La pasada semana
el interino presidente de la Diputación inauguraba una Casa de cultura en
Quintana del Marco, un pequeño municipio del sur de León, de más o menos medio
millar de pobladores. Ha costado 275.000 euros. Entre otras “salas
multifuncionales” (sic) cuenta con un salón de actos para casi dos centenares
de asistentes. A unos cientos de metros, las tierras de labor esconden una de
las más ricas y acreditadas villas romanas de la Meseta hispana. No se ha
invertido un euro (ni peseta alguna) en investigarla o recuperarla.
En León, una
ciudad con ciento cincuenta mil habitantes, hay un auditorio de primer nivel
con una programación escasa y languideciente las más de las veces, un teatro
histórico cerrado y un “trianón” ruinoso. En una de sus barriadas se levanta un
descomunal y carísimo Palacio de Congresos ejecutado por un prestigioso
arquitecto. Mientras, el ayuntamiento recorta servicios y enjuga deuda, tapa
restos arqueológicos y entierra proyectos culturales.
Al tiempo, gran
parte de los movimientos culturales de esta ciudad y de esta provincia, muchos
y crecientes, compuestos por gente que, con mejor o peor tino y acierto se
empeñan en ofrecer, las más de las veces gratis
et amore, propuestas casi semanales a los ciudadanos (poesía, música,
pintura, cine…), se buscan la vida en bares, plazas, calles y recintos varios
sin que los poderes públicos hagan nada por ofrecerse a ellos, a su entusiasmo
sin límite, con la excusa de una crisis económica que, como en otros terrenos,
parece únicamente llamada a depauperar a los de siempre.
La Ciudad de las
artes y las ciencias de Valencia alza sus fotogénicos bibelots a poca distancia
del amenazado barrio de pescadores del Cabañal. La Ciudad de la cultura de
Santiago eleva sus ostentosos y huecos farallones a pocos kilómetros de donde
está la auténtica ciudad de la cultura, llamada Santiago de Compostela desde la Edad Media. Etcétera.
No aprendemos.
No sé si
cultura, pero casas de cultura sí tenemos.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 28/3/2015)
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