Me resulta muy
violento que entre veinte personas acumulen más riqueza que el veinte por ciento
de la población española. Me parece violento en exceso que casi todo ese enorme
número de gente no pueda ganarse la vida, que no tengan para calentarse en invierno
y apenas para comer todos los días en un país que se dice moderno, europeo, democrático
y todas esas cosas. Me provoca una violenta rabia que la mayoría de las
empresas del IBEX 35 tengan enclave en paraísos fiscales para no pagar
impuestos en su “patria”, o que los bancos no aplacen el pago de un euro a
nadie, ni siquiera a una familia que se queda en la calle, pero entre todos
hayamos saldado sus deudas y, lo que aún es más violento, contemplemos la
impune desfachatez y el latrocinio de gran parte de sus gestores, la forma en
que nos estafan. Saca de mí la parte violenta que todos tenemos que España sea
uno de los países del mundo en que más ha aumentado la desigualdad y que, en
estos últimos años, los salarios sólo hayan bajado para las rentas medias y
bajas, la precariedad laboral se haya hecho norma y normal y se deprecie a
niveles vejatorios el esfuerzo de los que menos tienen, mientras se blindan los
privilegios económicos de los enriquecidos a costa de todos. Me enerva con
violencia que se recorten derechos y servicios básicos para convertirlos en
negocios privados de esos mismos tipos. Y me causa arrebatos violentos contemplar
como un alcalde en combinación con uno de los “señores del ladrillo” pretende
gastar una morterada de dinero en obras innecesarias y contrarias a los
intereses de sus ciudadanos en un barrio azotado por la necesidad y el abandono.
Todo esto, y mucho más, me parece de una violencia insostenible.
Y sí. Dicen que
es violento que unos cuantos ciudadanos salgan a la calle, muy cabreados, y
algunos griten, den carreras y quemen algunos contenedores o rompan lunas de
sucursales. Sí, es cierto, es violencia y nunca debe justificarse. Pero, ¿qué
quieren que les diga?
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 25/1/2014)