Hacía cuatro décadas que lo había plantado pero se secó este
verano, de un día para otro y, en apariencia, sin que sucediera nada en
especial. Había sido un capricho, porque no se trataba de un frutal u otro tipo
de especie útil y ya entonces muchos le habían afeado que dedicase el mejor
ángulo de la tapia del patio a un árbol tan poco práctico. Sin embargo, con el
tiempo su envergadura había proporcionado un rincón de sombra muy agradable durante
la canícula. El vecino de enfrente, que tanto lo criticara, lo disfrutaba ahora
con algo de envidia cuando entraba a pegar la hebra, sentados ambos a la
sombra. Hablaban de pocas cosas y siempre las mismas. Hablaban sobre la abundancia
de rapaces y la escasez de caza. Hablaban sobre las heladas, que cada vez eran
más suaves y menos frecuentes, lo que provocaba plagas de roedores.Y, en
consecuencia, se sorprendían de lo curioso que resultaba que el dueño del árbol
no tuviera gato y nunca hubiera visto un ratón en un patio tan enorme...Minucias.
Nunca mencionaban el silencio que se hinchaba en las calles del pueblo. El mundo
iba a peor, solían concluir. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/el-arbol-de-las-luces
(Publicado el 22/12/2019 en La Nueva Crónica de León, en una serie llamada "Estampas bucólicas y sin embargo navideñas")
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