Una de las cosas que más se extingue en verano, aunque sea
de manera contingente, consustancial a su carácter de “temporada”, es la
sensación de realidad, la perentoria impresión de estar en el mundo, el interés
por habitarlo. Esa rueda que no cesa de girar, aparenta detenerse por unos días.
Un tiempo fangoso sin apremios y sin certezas se despliega bajo nuestros pies
enchancletados. Cierto es, he de advertirlo previamente, que la sensación dista
de novedad o extrañeza. En los últimos tiempos retroceden a marchas forzadas viejunos
conceptos como la verosimilitud, la autenticidad o la coherencia. Pásmense con Trump,
of course. Vivimos un verano
perpetuo, y no es por el cambio climático. Pero no me refiero a ese quebranto
patrimonial del raciocinio, que sí eleva peligrosamente una irredimible prima
de riesgo, sino a otra suspensión de la realidad con carácter estacional,
achacable a las insolaciones, las bebidas carbonatadas o los esforzados tránsitos
intestinales y viarios. El país se puebla de expedientes X y la verdad no está
ahí fuera, que hace mucho calor, sino a la sombra de una sombrilla, qué
maravilla. El sentido común se va a la playa, producto de una falta de interés
epidémica, risueña, amodorrada. Véase: se ojean periódicos al azar, casi sin
pretenderlo, y se encuentran reportajes lánguidamente irreales, carentes de
atractivo alguno. Declara un presidente del gobierno en los juzgados y, aunque
todos sabemos que miente (presuntamente), bajo juramento esta vez, nos preocupa
más el sabor algo avinagrado de la ensaladilla rusa. Lógico. El caso está
resuelto hace años, y sin embargo the show must go on. Otrosí, entre Cataluña, Venezuela
y demás destinos turísticos, se nos olvida hasta quejarnos de lo mal que va
León (y de los sitios que, por desgracia para ellos, no son León). En medios
más de cercanías, otro show: declaran los siete sabios del milenio que viene (el
cuarto) sobre el copón bendito como si fuera el gato de Schroedinger. Un bostezo
corta la risilla floja. Esperamos el definitivo testimonio de Terry Gilliam, que
él sí que sabe. O de Dios, que, según afirman, está en el ajo.
La noticia de mayor enjundia y trascendencia del verano ha
sido el estreno de la temporada de Juego de Tronos (GoT para los iniciados). Este
serial no se rinde a la galbana veraniega porque su invierno siempre inminente,
siempre presente, nos sitúa en una estación sólida, lejos de figuraciones y
espejismos. Por eso triunfa la novela negra escandinava, la sangre sobre la
nieve se distingue muy bien. En verano, sin embargo, matamos el rato en una
canícula sin contrastes. Añorando las emociones del black is black. Y el
momento en que volveremos a casa, o al otoño, que es más o menos lo mismo. Y
entonces, el negro será negro como solía. O no. Bad is bad. That I feel so sad. It's time, it's time. That
I found peace of mind. Ooh-Ooh. What can I do.It's gray, it's gray…
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