La pasada vez
había aquí arena; vaya ahora la de cal. Muy pocas veces las cosas son como deberían
en buena lógica. Muy poquitas ocasiones, tan raras que no hay fácil parangón,
los proyectos culturales nacientes son ejemplares, metódicos, paulatinos, sólidos.
Y privados. Y nacen de simientes comedidas que, al fructificar, devienen tallos
vigorosos, leñosos troncos al fin.
Así, pongamos un
caso -el caso-, la Fundación Antonino
y Cinia, en Cerezales del Condado. Desde hace tiempo, con tanta discreción como
constancia, en ese pueblecito de León se congregan gentes llegadas de muchos
sitios cada vez que se convoca uno de sus pródigos y excelentes actos
culturales. Una exposición original y sutil traída de lugares distintos y
distantes, una charla de primer nivel trasplantada a lares tan modestos que se
abarrota de atentos oyentes, una excursión campestre y pedagógica, un teatrillo
de títeres rodeado de jolgorio infantil, una audición musical vibrante que conquista
las iglesias de alrededor, descubierta su condición de salas de concierto de
forma tan natural como infrecuente...
Pero eso no es
todo. Tras seis años y medio, un empeño mayor la encamina ahora hacia un centro
cultural espacioso, prudentemente capaz de casi cualquier cosa, que se edifica
entre los árboles (ninguno de ellos ha caído bajo el hacha...) para albergar ese
entusiasmo y más que vendrá. Seguro. Un centro en el que cada forma, cada
detalle y cada metro cuadrado están meditados y ceñidos a un rigor intelectual
digno de tal empeño. Saben lo que quieren.
Porque el envite
de la Fundación que tiene su solar natal en este rincón del Condado no ha sido,
ni es, contar con un lugar epatante o desmedido para ver si luego se rellena
con lo que sea, sino construir contenidos, expectaciones, participación, dar un
sentido a las cosas y, después, levantar un lugar para albergarlas. Enhorabuena.
Les deseo lo mejor, pues también será lo mejor para todos. Han construido
empezando por los fundamentos.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 11/4/2015)
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