Aunque no lo sepamos con certeza, la posesión y producción del fuego hubo de ser uno de los primeros y decisivos avances del humano, no tanto para preparar su comida como para combatir los miedos y peligros que las tinieblas amparan. Ese fuego, llevado a lo más profundo de las cavernas, dio origen a las primeras actividades que podemos llamar arte, aquello que nos diferencia ya no de los animales, sino de lo peor de nosotros mismos. Miles de años más tarde, un filósofo griego hizo de una caverna iluminada el motivo más conocido de su teoría para explicar el conocimiento. Un conocimiento que era luz.
En el siglo XII, el abad Suger de Saint-Denis imaginó una
arquitectura construida de claridad, liberada de muros, elevada al cielo. El
ansia de misticismo del gótico alzó esqueletos de edificios resplandecientes
fundamentados en una matemática tan rigurosa y embaucadora como la filosofía de
Tomás de Aquino. Una frase lapidaria resumía aquella obstinación: “Dios es
luz”. Una centuria después, la soberbia de esas construcciones se desplomaba
desde casi 50 metros en el coro de la catedral de Beauvais. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/notas-para-otro-recibo-de-la-luz
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 27/06/2021)
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