El baile comenzó el veinte de
diciembre, pero los preparativos mucho antes, por supuesto. Que si ir de
rebajas sin que se note, para estar elegantes sin gastar demasiado, que si
dejarse ver por todo el mundo, que si charlas por aquí y galanteos por allá… Un
no parar. Pero el gran día llegó: empezó el sarao. Y con él, el flirteo.
Nadie quiere bailar con la más
popular de años pasados. Arrastra fama de ingrata y altanera, de no haber
querido nada con nadie durante este largo curso y eso acaba pasando factura. Ya
no es tan popular, aunque ella no se dé por enterada porque aún la miran al
pasar: pero nadie la pretende y ella no hace ni un ademán humilde. Además, aunque
disimule, se ha abandonado y huele mal, y cada vez más. Otra chica, la que
empuña una rosa, no tiene remilgos, quiere sacar a bailar a cualquiera, a todos
si hace falta (salvo a la popular, claro). Pero eso no puede ser: su círculo de
amigas -algunas no muy amistosas- insiste en que saque a uno, que no se puede bailar
con varios, a no ser en una sardana, y no es el sitio; dicen. Por su parte, el
joven de la coleta la pretende con un compromiso formal, exclusivo. Más que en
el baile, piensa en un noviazgo. Incluso hay quien diría que piensa más allá de
la ruptura de ese romance, cuando vuelva a ser alguien sin compromiso y se
celebre otro baile. El guaperas del traje cruzado en tonos naranja querría
sacar a la popular, pero teme el rechazo de los demás, tal es la fama que aquella
ha ganado a pulso. Quizás espera que la popular se asee un poco y, sobre todo, el
momento en que no miren. Los independentistas, con sus bolígrafos en el
bolsillo de la camisa de cuadros, parecen
aguardar si hay conga y barra libre. Quedan chicas sueltas: canarias, vascas… están
un poco a la que salta. A veces da la impresión de ser un festejo de cuento:
hasta príncipe hay, aunque ya sea rey. Otras veces parece que el zapatito de
cristal se les hará añicos de tanto manosearlo. A medianoche la carroza será
calabaza.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 6/2/2016)
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