Ahora que el
Profeta ha perdonado al hebdomadario parisino Charlie, y dejando totalmente aparte y más allá de estas líneas,
por supuesto, la tragedia criminal acontecida, quizás no esté de más preguntarse
por la actitud de nuestra prensa a propósito de eso precisamente. De los
“perdones” que adeuda, las excusas que esquiva, las rectificaciones que hurta,
los traspiés que disimula, los intereses ajenos que oculta y el daño que hace a
quienes, justos por pecadores, se ven atropellados por sus rodillos
inmisericordes que ensucian de negra tinta un día para mirar hacia otro lado al
día siguiente. Instalados en estos tiempos de justas cóleras y cruzadas inflamadas,
en este aluvión de podredumbre que hace cuentas con un pasado obsceno y acomodaticio,
a menudo los titulares de prensa no discriminan, y más allá de los libros de
estilo, arrinconados en polvorientos cajones de sastre, se vierte porquería
sobre tirios, troyanos y adláteres con una ligereza carente de escrúpulo o
responsabilidad.
No sería mala
cosa que la prensa empezara a preguntarse sobre su papel en este gran ajuste de
cuentas, en el que los satíricos libran más que los “serios”. Sobre su papel de
antaño, sobre a quiénes encumbraron, quiénes protagonizaron las portadas complacidas
y las fotografías risueñas de esos tiempos de Gatsbies de cercanías y quiénes (y por qué) se rindieron (y se
rinden) a los pies de qué becerros dorados en cada titular, en cada lisonja, en
cada investigación que entonces no quisieron o no pudieron hacer y ahora parece
tan espontánea. Muchos se rasgan ahora las vestiduras como si pasaran por aquí casualmente
y se sintieran ofendidísimos por descubrir juego ilegal cuando llevan tanto
rato apostando en el mismo casino. No estaría de más que junto a cierta
contrición hubiera un propósito de enmienda que les comprometiera con una
profesión tan necesaria como meritoria. No estaría de más que comenzasen por reconocer
algunos errores y por pedir disculpas; de vez en cuando.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 17/01/2015)
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