domingo, 27 de julio de 2014

Cualidades



Ha sonado el despertador aunque no hacía falta. Me levanto, me aseo, me visto, desayuno y salgo a la calle. Camino hacia el trabajo y el frescor de la mañana envuelve mi sueño y se lo lleva lejos. Al llegar, encuentro tareas que acucian y algunos momentos para pensar unos minutos sobre ellas. Las saco adelante como puedo, a veces como quiero, y la mañana concluye sin sobresaltos. Regreso caminando a casa. Intercambio unas frases que suenan a eco y a nido. Como con desgana y me adormezco unos minutos. Me gusta. Es como desconectar el disco para que, al recomenzar, funcione con una ligereza que había perdido.
Esta tarde he de retornar al trabajo. Asuntos que debí resolver y no lo hice. El sol calienta a estas horas en que el estómago se afana, y para sortear el sopor me concentro en las ocupaciones. Acabo, por tanto. Me dirijo a casa, paseo al perro, que siempre quiere pasear y, mientras tanto, la noche se desploma sin ruido sobre todos nosotros. En la televisión gritan, gesticulan, matan, fornican, cocinan, interpretan meteoros que no han sucedido aún. Me voy a la cama. El sueño no ha de tardar, pues esta mañana rebosaba de cada poro de mi cuerpo. No sé qué ha sido de él, sin embargo. Aunque quizás...
A veces los días transcurren sin más, como tantos otros, y se despojan de calificaciones, de los adjetivos que condimentan su crónica y podrían distinguirlos bajo el curso del sol, del Naciente al ocaso. Prescindir de los adjetivos talla el mundo en facetas, convoca la acción, pero la ataja y la instala en casillas. Sin adjetivos, hacemos; aunque renunciamos a la cualidad y el carácter de lo hecho, impugnamos la apostura y el artificio de la realidad. Adquirimos una imperturbabilidad de máquina, una urgencia de misión que cumplir. Hay que recobrarlos, pero después de haberlos segado como la hierba del jardín. Después de cribarlos, pulirlos y engastarlos como un orfebre en la plenitud de su oficio. Son la conquista más arriesgada. Ups, se me escapó este…
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 26/7/2014)

domingo, 20 de julio de 2014

Parrafada



 
Desde los textos pretendidamente literarios a la salmodia administrativa, existe un humilde elemento codiciable cual botín furtivo, sea uno consciente o no de ese empeño, que contiene en su modestia gráfica la esencia de toda escritura, atesora el ritmo, la respiración y el latido y, al fin, gobierna las pequeñas cadencias del lenguaje, la sustancia que tonifica aquellos parlamentos que de inmediato reconocemos como dotados de alma, de esa sensación a veces tan inefable que embarga la lectura de un sólo párrafo y hace temblar cierta ilocalizada fibra en nosotros, un pálpito, como un instinto arácnido, indicador de lo auténticamente digno de ser releído aunque no seamos capaces de identificar su misterio, pues tal vez se trate, según sospechamos, de uno que no atañe a las palabras, a veces tan vulgares como las que usamos todos los días sin escogerlas, ni reside en una sintaxis corriente, en absoluto propensa a estructuras ocultas o ingenierías verbales, ni en conceptos arcanos o delicados con los que el autor se hubiera deleitado en sorprendernos o en revelarnos misterios sibilinos, y a la postre acabamos por barruntar que pudiera tratarse de una manera de caminar por las palabras, de taconear fuerte y resolutivamente como ahora está de moda, haciendo gala  de locuciones cortas y secas como disparos, como timbales de una melodía sincopada, o según la añeja fórmula de un tempo lento, por momentos maestoso, vertiendo en cada frase un largo caudal de términos e ideas, o quizás una sola pero adornada de muy diversas secuelas y revueltas para dejarla guarnecida y en camino hacia una posteridad incierta que sabemos falsa, ya que en ambos casos nos percatamos de que ese norte, brújula, desembocadura y manantial a un tiempo, guardián del espíritu de un discurso y pauta general del estilo, el tono y la forma, clave de su gracia, se cifra en la infinita modestia y sencillez de ese lugar al que deben llegar consumidos ya mis dos mil caracteres, o sea, este punto.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 19/7/2014)

domingo, 13 de julio de 2014

Estiaje



 
Afuera hace frío, aunque llevemos ya tres semanas de verano. El parabrisas del coche se empaña nada más entrar como si absorbiera el calor del cuerpo, que tirita levemente al ritmo del motor removido de su letargo. El sol asoma, pero no calienta aún, perezoso. Los campos chispean en esta confusa estación, al filo de un amanecer resolutivo. Las carreteras están desiertas, pero no hay que fiarse, me digo a mí mismo para avivarme. La ciudad no madruga. Nunca lo hace y menos ahora, que los escolares han desaparecido. Las calles resuenan con eco de zapatos como relojes de pared (tic, tac) y cada sonido, cada movimiento, conserva aún la perentoria y tenue condición de un sueño, su tersura caduca de realidad inventada. Camino cuesta abajo a zancadas maquinales que más que llevarme, gravitan sobre un suelo esquivo (tic, tac); es un itinerario que conozco tan bien que ya no sé mirarlo.
En el trabajo la mitad de los compañeros ha dejado tras de sí un silencio más allá de la falta de bullicio y una suerte de aplazamiento de todo se ha instalado en pasillos que parecen pozos sin agua; todo puede esperar, nada es urgente o necesario, cabe hacer las cosas de otra manera menos apurada y azarosa. Aunque tal vez sea el madrugón. Necesito un café y bajo enseguida, apretando el paso de nuevo (tic, tac) hasta el local donde me conocen, me saludan, me atienden sin pedirlo y me dan la dosis exacta de conversación que no turba el sosiego de un local vacío, aún sumido en la modorra displicente de una noche de copas. Tengo apenas diez minutos. Cojo el periódico de la barra y lo ojeo con desgana. Soy consciente de que no enciende ni una sola de mis conexiones neuronales. En la página de opinión intento demorarme un instante... pero no, nada. Echo un vistazo al chiste y a la foto de contraportada. Lo cierro, lo pliego, lo poso de nuevo sobre la barra, respiro hondo y miro por el ventanal, hacia el día que se despereza definitivamente. Es verano. Quizás a mediodía haga calor.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/7/214)

domingo, 6 de julio de 2014

Zumbido





Me gusta el periódico del verano. De repente se atenúa la molesta estridencia de las diatribas políticas y las furtivas inquinas empresariales y puede escucharse el rumor de noticias de verdad, de aquello que debiera preocuparnos. Reportajes sobre esa urgencia a gran escala que no tenemos tiempo de atender. Nos enteramos de la callada desaparición del pingüino emperador, síntoma del dramático deshielo; de que islas de plásticos de tamaño continental flotan en los océanos y son ingeridas por peces que los devuelven a la cadena alimenticia de la que formamos parte... O de que las abejas se mueren. A pasos de holocausto animal. Algo trascendental, no como las tonterías que de esa gente zángana que tanto prolifera y vocifera. Se mueren y nadie sabe por qué con certeza. Y no es poco, pues resultan imprescindibles para el buen destino de muchos cultivos, de la biodiversidad, del mundo tal y como funciona desde mucho antes del ser humano. Ese devastador profesional.
Tal vez no haya organismo más sofisticado y eficiente que una colmena. Actúa como un sólo individuo para la consecución de un objetivo con la dedicación tenaz de la causa más noble: la supervivencia de una comunidad sin perjuicio para ninguna otra. Virgilio dedicó un libro, el último de las Geórgicas, a cantar su admiración hacia estos insectos. Envenenadas por los pesticidas, diezmadas por el empobrecimiento de los ecosistemas, atacadas por nuevos patógenos, sea cual sea el caso, lo cierto es que las abejas y otros polinizadores naturales desaparecen de los campos. Y con ellos, el ser humano no solo estará más expuesto a un final menesteroso, sino también más solo. Sin “la solícita abeja susurrando” de la égloga de Garcilaso, añoraremos el zumbido que auguraba una cosecha fecunda, un tiempo de espera feliz, un verano venturoso. Haremos oídos sordos, una vez más, al aullido callado de un planeta que agoniza en nuestras manos. Y, mientras, atenderemos el irritable avispero de las otras noticias.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 5/7/2014)