Para el Estado el ciudadano nunca fue un sujeto bien terminado. Desde siempre lo tuvo por carente y falto; si infeliz, lo era a causa de sus propias imperfecciones. Hace años le faltaba una póliza, una tasa, la fotocopia compulsada del DNI, el certificado de su propio nacimiento o de su propia defunción. Ahora se le requiere un teléfono, un ordenador, un enlace wifi. Y su correspondiente conexión eléctrica para que pueda usar tarifas muy nocturnas. Todo este aparataje se ha convertido en su prótesis, aquello que le falta para acceder a la sublime gestión de su propia riqueza, el gobierno de sus propios asuntos delegados a la Administración, con mayúscula.
Pero el Estado no inventa, hace tiempo que no lo hace si es
que alguna vez sucedió tal prodigio. El Estado se limita a replicar los
comportamientos de los empresarios que, al fin y al cabo, lo tutelan y moldean
a su imagen y semejanza. Pese a lo que proponían sus lemas, para las empresas
el cliente siempre fue un ser defectuoso y desprovisto de razón cuya única
razón de ser se liquidaba en caja. Si las empresas nos exigen hacernos con un artilugio
donde frecuentar sus oficinas virtuales, si nos instan al aprendizaje de una
serie de mañas con que poder deshacerse de legiones de trabajadores, si usan y
abusan de nuestros medios para sus fines ¿por qué el Estado no iba a hacer lo
mismo sobrándole como le sobran legiones de funcionarios de la generación boomer y no faltándole como no le faltan
las excusas (la oficina sin papel, la ventanilla desde casa, etc.)? Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/la-protesis
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 13/06/2021)
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