domingo, 17 de enero de 2016

Carrito



 
Cuando pretendo hacer compra mensual, a la entrada del súper siempre dudo, y por mucho que cavile e inspeccione acabo eligiendo mal. Me llevo el carrito con la rueda torcida, que me obliga a ir forzando el brazo cada vez más a medida que acopio provisiones, o el que la tiene bloqueada y aún es peor, pues me hace parecer más torpe de lo que ya soy por lo común. Ahora sé por qué. El carro bueno está en el despacho del fiscal que lleva la célebre causa Nóos en Palma de Mallorca, el señor Pedro Horrach. A ese sencillo carrito, tan codiciable, tan esquivo, que ocupa páginas de los periódicos con el recato y el protagonismo simultáneos de los personajes primordiales, yo lo convertiría en todo un símbolo. Un símbolo de la oficina sin papeles que nos prometieron poco antes del temible efecto 2000. Un símbolo de la reforma de la justicia que leemos en cada programa electoral desde aquella Transición tan mona. Un símbolo de un juicio en el que todos defienden y nadie ataca, como en los equipos de Clemente. Uno sobre el final de una ilusión, no la de la lotería (que esa sí somos todos), sino la de la hacienda pública. Un símbolo sobre esa república con rey que fingieron muñir. Un símbolo de la lucha de género, pues el “mercat de dona” (mercadona) se traslada a un despacho masculino un tanto adánico, y uno sobre esas empresas cuyos hacendados dueños nos quieren currando como a chinos de bazar pero sin estar en un bazar chino. Un símbolo, al fin, de país: nunca más una pandereta: entramos en la era del carrito de la compra. Una era que, si se torciera, siempre se puede forzar un torpe brazo.
Si yo fuera ministro de justicia, concejal de urbanismo, promotor inmobiliario, empresario multimillonario o cualquiera de esas labores de poderío, tan bonitas y prestigiosas, erguiría un admirable monumento al carrito de la compra a escala inversa, más o menos 10:1, para ornamentar una rotonda grande, circular y chiripitifláutica. Y pondría en medio una fuente con chorrito.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 16/1/2016)

domingo, 10 de enero de 2016

Oportunidad



 
Contra las excusas que suelen utilizar políticos mediocres, no es preciso disponer de abultados presupuestos para realizar una gran política. Hacer cosas con dinero es fácil y todos sabemos: se compran. Hacerlas sin él deviene ocasión para el ingenio, la lucidez, la altura de miras. Como vienen demostrando algunos gobiernos municipales, que fueron estigmatizados por bisoños antes de emprender sus tareas, la buena política se define por el rumbo de las decisiones más que por lo invertido en ellas. Y sucede que, precisamente, municipios y ciudades son el territorio propicio y propiciatorio, por escala, para revelar el modelo de sociedad que cada partido tiene y aplica.
Un asunto ejemplar toma fuerza estos días. Hace tiempo que León detuvo el incremento de vías destinadas al transporte más saludable, ecológico, responsable y de futuro –por moderno y antiguo- de cuantos existen: la bicicleta. No hay coartadas para ello, aunque las autoridades ignoren esta alternativa tan lógica como prospectiva con huecos argumentos o simple luz de gas. Ni las populares marchas bicicríticas de los últimos jueves de mes ablandan sus entendederas, quizás embotadas por tanta polución, atasco y ruido, dignos de una metrópoli que León (por suerte) no es. Ahora nuestro ayuntamiento, nuestro alcalde, tiene ocasión de poner una pica en Flandes (los Países Bajos, modelo para este caso), introduciendo el carril bici en el eje viario con más postín y predicamento de la ciudad: la calle de Ordoño II. Después de horadarla, pavimentarla, ajardinarla aparatosa y groseramente, poner resbaladizos e ilegales pasos de cebra de mármol y bachearla año tras año, ha llegado el momento de modernizarla al fin con un envite sostenible por un futuro en el que los coches sean excepción en una ciudad donde (por suerte) se puede caminar o pedalear a cualquier parte. Aproveche esta oportunidad, señor alcalde, hará de León una ciudad moderna y, además, le saldrá baratísimo. Nos saldrá baratísimo.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 9/1/2016)

sábado, 2 de enero de 2016

Balance


El color insólito con que la luz de poniente inflama una tapia vieja que estás cansado de ver y que no reconoces. La fragancia de ciertas plantas que no sé identificar. La niebla del primer día de niebla. Un abrazo de mi hija que no le había pedido. El abrazo de mi otra hija, que llevaba reclamándole un rato. Risas diáfanas como campanas resonando en la bóveda de un cielo luminoso. El primer trayecto en coche de mi hija mayor. Cuando veo salir a escena a mi hija pequeña y durante unos instantes dudo que sea ella, tan mujer parece ya. El final de una larga discusión que se condensa en un mohín de complicidad. Un paseo en bici en medio de la arboleda, junto al río. Una pareja de corzos asustadizos que me sobresalta mientras camino en medio del monte. La somnolencia imbatible de un domingo a mediodía, sentado, con el rostro bañado por el sol. Una tarde que se hace noche entre cervezas y conversaciones atropelladas con dos amigos. Otra tarde igual. Y otra.
Una música que, al comenzar, te eriza la piel. Una ciudad desconocida en un país extranjero en la que desearía vivir. Volver a un lugar conocido y reconocerlo. Un cuadro que admiro desde siempre y que, al verlo por primera vez, se me ofrece más hermoso de lo que esperaba. Una canción amada y olvidada que suena por casualidad en la radio del coche. Cerrar los ojos en compañía y engañarte pensando que nada malo puede suceder en ese instante. Una mano que toma la tuya cuando lo necesitabas y no lo sabías. La sonrisa perfecta atrapada en una fotografía imperfecta. El roce de unas sábanas, una espalda. Un suspiro. Calor. Un amanecer que se demora en el alféizar, atardeceres prendidos de las hojas de los árboles más altos.

El café que tomas con un amigo el día que tu padre ha muerto y, al fin, puedes llorar. Y algunas otras cosas más, que callo. Motitas. Constelaciones desperdigadas en un océano de oscuridad. Soplos de felicidad que se esfuman tal como llegaron, sin aviso, sin detenerse. El balance de un año.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 2/1/2016)

Brecha

Que entre padres e hijos se abren brechas generacionales imposibles de sellar hasta que los hijos empiezan a ser padres es tan sabido e ineludible como una maldición bíblica (y quizás lo sea…). En reconocerlo estriba un pacto de no agresión y convivencia que evite males mayores. Pero a nuestra brecha se ha añadido otra de mayor calado: la tecnológica, la fosa de las Marianas. Como la nostalgia generacional cotiza al alza (los ochenta no fueron así… ¿de veras no os acordáis?), por una mera cuestión demográfica (más cuota de mercado de aquel baby boom), todo el mundo se pone a añorar cuando había sólo dos cadenas de televisión, jugábamos al escondite o comprábamos productos menesterosos en kioscos callejeros… Pero aparte de arqueologías sentimentales, el salto digital sitúa esta generación de nativos tecnológicos fuera del alcance y la comprensión de los emigrados, o sea, de los que sabemos que los ochenta no fueron así. Tecnopléjicos, nos llama un amigo, con lúcida retranca.

Internet (y el resto) no sólo cambia los comportamientos, nos cambia la mente. La nuestra un poquito; la suya, desde la cuna y para siempre. Por eso ellos saben manejar cualquier aparato (intuitivo le dicen, condescendientes…). Por eso mantienen conversaciones con gente presente y ausente a la vez, lo que nosotros consideramos maleducado, pero ellos no. Por eso ven la vida a través de una pantalla, o se sienten Robinsón Crusoe desprovistos de wifi, “desconectados” de ese cordón umbilical cuya escala no somos capaces de percibir. Por eso nosotros “guasapeamos” con un índice parkinsoniano y macarrónico y ellos escriben con ágiles pulgares que hasta predicen al predictivo, compartiendo datos, imágenes, canciones, vida... Para esto servían millones de años de evolución y el famoso pulgar oponible del panda: para enviar whatsapp. Atrapado entre la obsolescencia de la postal navideña y la fría alteridad del móvil, aquí se lo digo: “Flces ftas y prpro ano nvo”. Ups, perdón: año nuevo.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 26/12/2015)

domingo, 20 de diciembre de 2015

Brindis




Cada año comienza antes. Y tal vez sea por ese motivo que, en cuanto percibimos su falsa pero apremiante inminencia, nos acomete una traicionera punzada de desazón y frenesí que no sabemos a qué atribuir. Arranca entonces un tiempo pautado y mecánico de acontecimientos irritantes y a menudo trabajosos que en nada ayudan a la supuesta serenidad y bonhomía que se le atribuye de manera gratuita, algo paradójica. Se suceden las zozobras y los desengaños, con propios, con extraños, con cosas y con sensaciones. Se acumulan los desencuentros y el desasosiego cuando debieran (tal como se afirma proverbialmente) sucederse las citas pospuestas y añoradas, los afanes cumplidos, las satisfacciones. Ansiamos productos que se ofrecen copiosamente a nuestra vista, en torno a los que nos amontonamos ávidos de una ilusión interpuesta, pues entregamos a su adquisición una buena parte de nuestra reciprocidad y alegrías que, además, gestionamos algo más sórdidamente de lo habitual, algo más hipocondríacamente.
En medio de las luces estridentes y los soniquetes simplones, los saludos y abrazos de cortesía, nos sentimos un poco más solos, más ajenos a cuanto se desborda alrededor entre buenas palabras que se desvanecen como el humo y saben, también, algo acres. Brindamos con un júbilo forzado por el calendario y nos atiborramos juntos para llenar la boca de lo que no sean reproches y evocaciones de días iguales a estos que no recordamos iguales a estos, momentos intercambiables y, a veces, hasta crueles.
Los niños chillan mucho cuando les hacemos caso y los mayores miran con tristeza hacia ninguna parte cuando nadie les ve. Suenan voces en las cocinas y se escucha el silencio en los salones, aunque en todas partes haya ruido. Se nos ocurre que en algún lugar alguien lo celebra como debe ser, porque sabe hacerlo. Es una idea bonita, y sonreímos al menos fugazmente, al imaginarlo. En ese instante, alzando la mirada, brindamos sin saber con qué. Pásenlo lo mejor que puedan.
(Publicado en La Nueva Crónica de León,  el 19/12/2015)

domingo, 13 de diciembre de 2015

Dislocación



 
Tiene razón el gobierno, pero no les entendemos. Lo que sucede es que creemos que tienen razón de forma instantánea, al tiempo que hablan. Pero no. Ellos van más allá, auguran y sentencian en otra dimensión. Y es que no tienen razón dónde y cuándo ellos dicen lo que dicen, sino precisamente en ámbitos de la realidad distintos y, a veces, distantes. Es un problema de dislocación espacio-temporal. Pasa mucho en los partidos políticos, especialmente si están gobernando. Por ejemplo, tenía razón María (y) Dolores de Cospedal: estamos dando el finiquito en diferido mediante simulaciones. Pero aquí lo que no advertimos era el tema. No hablaba de Bárcenas, sino del planeta (véase la cumbre de París sobre el clima), de los derechos sociales (“reformados” dicen), de los refugiados de oriente… de cualquier otra cosa que se les ocurra. Estamos dando finiquitos en diferido a cada minuto.
A veces lo que no cuadra es el lugar. Tiene razón Rafael Hernando, el portavoz del PP, solo que la tiene en la barra de un bar, mientras pisotea cáscaras de mejillones y se saca el palillo de los dientes para escupir. No allí, en el estrado del Congreso. Quizás en los bares se comporte como un gentleman. Quién sabe. El maestro de tales quiebros es el presidente, por algo es el presidente. Cuando tiene que estar debatiendo, juega al dominó, cuando se sube a un banco a dar un mitin debería estar con el logopeda, y cuando tendría que estar echando un futbolín con Bertín, está, en efecto, allí, que es otra manera de estar fuera de lugar. Por ese mismo motivo, se encuentra ahora, de nuevo, en campaña contra Zapatero. Aunque ahora se llame Pedro Sánchez. Ha cogido su DeLorean y se ha proyectado cuatro años atrás. De hecho, si dejamos aparte unos cuantos (millones) de personas que están mucho peor, las cifras del país se parecen bastante. Pelillos a la mar. Maldito ZP. Así que este lunes no voy a ver el debate, sino que repasaré el de Rajoy con Rubalcaba, a ver si me pongo al día. 
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/12/2015)

domingo, 6 de diciembre de 2015

Antagonía

La CUP es una formación de izquierdas, pero es una formación nacionalista: primera contradicción. La CUP es un partido anticapitalista que ha alcanzado poder gracias a un sistema capitalista: segunda contradicción. La CUP es un partido revolucionario que tiene la llave del gobierno aunque no la capacidad de gobernar: tercera contradicción. Si la CUP no vota a Mas, una de sus mayores aspiraciones se aplaza o, tal vez, se esfuma; si lo vota, se traiciona a sí misma: estoy perdiendo la cuenta…
Convergencia (o como se llame ahora) y Artur Mas no habitan ese universo de contradicciones; lo suyo son las paradojas. Paradojas como la de Pinocho: ¿le crecerá la nariz si dice que le va a crecer la nariz? o sea ¿la independencia merece aventurar su propia independencia? Seguro. Ofrecerán lo que haga falta a la CUP pues para ellos no hay principios a conservar, sólo poder. Ser o no ser. Su universo se nutre de singularidades, de espacios donde no impera la conciencia, sino la ganancia: si para mandar es preciso cuestionar o encubrir aquello que fueron durante décadas, simular incluso que nunca gobernaron, y ni siquiera apoyaron gobiernos en Madrid, se hace. Faltaría más. Al fin y al cabo se trata de una mera paradoja, de la parábola de un superviviente. Y todo lo justifica este cometido mesiánico que abriga un perverso pragmatismo: el fin y los medios al servicio de lo nuestro. De los nuestros.

Convergencia, Mas y compañía pueden convivir tranquilamente con esas esquizofrenias, con esas bipolaridades, codearse con bifidismos políticos y mentales. Ellos no se alimentan de ideología ni de principios, sino de dinero. Si hay que hacer algo, se saca la calculadora y se comprueba su rentabilidad. Todo vale si las cuentas cuadran. La cuestión es ¿puede la CUP hacer lo mismo? Lo dijo Chesterton: “Una vez conocí a dos hombres que estaban tan completamente de acuerdo que, lógicamente, uno mató al otro". Estos, que no pueden ser más diferentes, ¿acabaran por entenderse?
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 5/12/2015)