Según dicen quienes saben, en los
próximos años millones de puestos de trabajo desaparecerán por obra y gracia de
la robotización; un cambio de paradigma laboral y estructural a escala de una
pequeña revolución de esas que no cambian nada y lo cambian todo. Según añaden,
el paro será inquietud principal de los ciudadanos y, por extensión, germen de
conflictos en todo el planeta. Pero, lo cierto es que por mucho que pienso en
ello no hago más que reconocer por doquier la necesidad de profesionales y
trabajadores de los de siempre, de las labores de toda la vida. Más médicos,
que atiendan como es debido a nuestras cada vez más envejecidas poblaciones, a
los desatendidos enfermos… Más profesores. Más abogados en puestos de jueces,
fiscales o defensores, para tanto pleito, tanto engaño y para que la justicia
no se resuelva cuando sea injusto que lo haga por tanto aplazamiento. No hago más
que constatar la necesidad de fontaneros, electricistas, albañiles… en todos
esos lugares donde uno observa edificios, calles, industrias, instalaciones mal
construidas o destartaladas, precisadas de un repaso a fondo, de una reforma,
de una reconstrucción. De la evitación de la ruina.
Tal vez sobren ciertas
profesiones, en las que en apariencia nada se dilucida que sea imprescindible,
pero si se asoma uno al campo, faltan agricultores y tierras labradas; faltan
cuidados al monte y pureza al agua, amparo a los animales, atención a los
pequeños pueblos. Y si observamos la ciudad, otro tanto; patente en vías, instalaciones,
servicios, ordenaciones. Y en la atención a las personas, donde más carencias
hay, es donde las máquinas menos pueden servir. Pero nos dicen que los robots resolverán
esto y lo otro… Da la impresión de que el mundo está a medio hacer, pero en
lugar de rematarlo bien, de reparar lo maltrecho, nos parece más conveniente emprender
un mundo nuevo, virtual y de mentiras. Uno en que sea menos comprometido cometer
errores como dejar las cosas a medias.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 16/4/2016)
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