Aquí te lo digo, alto y claro: te echaré de menos César
Alierta. Cada vez que coja el teléfono, tantas veces al día. Cada vez que mire
la tele, algunos ratos al día. Cada vez que mire al cielo buscando uno de tus
satélites -caiga sobre tales artilugios el poder de un dios iracundo- que me
ampare y me permita unirme al mundo desde los vastos yermos que no contempla la
cartografía de tus beneficios empresariales. Te echaré de menos como a tantos
otros que se fueron, cabeza alta, bolsillo lleno, toreros ellos, en loor (y chanelado
olor) de selectas compañas, con trompeteo y agasajo mediático y mucha flexión
monaguillesca. O César o nada. Te estoy añorando ya y apenas acabo de percatarme
de que no tengo tu número para agasajarte (tú sí tienes el mío, que lo sé, pero
también sé que no eres de agasajos).
Has sido mi presidente de Telefónica preferido. Aunque debo
confesarte que me encandiló Villalonga, aquel que vendió la empresa por encargo
del gobierno. Desde entonces habéis prosperado mucho, se nota que os iba mal
con nosotros. Ahora lo mismo nos compráis un día de estos a todos. O nos habéis
comprado ya.
Y es que mira uno hacia esos que supuestamente mandan, los
políticos, y los encuentra liados “por activa y por pasiva” en sesudos tuits y
guasaps, en cargantes reuniones y declaraciones cansinas, un sinvivir, el
desgobierno de no tener gobierno. Y entonces viene a la mente gente como tú, César:
los que sí mandáis. No os votamos, pero ni falta que hace, qué atraso.
Multinacionales, he ahí el Edén: sin fronteras ni refugiados; en lugar de
recortes, dividendos; en lugar de ciudadanos, clientes: que si no pagan, desaparecen.
La Sociedad de Naciones en un pueblo suizo, qué lujo. Y para el César lo que es
del César, o sea, treinta y cinco millones y medio de euros (lo escribo en
letra porque lo merece) en compensación, indemnización o como llaméis al
sablazo. Te echaremos de menos, pedazo de César. Aunque tú, seguramente, no nos
eches de menos a nosotros. Ave.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 2/4/2016)
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