Con la negociación de tapadillo del TTIP (Tratado Transatlántico
de Comercio e Inversiones) da la misma impresión que con muchas decisiones que acaban
por afectarnos de forma determinante: al igual que la Luna, la realidad tiene
dos caras, y no sabemos qué sucede en la oscura. Demasiados asuntos se dirimen
bajo cuerda y nos enteramos cuando ya es demasiado tarde; o simplemente no nos
enteramos. También da la impresión de que, pese a vivir en democracias, proliferan
mecanismos y entidades (supuestamente emanados de sistemas participativos) destinados
a dictaminar normas y obligaciones que ni se someten a escrutinio público ni se
ajustan a ningún programa o propuesta política que los ciudadanos hayan podido
considerar. Las abusivas obligaciones que impone Bruselas a países presupuestaria
y socialmente frágiles no han sido aprobadas por sus ciudadanos aunque se vean obligados
a consumarlas dolorosamente. Es más, quienes las determinan no están sobrados
de inocencia o responsabilidad en ese drama. Ni somos informados ni seremos
consultados sobre mandatos que modifican nuestras vidas, aunque lo hagan suave
y definitivamente, como una especie de cambio climático económico, social y
político.
Luz y tinieblas. En economía convive la teoría del reparto
equitativo de las obligaciones fiscales con las SICAV y los panamás del mundo,
como si leyes y justicia valieran sólo para los del tendido de sol. Ítem más:
en el fútbol, por una parte están el deporte y las aclamadas copas europeas y
por otra la negrura insondable de los negocios turbios, las deudas con hacienda
y los chanchullos. Una realidad bifronte en que la zona de sombra prevalece;
una esquizofrenia de la quizás salgamos con camisa de fuerza, porque de tanto ocupar
el lado soleado, nos abrasamos. Y luego se oye cómo denominan “antisistema” a algunos
grupos que exigen el cumplimiento de principios básicos en que se fundamenta
nuestra convivencia, sin advertir que su reverso se llama Trump, Hofer o Le
Pen.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 4/6/2016)
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