Ahora que acabamos de celebrar su Día internacional, se me
ocurre que, pese a que parezca que ya exponen de todo, aún quedan cosillas que
podrían y deberían estar en los museos, y hasta un museo nuevo se antoja
deseable. Los presidentes de la Patronal, por ejemplo, merecerían ocupar
vitrinas estancas y, a ser posible, insonorizadas. Lástima que algunos estén en
la cárcel, que es como un museo pero en el extrarradio. El de ahora, con ese peinado
a lo gentleman rural de vetustas haciendas y rentas, nos proporciona además la
frase que podría ilustrar su propia exposición: "el trabajo fijo y seguro
es un concepto del siglo XIX, ya que en el futuro habrá que ganárselo todos los
días”. Perfecto para la sala prehistórica. Aunque también vale como obra de
arte. Arte bruto, concretamente.
En la sección de culturas foráneas cabrían sendas estatuas aupadas
en altas peanas: el señor Maduro con su chándal de colorines, cuyo tejido
liviano daría ocasión al clásico estudio anatómico de paños mojados y a un contraposto
praxitélico. Con su donaire, sólo él logra que cualquier gobierno (hasta el nuestro)
parezca mejor: Stendhal se conformó con menos. Frente a este Apolo, en teatral
y museístico contraste, il pensieroso
Donald Trump, con el tupé nimbando su ceñuda frente: alegoría de lo
inverosímil.
Y, por último (la lista es larga, este espacio corto), en la
“sala púnica” podría habilitarse una rotonda con mucho dorado, mucho mármol y
muchas lámparas, donde disponer una galería de retratos de los barberás,
granados y demás próceres y patricios, acompañados de una serie de lienzos con
panorámicas de esas urbanizaciones que son la performance endémica de nuestra historia
contemporánea. Como vídeo didáctico, un capítulo de “Cuéntame”. Visitaríamos
“una institución sin fines de lucro, al servicio de la sociedad, que expone y
difunde el patrimonio material e inmaterial de la humanidad con fines de
estudio, educación y recreo”, tal como reza la definición canónica de museo.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 21/5/2016)
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