La CUP es una formación de izquierdas, pero es una formación
nacionalista: primera contradicción. La CUP es un partido anticapitalista que
ha alcanzado poder gracias a un sistema capitalista: segunda contradicción. La
CUP es un partido revolucionario que tiene la llave del gobierno aunque no la
capacidad de gobernar: tercera contradicción. Si la CUP no vota a Mas, una de sus
mayores aspiraciones se aplaza o, tal vez, se esfuma; si lo vota, se traiciona a
sí misma: estoy perdiendo la cuenta…
Convergencia (o como se llame ahora) y Artur Mas no habitan
ese universo de contradicciones; lo suyo son las paradojas. Paradojas como la de Pinocho : ¿le crecerá
la nariz si dice que le va a crecer la nariz? o sea ¿la independencia merece aventurar
su propia independencia? Seguro. Ofrecerán lo que haga falta a la CUP pues para
ellos no hay principios a conservar, sólo poder. Ser o no ser. Su universo se
nutre de singularidades, de espacios donde no impera la conciencia, sino la ganancia:
si para mandar es preciso cuestionar o encubrir aquello que fueron durante décadas,
simular incluso que nunca gobernaron, y ni siquiera apoyaron gobiernos en
Madrid, se hace. Faltaría más. Al fin y al cabo se trata de una mera paradoja,
de la parábola de un superviviente. Y todo lo justifica este cometido mesiánico
que abriga un perverso pragmatismo: el fin y los medios al servicio de lo
nuestro. De los nuestros.
Convergencia, Mas y compañía pueden convivir tranquilamente con
esas esquizofrenias, con esas bipolaridades, codearse con bifidismos políticos
y mentales. Ellos no se alimentan de ideología ni de principios, sino de
dinero. Si hay que hacer algo, se saca la calculadora y se comprueba su
rentabilidad. Todo vale si las cuentas cuadran. La cuestión es ¿puede la CUP hacer
lo mismo? Lo dijo Chesterton: “Una vez conocí a dos hombres que estaban tan
completamente de acuerdo que, lógicamente, uno mató al otro". Estos, que
no pueden ser más diferentes, ¿acabaran por entenderse?
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 5/12/2015)
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