Si cada época
siente y padece de una determinada e irrepetible manera, cuenta con un espíritu
distintivo, un Zeitgeist como dicen
en los tratados, quizás sean éstos tiempos de ira y desencanto; tiempos, tal
vez, broncos a la par que melancólicos. Consiste ésta, la melancolía, en un
sentimiento que definen de desigual forma los diccionarios, tan groseros e
inútilmente pedagógicos para estos casos, a como lo hace precisamente todo un período,
toda una generación, y a como la revelan sus formas de expresión, sean artes,
literatura o música, sea mediante la sensación que se obtiene de contemplarla,
retrospectiva y especularmente. Cuando hacemos eso, echar vistas atrás, nos
miramos a nosotros, pues toda retrospección es introspectiva. Y cuanto más
desapasionada, más perspicaz.
Por poner un
ejemplo más que notable, de ahí que el llamado enfáticamente “Siglo de oro
español” al que constantemente regresamos, pueda hogaño descifrarse sin los
espasmos nacionalistas de antaño y a tenor de nuestro Zeitgeist. Podemos al fin
tenerlo por una temporada en el purgatorio de la hipocondria creativa, una
suerte de hemorragia de la “bilis negra”, un meditabundo pero en absoluto
rendido desfile de una legión de atrabiliarios hijos de Saturno, llamados a sigilosas
y críticas batallas y a conquistas más perdurables que las armadas. Un ejemplo,
un espejo.
De ahí que contemplar,
con la vista hacia dentro y el ánimo alertado, algunas de las piezas de la
exposición temporal “Tiempo de melancolía” se convierta no sólo en experiencia instructiva
y uno de los acontecimientos expositivos del año en España, sino también en una
muestra de tesis encaminada al autoconocimiento, como debería ser toda
exposición, todo museo, todo acto de cultura. Por lo dicho y mucho más, ahí va
la recomendación: en Valladolid, apenas a 130 km (aún sin autovía ni
AVE…), en el palacio de Villena, sede aneja frente al Museo de Escultura, y hasta
el 12 de octubre. Y gratis. No se la pierdan, por favor.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 19/9/2015)
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