Las
dos carencias tradicionales más notorias de la formación cultural de los españoles
frente a sus conciudadanos europeos, fueron desde siempre, y casi desde el
siglo XVI, la que afectaba a los idiomas y la que tenía que ver con la música.
Ha habido que esperar hasta el siglo XXI para que ambas comenzaran a enmendarse
con lentitud pero sin remisión. Las nuevas generaciones cantan en inglés, no en
ese idioma inventado de nuestra infancia, ven series en versión original, y viajan
y chatean con colegas del otro extremo del mundo sin complejos. Y muchos de
esos chavales saben leer una partitura y tocan un instrumento y, aunque no
acaben siendo músicos, entenderán de música y, por ello, serán personas más
afortunadas.
En
León tenemos suerte en ese sentido. Desde hace décadas, y más en las dos
últimas, la afición por la música ha dado lugar a un panorama de agrupaciones y
citas sin parangón para una ciudad de su tamaño, pese a que mucho de ello quepa
atribuirse a iniciativas lejos de las alharacas y decepciones de lo público. Del
ciclo de músicas históricas, los festivales de música española, de órgano, las
Juventudes musicales, la JOL, Eutherpe … al Purple
o el reciente Tesla (me olvidaré de alguno, mis disculpas), ofrece la ciudad
una efervescente oferta a la que solo falta consolidar el aprovechamiento de
sus infraestructuras (el Auditorio en especial) y, sobre todo, la puesta al día
de sus maltrechos centros de enseñanza, tanto la Escuela municipal, perpetuo
“okupa” del vetusto Colegio de Huérfanos Ferroviarios que sirve para rotos y descosidos,
como, en especial, el Conservatorio, edificio añoso y, en ocasiones, inhábil
por falta de adecuación y accesibilidad. Pero he aquí que, de pronto, sin saber
cómo ni de dónde ni por qué, como un despropósito absurdo digno de una comedia de
Dario Fo o de una película de Berlanga, se anuncia la iniciativa de encajar esa
enseñanza básica de la ciudad, de cualquier ciudad, en los bajos del campo de
fútbol (nota: campo de fútbol, que estadio tampoco merece llamarse), junto
(para más escarnio) a la delegación de Educación.
Aparte
el sentido común y cualquier otro sentido, el hecho simbólico (no menor: la
arquitectura y el urbanismo son disciplinas eminentemente simbólicas), no deja
de retratar un tiempo, la época en que se dilapidaba para construir monstruos
inútiles de hormigón con los que ahora no sabemos qué hacer. Y no deja de revelar
una determinada manera de entender las cosas. Y qué manera. Aunque también está
la cuestión patrimonial, por supuesto. Cuando alguien propone algo tan fuera de
lugar, cabe observar el movimiento que se produce fuera de foco, como en el
ajedrez. ¿Qué se propone para el edificio que queda vacante, para el viejo
conservatorio? Se dice que se reformará para acoger una “sede administrativa”
de la Diputación para la que -añaden- hay prisas, eliminando de paso un
alquiler gravoso para la Junta. De primeras hasta parece lógico. Pero de una lógica
perversa en que las administraciones se comportan como propietarios celosos de
sus predios, frente a otras administraciones que hacen lo propio. Y no. Esas posesiones
son de todos, de los ciudadanos, y están encomendadas a ellos para servir al
mejor fin. De ahí que sea ridículo que se cobren alquileres entre ellas si
prestan un servicio necesario, y que sea contraproducente que pugnen o negocien
para que “se lo devuelvan”. Con este tipo de comportamientos no sólo las
diputaciones sobran.
Por
otra parte, si uno se para a pensarlo, muchas alternativas se ofrecen para
subsanar la carencia de conservatorio digno, situación poco comparable con
otras capitales de provincia, o con el excelente conservatorio de Ponferrada,
por poner un caso cercano. Desde la ahora arrinconada edificación de un centro
de nueva planta, para el cual se reservó una parcela bien situada -¿qué pasará
con ella? ¿quién la reclamará?- cuando la bonanza económica auguraba una
solución estándar, hasta posibles alternativas como la remodelación y
ampliación del viejo inmueble que lo acoge hoy. Recuerdo a la sazón como el Ayuntamiento
de entonces se opuso a la edificación de un fenomenal museo de nueva planta en
el solar de la calle Santa Nonia, con la excusa de que era un gran emplazamiento
para otra cosa más útil, un centro comercial se dijo. Ahí sigue el solar, estacionando
coches, esperando, tal vez, servir para la ampliación del conservatorio actual…
Por otro lado, la vinculación de este proyecto de nuevo Conservatorio (y de la Escuela
municipal, no se olvide) con el fallido -¿o durmiente?- proyecto del Emperador
como centro de estudios musicales e históricos, con la programación (también fallida
o durmiente) del Auditorio y con los numerosos acontecimientos que a lo largo
del año (este sábado hubo uno en la catedral) hacen de la música seña
distintiva de esta ciudad, a veces pese a los que la gobiernan. Una idea tonta
me sobreviene para terminar, y con la misma y nula deliberación la expongo:
¿por qué no el Conservatorio en el Palacio de Congresos? Al menos sabríamos
para qué ha de servir, no como el “estadio”.
Sin
embargo, el mayor de los desatinos ha sido una vez más haber tomado esta
decisión sin consulta previa alguna con la comunidad educativa, provocando que
se pusiera en pie de guerra unánimemente. El Consejero se ha apresurado a
convocar una reunión informativa para explicar esta decisión, pero ¿no debería
ser al revés? ¿No cabe consultar antes de tomarla en vez de explicarla? ¿Es
esta la “nueva política”, la del contacto con la ciudadanía y los afectados?
¿Qué fue de aquellas buenas intenciones que sin duda resurgirán de cara al 26J?
A León se hace falta un conservatorio; a sus mandatarios, un conversatorio.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/4/2016, de forma excepcional, un martes)
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