Hace más de medio siglo que Umberto Eco publicó un conocido
ensayo en que dividía el mundo entre apocalípticos e integrados. Sin embargo, nuestra
España inmarcesible y postcrítica se divide mucho más concreta y específicamente:
nos pasamos la vida entre marianos y bertines.
Nuestro menoscabado presidente en funciones de no funcionar
se distingue mundialmente por su frugalidad intelectual y su paquidermia
institucional y se comporta como un apocalíptico sin vocación, un sinsangre obligado
a la acción. Ante la duda, no suele moverse y cuando no duda, tampoco. Y si,
por desgracia, hay que hablar, “o yo o el caos” es la divisa que le tienen
encomendada y él la menudea sin convicción. Predica un apocalipsis de mesa
camilla y brasero, que le chamuscará las zapatillas a poco que se trasponga
como suele. Cuando preside está como ausente, pero no calla.
Por el contrario, el hiperactivo y polifacético Norberto
Osborne, con ese alias y aires de perpetuo y pizpireto mozalbete, yergue su
silueta apolínea como el paladín de un país sin complejos, seguro de sí,
sangriento (de sangría) y taurino y olé. Y como hombre anuncio que es, dado a
las finanzas, Bertín anuncia cositas. Hay quien dice que a los cuarenta se nos
queda la cara que merecemos, la que nos retrata. Para el caso de los famosos
cabría decir que acaban por anunciar aquello que saca de ellos lo que llevan
dentro. Bertín, que empezó en la recordada Sofico,
presta en estos días su imagen a la publicidad de dos productos acordes con su
arrebatadora personalidad: una entidad prestamista que ofrece créditos a un interés
usurero (el cinco mil por ciento TAE, según parece) y una clínica dental cuyo
lema es “la sonrisa lo cambia todo”. Tiene razón: la sonrisa lo cambia todo, en
especial cuando se hiela en la cara del que no puede devolver un crédito. O en
la del que escucha a nuestro presidente pronosticar ese acabose que son los
otros o ese cielo que nos tiene prometido hace tanto tiempo y no acaba de
llegar.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 11/6/2016)
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