sábado, 24 de septiembre de 2016

Alien



 
El vientre de la Norteamérica profunda incuba una criatura espantosa, nacida de la inoculación de frases y juicios indecentes en sus vísceras más íntimas, por parte de una aberración atroz expulsada de la costa Este, donde se sentía alienígena, donde se le siente como un pasajero indeseado y hostil. Se llama Trump, y su aspecto revela sus intenciones, pues una cosa sí tiene  a su favor: no engaña a nadie.
En el lado de los llamados a plantar cara al monstruo, la teniente Ripley de turno responde a las claves del género: ha tenido mando pero no ha sido la líder, siempre a la sombra de otros hasta este inopinado momento definitivo. Su actitud resuelta y su voz animosa y grave nos serenan. Pronuncia sentencias que enorgullecerían a cualquiera, aunque pocos la crean de entrada. Y hasta su salud se ha revelado precaria, para dilatar la sensación de riesgo y tensar el suspense, el desequilibrio heroico entre los contendientes. El viejo mito de Goliat, de san Jorge, de Iniesta… en versión 5.0
El desafío dura meses ya, casi se diría eterno, porque no alcanzamos a recordar cuando la monstruosidad movía a la sonrisa, justo antes de que se nos quedara congelada en los labios, justo antes de que saliera de su probeta, de su cándido huevo, y reptara a escondidas para atrapar desprevenidas gargantas por doquier, en aquellos horizontes de maizales y candor sin fin, repletos de lustrosos rifles que de nada sirven contra esta amenaza. Más aún: en estos días, el leviatán de la baba viscosa ha propagado un vástago a su imagen. Su primogénito Donald Jr. se ha lanzado al ataque con idénticas invectivas, pero un bronceado más intenso. Estamos ante una plaga que avanza inexorable. Pero no hay que preocuparse, sabemos que la teniente Ripley se muestra siempre dura, tenaz, victoriosa aunque sea en un último y agónico instante. Y es la protagonista; imposible que muera en el intento. Hollywood manda. Solo hay un pequeño inconveniente: no estamos en el cine. Igual gana el bicho...
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 24/9/2016)

domingo, 18 de septiembre de 2016

Grano



 
Si no se puede tirar, ya se caerá. Bajo este lema se ha verificado la reposición de numerosos edificios en el casco histórico, una pauta no escrita sabida por todos, una omertá de andar por casa. Se niega un derribo por el interés del inmueble, y acto seguido, unas tejas por aquí, un boquete por allá, el edificio comienza a desmoronarse, de forma que una ruina acelerada y sobrevenida salva todos los controles en pro de la seguridad ciudadana. Especulaciones que retuercen normas y leyes en provecho de algunos promotores y constructores; así parece haberse comportado nuestro ayuntamiento con la Plaza del Grano.
Ciertos colectivos y organizaciones no sospechosos de interés económico alguno han mostrado a menudo su oposición o, cuando menos, su inquietud por unas obras que, a todas luces (y esto no es discutible), no son necesarias para la correcta conservación del lugar. Incluso se han ofrecido a realizar un mantenimiento tradicional acorde con sus características constructivas y significado cultural. La plaza más auténtica y castiza de la ciudad no peligra ni requiere modificaciones, sino simples respeto y sostenimiento. El primero se le concede a cuentagotas, después de que, sólo este último mes, se decidiera eliminar el trasiego de vehículos que comprometía el pavimento. El segundo, no. ¿Se buscaron el abandono y la degradación suficientes para justificar la intervención? Nadie duda de las bondades del proyecto, sí de su necesidad. Aunque cabría preguntarse por qué ese afán de recluir el suelo de cantillo y convertirlo en un espacio destinado a ser contemplado, una fosilización que puede acabar con sus encantos, fruto de una viveza y frescura en proceso de coagulación. Y por qué hormigón, ese intruso. En resumen, por qué esa obra donde no es precisa, habiendo tantos lugares en la ciudad (cada día más) que sí la requieren. Decididos a hacer un nuevo lifting a la ciudad, nos libraremos de este Grano a la manera de siempre: monotonía, negocio, vulgaridad.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 17/9/2016)

domingo, 11 de septiembre de 2016

Rigodón



 
Lo dice la Real Academia: un rigodón no sólo es una contradanza (del inglés country dance, no piensen mal), sino que, además, tiene una curiosa acepción en el español de Filipinas, ese archipiélago cuyo presidente insulta a Obama a lo tabernario. “Acto presidencial en el que se cambia de puesto a un político criticado en lugar de destituirlo”, refiere la segunda acepción del diccionario. Muy ricamente. Igual podía haber dicho “soriasis, por el exministro expanameño, o hablar de las “puertas giratorias”, que, más que girar, abren solo para algunos. Pero la mención a una danza suena más elegante, más cortesana, más como el baile de momios en que derivan algunas carreras políticas. Y luego ofende lo de casta, como si no fueran un linaje de paniaguados y colegueo. Ni aristocracia ni meritocracia; una nepotecracia -perdón por el palabro- en la que no hace falta ser sobrino y los demás somos primos.
Dos glosas nada más. Con ser indignante la forma e indigno el designado, con todo, lo más grave fue la mentira: miembros del gobierno en funciones, presidente incluido, argumentaron que se trataba de un concurso público de funcionarios y era obligado resolverlo así. Mintieron. Segundo: resulta práctica frecuente en la administración española que se premie con prebendas a subalternos dóciles y acomodaticios elevados a cargos y carguillos donde posturear y servir de parapeto a los que mandan, amparando caprichos y arbitrariedades. Esos comisionistas de la mezquindad del poder, a menudo procedentes de un primer dedazo que perpetúan a golpe de riñón, constituyen una ralea intermedia de pocas luces y mucha ínfula. Con frecuencia no tienen otro oficio ni beneficio; pero, como los intermediarios de la economía, medran con el trabajo de los demás. Es el sector más engordado, en la administración y en la privada: jefes, asesores y listillos en general, mandones por delegación y un extenso etcétera de sueldazos. De ahí este rigodón, este ballo in maschera tan impúdico.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 10/9/2016)

domingo, 4 de septiembre de 2016

Tomatina



A menudo, el calendario disfruta de frivolidades de jocoso dios olímpico. Por una de esas conjunciones astrales berlanguianas, este último día de agosto coincidieron las réplicas de los partidos al candidato Rajoy y la tomatina de Buñol. El primer acto de la celebración de la tomatina consiste en trepar a una cucaña enjabonada para alcanzar un jamón. Llevamos dos trepadores y el pernil sigue en su sitio. El primero no alcanzó porque no tuvo fuerzas suficientes y lo mismo pasa con este segundo, que (curiosa y cínicamente) reclama a aquel primero que le ayude, cuando él ni se movió entonces. Cosas de las fiestas, las rencillas de pueblo reverdecen.
Por su parte, Rajoy se comporta como quien acude a la tomatina (y al Congreso) a pasar el ratillo, un trámite, como quien se acerca en chanclas y bermudas a la pescadería a por media de rabas para la merienda. Todos conocemos tipos así. Se presentan en la refriega de la parranda con aire entre extraviado y un punto jactancioso (pasaba por aquí y no tenía otra cosa mejor que hacer, chicos), navegando al pairo en su íntima calma chicha, ataviado con mono de faena para que las manchas no importen. Tampoco le molesta ser el blanco de los lanzadores, con una media sonrisa de suficiencia. No esquiva ni una, y mira con hastío a un tomate pocho, a un rival pocho. Dame, dame, y llámame perro. Yo pasaba por aquí.
De tanto apilar consignas como cajas de fruta desechable, de tanto escurrir la realidad (y los tomates) como un estorbo, Rajoy se alza entre la masa embebida en pulpa roja con la apostura de un gigantón de feria que escupe pepitas a ambos lados. Rajoy, si piensa, no piensa en la fiesta, el alborozo y la refriega, sino en el momento de contar los tomates aplastados y calcular cuánto han logrado sostener el precio los que sí llegarán al mercado, su negocio. Rajoy mira más allá mientras recibe tomatazos porque su reino no es de este mundo. Él habita el mejor mundo de los posibles… si eres Rajoy. Feliz Navidad.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 3/9/2016)