Imagínese. Comenta con alguien, por ejemplo, que usted se ha quedado en paro y le responde que cuidado, que los parados caminan con los ojos cerrados. O unos días van en bici y otros huelen bien, puestos a citar clásicos. Y leen a Faulkner. Nada como un comentario absurdo para destrozar un hilo argumental razonable y serio. Se acabó la discusión. Aunque usted, afectado, pensará: este es idiota.
“Se comen a los perros, se comen a los gatos, se comen a las mascotas de la gente que vive allí”. Son palabras de Donald Trump a propósito de los inmigrantes. Que se comen a las mascotas. Parece una burla estúpida, una boutade surrealista o, por supuesto, un capítulo onírico de los Simpson. No en vano se refiere a Springfield, Ohio, uno de los cerca de setenta Springfield de Estados Unidos. No: es una infamia malintencionada e interesada.
Era un debate, se supone que un diálogo para confrontar pareceres sensatos. Pero la incomunicación, cuando no se comparte el mismo código, no precisa teorías del lenguaje, solo mirar la cara de la candidata Harris cuando escucha ese disparate: entre la hilaridad y la estupefacción. Lo mismo le ha pasado a la gente de esa pequeña localidad, donde conviven con inmigrantes sin problema alguno: primero han alzado las cejas y luego se les ha congelado la sonrisa en la cara ante la sucesiva avalancha de estupideces a cuenta de ser el foco de atención. La demencia, que algunos llaman negacionismo confiriéndole con ese sufijo “ismo” el valor de una corriente de pensamiento, se ha convertido en una alternativa, una opción política y una forma de argumentar. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/opinion/they-are-eating-the-dogs_162822_102.html?fbclid=IwY2xjawFnHspleHRuA2FlbQIxMAABHQC0KRI4omC13Ro4XrLrR6-Qx7F1I2-iYZpS7mtvQ1BgUXhLMogLbN5ZNQ_aem_X8CTKAtUREN9adi79vFH1g
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 22/09/24)
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