Este pasado lunes,15 de agosto, la ribera del Bernesga se pobló
de gente empeñada en disfrutar una jornada festiva y veraniega: escuchar
música, ver cine, beber y comer, charlar, sentarse en la hierba;esas cosillas.
Como excusa (por si hiciera falta), tomaron por segundo año consecutivo la
monumental novela del malogrado Francisco Casavella, “El día del Watusi”, cuyo
argumento gira en torno a sucesos acontecidos en esa misma fecha. Que no
hayamos leído la obra del barcelonés sitúa este evento a la altura de quienes
celebran campanuda y protocolariamente el centenario del Quijote. Bueno, no. Ya
quisieran.Nos enteramos del asunto por las redes sociales hasta que, un día,
apareció en los medios de siempre, los periódicos. Primero, en la prensa
nacional (El País); luego, con algo
deresignación condescendiente, se habló de elloen la de aquí, que están muy
ocupados.
Todo esto me sugiere lo que en su día debieron de ser los
orígenes de la celebración de Genarín, mucho antes de que agonizase de éxito.
En aquellos febriles años treinta, también un grupo de amigos, en plena exaltación
de camaradería, decidió pergeñar laexégesis novelesca de la vida de un menesteroso
y convertirla en excusa (por si hiciera falta) para una celebración apartada de
tópicos, despojada de tanta ceremonia y solemnidad que arruinan cualquier
manifestación colectiva pública.Más tarde, otras historias y, al final, la
popularidad y el acartonamiento, acabaron por apuntillar la autenticidad de esa
celebración. Algo así sucedería también con fiestas que en origen fueron espontáneas
y hoy son mera liturgia y aparato oficial. Quizás el propio Watusi se funda en
sí mismo como una bella estrella fugaz, o quizás triunfe momificándose en alguna
concejalía y agostándose lenta pero inevitablemente. Pero por ahora disfruten,
mientras el aire fresco la insufle, de los días del Watusi y agradézcanles a
todos ellos (Yago, gracias) poder asistir al parto natural, sin cesárea, de una
tradición.
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