Algunas semanas aparece enseguida, nítido e indubitable
desde su modesta revelación, las más de las veces por una casualidad, un despiste,
una noticia, un comentario. Y una vez la cuestión se ofrece, el tono brota con la
primera frase, la aseveración que le da sentido, o con el disimulo que escoja el
párrafo inicial para revelarlo después, rápidamente, pues es mínimo el hueco y
ha de ser pronta la resolución. No hay dudas de entrada; se acumularán después.
La primera redacción irrumpe rauda, repleta de frases huecas,
erratas, anacolutos, deplorables ideas mal expresadas: un basto leño a cepillar
en ratos libres. Esos ratos lo labrarán durante días: un adjetivo inútil cercenado,
un verbo más preciso sumado, una frase a la papelera, otra al taller, otra que
cambia de emplazamiento, otra que marco en rojo para eliminarla después. Y
mientras la opinión se pondera o se recrudece, se entona o se diluye, comienza
a declararse y se pierde un poquito el control. Pienso en quién leerá: si
estará de acuerdo o no, pero sobre todo, si entenderá estas razones aunque no
las comparta, y si deducirá que hay que exponerlas en esta caja angosta y
limitada, y de ahí su maximalismo ocasional, su esquematismo, abocetamiento y sobreentendidos.
Cuando acabo de bruñir, lo leo del tirón por vez primera.
Para cerciorarme del ritmo, una cadencia que, quizás, sólo yo tarareo, pero sin
la cual no me siento a gusto. Manías. Los signos de puntuación componen ese
soniquete imperceptible. Finalmente, lo imprimo. Los tecnopléjicos seguimos leyendo en papel. Allí se emplata: tachones,
interrogantes y signos herméticos de una última corrección. Y se envía, el
viernes por la mañana, a poder ser temprano. El sábado lo ojeo apenas, por si
algún duende de imprenta. Después, a archivar y al blog, una segunda vida
comatosa. Sic transit. Así que,
aunque parezca que sale del tirón, en cierto modo paso la semana descifrándolo.
O no. Esta semana no apareció… Rellenen el hueco como gusten, por favor.
(Publicado en La Nueva Crónica de León el 5/11/2016)
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