domingo, 25 de junio de 2017

Rosebud



 
Moríamos y dejábamos un reguero de cosas que nos habían pertenecido, que habían significado algo, mucho, poco, descuidadas algunas, para siempre calladas otras. Eran algo para nosotros. Nos marchábamos con una cruel estampa de naufragio que apenas nadie se atrevía a recomponer días después, a rescatar de esa playa vacía y gris tanto despojo humillado e inútil. Un montón de ropa pasada de moda, ajada o sin estrenar, algunos libros amarillos y cuadernos con notas que nadie va a leer nunca más, trastos que quizás acaben en la basura, alguna deuda o algún dinero que gastarán otros sin saber cómo se ganó o por qué se reservó, una casa llena de nieblas, un coche que nadie se atreve a mover, el cajón roto que no llegamos a reparar. Ensueño.
Sin embargo, ahora dejamos atrás una marca fósil de afanes que antes se disipaban como el humo de los pitillos que ya no fumamos en los bares. Lo que comentábamos precisamente en ellos también permanece, para bien o para mal. Huella digital, lo llaman. Y nos definirá rudamente, cuando aquellas trizas se hayan ventilado en ropavejeros y escombreras. Perdurará, aunque ni lo merezca ni lo pretenda.
Un corazón deja de latir, y durante unas horas, unos días quizás, el teléfono móvil del difunto aún tiene batería para seguir palpitando sin que nadie sepa desbloquearlo para detener su aliento turbador, cerrar sus párpados definitivamente. Durante las horas en que nuestras células se consumen en un holocausto íntimo y gélido, resistirá una parte de nosotros acorazada y brillante en su interior metálico, una substancia vicaria clausurada para los demás que siempre llevábamos encima.
Y después, cuando los días pasen y se desvanezca nuestra presencia de aquellos lugares y gentes que quisimos, aún resonarán tenue pero tercamente las imágenes y palabras que alegremente lanzamos a algún pozo luminoso, quizás sin creer verdaderamente que llegarían al fondo, como monedas en la fuente destinadas a cumplir el imposible deseo de regresar.
(Publicado el 24/6/2017 en La Nueva Crónica de León: http://www.lanuevacronica.com/rosebud)

domingo, 18 de junio de 2017

Rural



 
Cíclicamente, la ciudad se harta de su propia intensidad y frenesí, tan insatisfactorios, y vuelve la vista al campo, a lo rural. Pero casi siempre lo hace con una actitud entre condescendiente y melancólica que de poco sirve a quienes allí viven. O la cabaña de Thoreau o una posada de turismo rural; un apartamiento idealizado e individual o una naturaleza dominguera prêt-à-porter sometida a patrones urbanos. Así ha sucedido constantemente, ya fueran los terratenientes del Imperio romano, que exportaban al agro los modelos urbanos en sus villas de recreo, o en las postrimerías del Renacimiento, cuando se acuñó la imagen arquitectónica occidental de ese “retiro”, un palladianismo que emparenta Luisiana con la Sierra de Madrid. El campo era Versalles o un hayedo japonés, pero debía ser el jardín de la ciudad.
Esta semana el Ministerio de Educación (y de Cultura y Deporte) ha celebrado en la Fundación Antonino y Cinia de Cerezales del Condado un Encuentro sobre cultura y mundo rural. También allí se ha reproducido algo de esa actitud bienintencionadamente condescendiente: se pretende amparar lo rural, a menudo sin haberle invitado a que nos cuente cómo, cuándo y por qué ha de ser salvado, si es que ha de serlo. La alabanza de aldea se hace desde la corte.
Los últimos rincones de España en disponer de electricidad fueron pueblos de la Raya junto a las presas que abastecían al país entero. Hoy, casi dos tercios del territorio carecen de red informática u opciones energéticas, aunque antenas, molinos y demás instalaciones los crucen sin miramientos. ¿Cuánto del uno por ciento cultural de autovías y líneas férreas se invirtió en la cultura campesina? ¿Existe aún, más allá del folclore y el tipismo? Lo rural preserva aún atributos propios: un distinto sentido del tiempo, del trabajo, de la comunidad, de la propiedad… Conforma una alternativa vital arrinconada histórica y socialmente. No sé si la ciudad se acerca para conocerla o para admirar su apacible ocaso.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 17/6/2017: http://www.lanuevacronica.com/rural)

domingo, 11 de junio de 2017

Bucle



 
Seguro que les ha sucedido, ¿a quién no? Es el sino de estos tiempos y la antesala de la indefensión. Le llamen maquinización, política, departamento de reclamaciones o como quieran, se trata ni más ni menos que del laberinto de Minos, la torre de Babel o el castillo de Kafka. La celebración de la que nos dejan fuera, a la intemperie, pero -eso sí- con amenas explicaciones.
La tesis es digna de la esfinge del enigma: usted sólo puede hacer algo si se cumple una condición que sólo puede cumplirse si ese algo es hecho previamente. En los vagones del metro de Madrid hay unos martillos rompe-cristales a los que solo puede accederse tras romper el cristal… Mi madre lo llama la pescadilla que se muerde la cola; en la Antigüedad era la serpiente uróboros. Un  típico bucle, círculo vicioso o razonamiento circular con trampa que los yanquis -me lo cuenta un amigo- llaman Catch 22 a causa de una novela basada en casos de la última guerra mundial. La norma de aviación militar especificaba que para excusarse de volar en misiones de combate podía alegarse locura. Pero también añadía que nadie en su sano juicio desearía participar en ellas, debido a su peligrosidad. Ergo si alguien solicita no volar argumentando demencia estaba demostrando implícitamente su cordura... Y viceversa sucedía que, estando chiflado, nunca solicitaría su exclusión. Resultado: nadie se libraba.
Tal cual se ha convertido en el sistema operativo de multinacionales, partidos políticos y gente así. Con procedimientos cómicamente enojosos. Cuando contraté línea telefónica tardaron días en instalarla; muchos. Llamé para indagar por qué. La máquina con la que… ¿hablé? me solicitaba sin cesar el número de mi teléfono con esa compañía. Sin ese número no podía atenderme. Pero lo que yo quería era quejarme precisamente de que ¡aún no tenía número! Otrosí. Aparece el cesante líder del Partido único en León diciendo que si ellos son tan malos y ganan, cómo serán los otros. Quiero ser piloto de combate. 
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 10/6/2017: http://www.lanuevacronica.com/bucle)

domingo, 4 de junio de 2017

Covfefe




Supongo que ya han oído hablar de este neologismo tarado: covfefe. Es la última palabra tecleada en un tuit nocherniego por un Donald Trump quién sabe si adormilado o desatento (eufemismos hay para escoger). Es el botón del escaño de Mariano pero en la Casa Blanca y pasada la medianoche. Para que la frase tuviera sentido, hay quien lo ha interpretado como un mal mecanografiado “coverage” que remataría otra crítica a la prensa. Las manos de Donald, por lo visto, son pequeñas y sus dedos algo morcilleros (eufemismos, blablablá). Quizás por eso los rechaza Melania, la pobre. El error mecanográfico, por descontado, no ha sido aclarado ni corregido, lo que, por extensión, demuestra que el propio presidente maneja su cuenta de Twitter, faltaría más. ¿Quién si no él podría decir lo que dice? Pero la cuestión es ¿le importa a Trump que tenga sentido lo que dice y hace? Y si le importase y lo tuviera… ¿El sentido de lo que dice y hace tiene sentido para los demás, para el mundo, para el interés común? ¿Hay una agenda oculta, una intención a largo plazo, una política o un plan detrás de tanta majadería? Esto es ¿significa algo covfefe? Supongo que sí, pues mientras nos entretenemos con estas idioteces apenas unos días después ha sacado a Estados Unidos del acuerdo climático: make it great again! Como en los conjuros de Hogwarts, el resultado parece fortuito pero no lo es.
De todas formas, covfefe ya era algo conocido, aunque no tuviera nombre aún. Es como cuando hacíamos un Hanóver sin saberlo (ir al convite a mamarse sin pasar por la ceremonia de la boda) o un Moix (ídem) o tantas otras cosas anónimas que esperan un bautismo ben trovatoCovfefe hace el gobierno cada vez que explica los casos de corrupción. Lo hace el Ayuntamiento cada vez que declara cómo se preocupa por conservar la ciudad. Lo hace hasta la Cultural y Deportiva leonesa. Covfefe es el alegato absurdo que nos inoculan, el placebo y el ardid, el nuevo contrato social. Covfefe es el New Deal.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 3/6/2017: http://www.lanuevacronica.com/covfefe )