“Una mañana, tras un sueño intranquilo, el país más poderoso de la Tierra se despertó convertido en un
monstruoso insecto… Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación al
grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto. -¿Qué me ha
ocurrido?...” (Gracias por el préstamo, Franz). Que ganó el bicho. De la risa
pasamos al susto y al final hubo muerte. Esto no es Hollywood (allí ganó
Hillary) con sus happy endings. Y van
tres (o más): el Brexit, las FARC y ahora este Berlusconi paquidérmico. Falta
Le Pen para bingo. Cuando lo absurdo se convierte en normal, la normalidad
ocupa su hueco: despertamos y el señor Samsa gobierna el mundo. Hay muchas posibilidades
de desmenuzar este triunfo de lo impensado, contra sondeos, pronósticos y toda
lógica (ese trasto viejo), pero el fenómeno de rechazo en las urnas a los
valores admitidos como propios de la cordura política asienta sus bases en los
errores de esa misma política. No cabe responsabilizar a los electores,
soberanos siempre, sino a quienes han gobernado defraudando a aquellos hasta
hacerles caer en una peligrosa e incoherente coherencia. Votan a Trump porque
creen que va a cambiar las cosas, independientemente del sentido (o sinsentido)
de ese cambio. El cambio se exige y los políticos de siempre no lo garantizan,
han desilusionado demasiado. El vaso se colmó con las últimas “salidas” de la
crisis. Puestos a buscarlos, el primer responsable es el Partido Republicano
(el partido de Abraham Lincoln…): si su programa es el mismo que el de Trump,
por eso; y si no lo era, por haber permitido que usara sus siglas. El segundo
es el Demócrata: antepusieron dinastías y turnos asignados a las preferencias y
demandas de sus electores. Y de poco vale argumentar ahora que los poderes del
país limitarán lo que dijo en campaña, y será muy distinto lo que haga: ha
ganado con lo que dijo, no con lo que hará. Lo acusaron de antisistema, pero
Trump es un producto genuino del sistema. Su metamorfosis.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/11/2016)
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