Ha sonado el
despertador aunque no hacía falta. Me levanto, me aseo, me visto, desayuno y
salgo a la calle. Camino
hacia el trabajo y el frescor de la mañana envuelve mi sueño y se lo lleva
lejos. Al llegar, encuentro tareas que acucian y algunos momentos para pensar
unos minutos sobre ellas. Las saco adelante como puedo, a veces como quiero, y
la mañana concluye sin sobresaltos. Regreso caminando a casa. Intercambio unas
frases que suenan a eco y a nido. Como con desgana y me adormezco unos minutos.
Me gusta. Es como desconectar el disco para que, al recomenzar, funcione con
una ligereza que había perdido.
Esta tarde he de
retornar al trabajo. Asuntos que debí resolver y no lo hice. El sol calienta a
estas horas en que el estómago se afana, y para sortear el sopor me concentro
en las ocupaciones. Acabo, por tanto. Me dirijo a casa, paseo al perro, que
siempre quiere pasear y, mientras tanto, la noche se desploma sin ruido sobre
todos nosotros. En la televisión gritan, gesticulan, matan, fornican, cocinan,
interpretan meteoros que no han sucedido aún. Me voy a la cama. El sueño no ha de
tardar, pues esta mañana rebosaba de cada poro de mi cuerpo. No sé qué ha sido
de él, sin embargo. Aunque quizás...
A veces los días
transcurren sin más, como tantos otros, y se despojan de calificaciones, de los
adjetivos que condimentan su crónica y podrían distinguirlos bajo el curso del sol,
del Naciente al ocaso. Prescindir de los adjetivos talla el mundo en facetas,
convoca la acción, pero la ataja y la instala en casillas. Sin adjetivos,
hacemos; aunque renunciamos a la cualidad y el carácter de lo hecho, impugnamos
la apostura y el artificio de la realidad. Adquirimos
una imperturbabilidad de máquina, una urgencia de misión que cumplir. Hay que recobrarlos,
pero después de haberlos segado como la hierba del jardín. Después de
cribarlos, pulirlos y engastarlos como un orfebre en la plenitud de su oficio. Son
la conquista más arriesgada. Ups, se
me escapó este…
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 26/7/2014)