Cártel es palabra curiosa. Con tilde o sin ella, y
procedente (¿casualidad?) del alemán, remite a una alianza discreta o secreta
llamada a usos monopolísticos y privilegiados que perjudican, normalmente, a
todos los demás. Hace un par de meses, la Comisión nacional de la Competencia
multó a la práctica totalidad de las marcas de coches presentes en España por
prácticas de cártel durante siete años (2006-2013). De aquellas empresas, que
tuvieron que abonar más de 170 millones de euros en total, una libró; la que
acusó a las demás para no afrontar la sanción. Por lo visto, en el argot les llaman
“solicitantes de clemencia”, o sea, chivatos. Se ahorraron 40 milloncejos y hablamos
de Seat-Volkswagen. No hace falta que pormenoricemos qué está pasando ahora con
la Volkswagen (el coche del pueblo, esos nombres traviesos…). Trampeando,
instalaron un software que detectaba los momentos de escrutinio para engañar a
los verificadores de emisiones nocivas y así mejorar las prestaciones de sus
vehículos. Mientras, nos halagaban los oídos con BlueMotion, Think Blue y
todas esas chorradas en inglés que parecen decir algo solo porque están en
inglés. O en alemán: Das auto.
En la política no hay tribunales ni comisiones de la
competencia que verifiquen acuerdos monopolísticos y trucajes que limitan las
emisiones nocivas solo en períodos de campaña electoral. Tampoco se conocen
multas por incumplimientos de contrato o pérdida de fiabilidad. Lástima, así
nos va.
Por bajar al nanomundo,
en León también hay prácticas de cártel. O, más bien, de cartel. Hace unos
meses, Ayuntamiento y privados implicados acordaban con movimientos ciudadanos
que los carteles de fiestas iban a dejar de materializarse en el corralito
cutre que suelen. Pero el tiempo pasa y creen que con ello se desinfla el
entusiasmo y a la gente acaba por darle igual la imagen de la ciudad con tal de
que pongan morcilla. En las tabernas y en los impresos. Qué pena de cartel. Qué
talante de cártel. Das auto.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 26/9/2015)
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