No ha habido mejor homenaje hispano al centenario
shakespeariano que el drama del partido socialista: puro Hamlet. Todo comenzó
con el padre muerto (Felipe González) apareciéndose espectralmente, reprochando
a su heredero una secreta felonía. Tal aparición desencadenó la tragedia,
resuelta en pocas y estremecidas jornadas. Mientras la reina madre (Susana
Díaz), desde su tálamo mancillado por tanto ERE, templa y manda, deseosa de legitimarse
a sí misma gracias a un usurpador; las dudas del joven príncipe, su tortuosa
inacción y errático discurso, fueron los titubeos de todo el partido,
desgarrado entre hacer y no hacer, que es la forma del ser o no ser en la
tragedia danesa. Algo huele a podrido en Ferraz, por supuesto. Y la representación
del comité federal puso en escena, literal y metafórica, ante toda la Corte y
espectadores cuanto había sido urdido a escondidas días atrás, señalando a
propios y extraños el alcance de la traición. Detrás de una cortina, donde se
dispuso una urna, es muerto Polonio, haciendo de Hamlet un asesino por error.
Rosencrantz y Guildenstern ya no pueden seguirle más. Ofelia se ahoga, confusa.
Hasta Yorick, el antaño bufón (Iceta), acaba por mudarse en personaje crucial,
eje de la trama, símbolo a su pesar, de trascendencia.
Todos sabemos cómo concluye Hamlet: muere hasta el apuntador,
cosa muy del gusto del bardo del Avon. Aunque quizás también quepa imaginar un
PSOE menos brumoso y nórdico, menos calamitoso y tremendista, leído en forma de
sosegadas andancias por esos anchurosos campos manchegos abrasados de sol y
polvo que fueran escenario principal de la obra del también centenario manco
(tan disminuido en honras frente al alevoso, por simultáneo, inglés). En ese paisaje
más nuestro y más alegórico, aún no estamos seguros de si los socialistas
acometerán, tal vez vanamente, contra los molinos, como su hidalguía demanda, o
se acomodarán a horcajadas en su rucio denunciando a voz en pecho la locura que
tal empeño sería.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 22/10/2016)
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