Se sube al
balcón ante la aburrida mirada de la parroquia de siempre, congregada para la ceremonia. Alrededor,
los suyos sonríen cáusticamente, y se divisa a la fallera mayor encaramada en
lo alto, dándole al candy crush. Él carraspea,
se le enturbia el gesto y un tic le asalta el ojo izquierdo trasluciendo vacilaciones
que no se le suponen, que ataja con una desagradable tirantez del cuello, tal
vez asustado de sí mismo, de lo que hace y no dice, de lo que dice y no hace. Habla.
Nos anima a que “dejeim passar el fred del verano” (o del invierno), que la
cosa está hecha, la crisis ha pasado, no hay de qué preocuparse. Gracias a él,
a su mando, a sus decisiones... un tipo bosteza en la cuarta fila, otros
tuercen el gesto en el lado opuesto; arriba del todo, alguien ojea un periódico
deportivo. Que no pedimos nada prestado, clama. Aquellos miles de milloncejos para
los bancos desvalijados serían confeti puro; la deuda soberana, una traca
disparada, zacapún. Que los saqueos de lo público son caloret, el caloret faller,
ya se sabe. Mucho humo y poca leña. Que la culpa es de otros, de los otros, la
herencia y la indecencia, y tal y tal. El tipo, gélido por definición -¿soso?-
se irrita cuando responde, como si no le creyeran, oye. Y tú más, y tú más, y
tú más, rompe contra el graderío como olas del mar. Porque gracias a ellos amainará
el caloret del foc y la flama, dejando solo el chispear de
los bomberos a su paso. Para bomberos, ellos. La bomba, oye.
Los pobres, los
enfermos, los parados, los indignados y los ofendidos, los defraudados y los
burlados pueden tomarse un relaxing cup,
por qué no, e ir a votar a los mismos tipos, porque, a partir justamente de
ahora (de ahora, oigan bien), habrá
trabajo, médicos, profesores, hasta bomberos habrá... y es que empieza
¡tacháaaaan! el caloret de l’ilusió.
El caloret de la festa.
Porque ja estem
en falles. La plantá ha
comenzado, el cartón piedra ocupa calles y mentideros. Hasta la nit del foc. Patético el caloret.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 28/2/2015)
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