Hasta hace poco tiempo, respecto a las iniciativas
culturales de la provincia podía argüirse el tópico reivindicativo de que el sur
también existe. Frente al orgullo que los leoneses encauzan a su variado
occidente y al montañoso norte, sus mediodía y oriente sedimentarios languidecían
entre cierto recelo fronterizo o, simplemente, un desdén tal vez irreflexivo.
Sin embargo, las cosas cambian y este verano han dado señas. Desde el valle del
Porma, la iniciativa privada sigue destellando en Cerezales (donde se amplía el
proyecto de Antonino y Cinia) y ha descendido a Santibáñez, ya se habló aquí.
Pero hace pocas semanas retoñó, ahora en lo público, con la harinera de
Gordoncillo, en el ápice sureste de la provincia.
Acudí a conocerla hace unos días, un poco con la aprensión
que su pomposo nombre me producía: MIHACALE, Museo de la industria harinera de
Castilla y León. Pues bien, esa es la única pega, fácilmente corregible, por
otra parte. En las antaño modestas harinera y panera de esa pequeña localidad
se ha encarnado el sueño de un alcalde con nombre y actitud de patricio romano,
Urbano. Si a ello se le añade el tesón de un equipo que parece haber trabajado
en silencio y con tino, y la sabia e infatigable disposición de Javier Revilla, referente de la experiencia, el apoyo de la
diputación y otro puñado de artistas para la inauguración, y, sobre todo, un
resultado a la escala sencilla pero sólida del lugar, tenemos un ejemplo a
seguir en el punto cardinal y emocional menos presumible de nuestra geografía
cultural. Sea de enhorabuena.
Ahora falta que tomen nota localidades de mayor tronío,
antaño llamadas a grandes asuntos relacionados con su maltrecho pero soberbio
patrimonio, malbaratados en disputas y titubeos. Caso de Sahagún, por poner
uno, que se empeña ahora en acoger Las
Edades del Hombre, como si tal propuesta no fuera ya, por desgracia, una
mera fuente de fatuos titulares y fotografías de los prebostes de turno. Así no;
como en Gordoncillo.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 27/9/2014)