A menudo, el calendario disfruta de frivolidades de jocoso
dios olímpico. Por una de esas conjunciones astrales berlanguianas, este último
día de agosto coincidieron las réplicas de los partidos al candidato Rajoy y la
tomatina de Buñol. El primer acto de
la celebración de la tomatina consiste en trepar a una cucaña enjabonada para
alcanzar un jamón. Llevamos dos trepadores y el pernil sigue en su sitio. El
primero no alcanzó porque no tuvo fuerzas suficientes y lo mismo pasa con este
segundo, que (curiosa y cínicamente) reclama a aquel primero que le ayude,
cuando él ni se movió entonces. Cosas de las fiestas, las rencillas de pueblo reverdecen.
Por su parte, Rajoy se comporta como quien acude a la
tomatina (y al Congreso) a pasar el ratillo, un trámite, como quien se acerca
en chanclas y bermudas a la pescadería a por media de rabas para la merienda.
Todos conocemos tipos así. Se presentan en la refriega de la parranda con aire
entre extraviado y un punto jactancioso (pasaba por aquí y no tenía otra cosa mejor
que hacer, chicos), navegando al pairo en su íntima calma chicha, ataviado con mono
de faena para que las manchas no importen. Tampoco le molesta ser el blanco de los
lanzadores, con una media sonrisa de suficiencia. No esquiva ni una, y mira con
hastío a un tomate pocho, a un rival pocho. Dame, dame, y llámame perro. Yo
pasaba por aquí.
De tanto apilar consignas como cajas de fruta desechable, de
tanto escurrir la realidad (y los tomates) como un estorbo, Rajoy se alza entre
la masa embebida en pulpa roja con la apostura de un gigantón de feria que
escupe pepitas a ambos lados. Rajoy, si piensa, no piensa en la fiesta, el
alborozo y la refriega, sino en el momento de contar los tomates aplastados y
calcular cuánto han logrado sostener el precio los que sí llegarán al mercado,
su negocio. Rajoy mira más allá mientras recibe tomatazos porque su reino no es
de este mundo. Él habita el mejor mundo de los posibles… si eres Rajoy. Feliz
Navidad.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 3/9/2016)
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