domingo, 3 de diciembre de 2023

Sendero de chalecos amarillos

 


Ha pasado media hora y el tren sigue bufando sin moverse de la estación; los pasajeros sentaditos, cuchicheando. Todo hace sospechar: las luces interiores se apagan de cuando en cuando, el motor intenta arrancar sin éxito y el revisor recorre el pasillo de lado a lado con cara de circunstancias hablando por el móvil o simulando que lo hace para no atender los requerimientos que le acechan. La pasajera que tengo al lado comenta: “esto huele mal; otra de Renfe”. Nuestros temores se confirman: un señor contrito sale de la sala del conductor (ocupamos el vagón de cabeza) y anuncia sumarísimo la avería: que subamos de nuevo a la estación y allí “nos dirán algo”. Desbarajuste de maletas, zarandeo de abrigos, un bebé que llora, un perro que ladra, un señor que blasfema, unas chicas que ríen nerviosas.

Chamartín está en obras y apenas hay sitio para nosotros porque el tren iba repleto. Nos estabulan en la zona restringida tras el control de equipajes, donde no se puede comprar nada para comer, sentarse o siquiera orinar. En el panel de anuncios, que miramos fijamente con ansia, como si hacerlo provocase el milagro, a nuestro tren acompaña un mensaje: “oportunamente se anunciará”. La oportunidad es ya, pero no. Al mismo tiempo, muchos recibimos un correo electrónico de Renfe que leemos con ansiedad: informa -ahora- de que nuestro tren está averiado. Miramos al cielo y, de nuevo, al panel. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/opinion/sendero-chalecos-amarillos_148032_102.html?fbclid=IwAR32dnCumEmm6yiieN0XIL3ktYkX0vu8PHPFOZBITL33tbPV8PYx-k437ww

      (Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 03/12/2023)

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