del año en España, sino también en una muestra de tesis encaminada al autoconocimiento, como debería ser toda exposición, todo museo, todo acto de cultura. Por lo dicho y mucho más, ahí va la recomendación: en Valladolid, apenas a 130 km (aún sin autovía ni AVE…), en el palacio de Villena, sede aneja frente al Museo de Escultura, y hasta el 12 de octubre. Y gratis. No se la pierdan, por favor.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 19/9/2015) 

domingo, 13 de septiembre de 2015

Vendetta



 
A veces, demasiadas veces, da la impresión de que también en lo público, todo es una cuestión privada, personal. De venganzas, fobias, filias y demás temas entrañables (procedentes de las entrañas). Da la impresión de que se mueven montañas solo si el enemigo las escala, de que las sillas se tambalean si determinada persona se sienta, de que la cama se hace para que no se acueste alguien. Y como el valor en la mili, la podredumbre se les supone a todos, pero sólo merece un escarmiento si alguno se sale del guión, de los límites permitidos, según reglas que también a veces da la impresión de que se nos escapan, porque ni están escritas ni se dicen en voz alta, como las de la omertà. Son cabezas de caballos que uno encuentra al despertarse.
Que los nacionalistas de CDC (antes Convergencia, ahora divergencia), que parecían buena gente para aliarse en caso de necesidad (véase la legislatura normal de Aznar) de repente mean fuera del tiesto, en plan que se pasan de independentistas, pues se busca en el cajón de la porquería y se les aplica el correctivo pertinente. O sea, se manda gente de uniforme a su sede a por papelotes comprometidos, y después afloran en titulares de todos los periódicos. Y así con todos, con el Partido Popular (más impopular que nunca), con los socialistas (para qué decirlo), con Unión progreso y… (¿unión?). Y llegado el momento del escarnecimiento público, los demás actúan como el gendarme de Casablanca a la salida del casino. Qué vergüenza más ajena.
Quizás por estar en casa del herrero y porque ninguna cuña como la de la propia madera, todos saben muy bien los votos que se pierden con eso de las pudriciones y las ilegalidades. Así que las campañas electorales, que antaño solían criticar las decisiones del gobierno de turno, se concentran ahora en sacar la basura a la calle, para que la olfateemos todos, aunque en las sedes de los partidos cada vez da más la impresión de que padecen el síndrome de Diógenes. Y el de Vito Corleone.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/9/2015)

lunes, 7 de septiembre de 2015

Víctimas



 
Leemos que mueren niños y pasamos la página. Vemos fotos desgarradoras e imaginamos otras peores aún, que no llegan a publicarse, y cerramos los ojos. Pero aparece un niño vestido como nuestros hijos, ahogado en una playa como las playas de donde acabamos de regresar este verano y sin una madre que corra hacia él, porque la sabemos muerta también y, entonces, nace un símbolo. De la mierda de Europa que estamos construyendo, erizada de alambradas y privilegios, cada vez más autista y elitista. De la incompetencia de nuestros dirigentes, algunos provistos de parecidos sentimientos a los que alumbraron las peores épocas de nuestra historia. De la deriva de un mundo que se cuartea por todas partes sin remedio. De cómo atender a los desfavorecidos, barriéndolos bajo desdén, toneladas de bombas y algo de caridad. De la vergüenza que debería abrumarnos y dura el rato justo de haberlo visto y poco más. De lo fácil que es compadecerse, como hago ahora, y lo ajeno que es padecer.…
De todo eso y de más cosas, el cadáver de un crío al que robamos todo futuro ha sido convertido en un símbolo. Pero ya tenemos demasiados símbolos: imágenes de desdichados penosamente encaramados a vallas afiladas durante horas terribles de sol, fotografías de madres asidas a su angustia y a sus hijos en el andén de una estación de la que no parten trenes para ellos, retratos de personas impelidas a mendigar derechos básicos que se les niegan fríamente, de enfermos que deben suplicar papeles para demostrar que existen… Estamos ahítos de iconos. Nos gustan demasiado; así somos de pretenciosos y fatuos. Nos rasgamos las vestiduras ante ellos como quien se postra ante el ídolo y sale después a la calle reconfortado, pero no transformado. Y no son símbolos. Ni alegorías de un siglo que comienza mal de nuevo. Ni emblemas de nada. Son víctimas y merecen justicia. Eso que circunscribimos al encerradero de encantadoras y pulcras calles por el que paseamos apáticos en la carcomida Europa.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 5/9/2015)