No es fácil encontrar a alguien de mi generación y de la anterior que no haya sufrido malos tratos en algún colegio religioso. Su método de enseñanza se basaba demasiadas veces en el miedo y en una violencia a menudo fría y sigilosa que emanaba del poder atribuido a individuos no preparados y provistos de una insidiosa forma de utilizarlo. Por si alguien no conoció ese estado de cosas hoy sabemos que ese poder se convertía con frecuencia en herramienta de abusos sexuales en un entorno donde el sexo era tabú: la represión normativa conducía a callejones sin salida y a sórdidos e infames atropellos a menores. Muchos de aquellos religiosos habían renunciado a su sexualidad sin haberlo decidido sopesadamente, solo por el mero hecho de que la renuncia y el tabú eran exigencias de su organización. Esa castración la pagaron otros a un precio altísimo.
Tal situación de represión, prepotencia y despotismo se
mantuvo durante décadas, amparada por la alianza entre la dictadura franquista y
la iglesia católica y disimulada después, ya en democracia, por un Concordato
feudal y un sistema educativo peculiar en que los colegios católicos eluden normas
con demasiada permisividad y la religión sigue ocupando hueco entre asignaturas
científicas. Una situación que ha seguido escondiéndose y no es denunciada por buena
parte de la jerarquía católica sin que hasta la fecha ninguna de esas complicidades
haya sido perseguida por la justicia, impunidad que se aproxima a una amnistía corporativa,
ahora que se habla tanto de amnistías. Todo sea dicho muy presuntamente... Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/opinion/pecados-delitos-faltas_146492_102.html?fbclid=IwAR3EUsQ0wknrIzWhHMEJ5nzfS9VAtX6FkLLF33Q1OLK1Hk5-tyaRzWE6DCM
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 05/11/2023)
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