El cuerpo
electoral también vive. Siente, piensa, respira. Y hace la digestión. El cuerpo
electoral, que no es un cuerpo como los demás, aunque funcione de manera muy parecida,
se alimenta cada cuatro años (a veces menos), y cada cuatro años completa sus
procesos nutritivos.
En algunas
ocasiones, el cuerpo electoral se atiborra, bien porque ha pasado hambre, bien
porque considera una gollería aquello que le ofrecen. Y en esos casos, se sacia
a veces de manera absoluta, pantagruélica, con riesgo de empacho o de
desarrollar rápida fobia hacia esos supuestos manjares que, más tarde, casi sin
saborearlos, se descubren insípidos, agrios incluso. Como a todos los cuerpos,
al electoral le sientan bien las frugalidades, y los equilibrios, o, dicho de
otra forma, que todas sus partes estén sanas y ejercitadas, atendidas por
igual, lo que requiere prestar más atención a aquellas que presentan peor
condición, para equilibrar. Si no se hace esto, el cuerpo se rebela. Cualquier
nutricionista lo sabe.
Como en todo
cuerpo, en el electoral hay órganos destinados a limpiar sus conductos para
evitar esclerosis, y combatir aquello que le es nocivo. Por esa razón, cuando
algo ha logrado introducirse en él pero resulta perjudicial para sus células y
organismos, el cuerpo electoral tiende a expulsarlo a la primera ocasión. Cada
cuatro años. Hay quién, sin embargo, no conoce su propio cuerpo, su cuerpo
electoral, pese a haber formado parte de él durante mucho tiempo, incluso todo el
tiempo. Ese alguien no se da cuenta, o pretende no dársela, de que es un cuerpo
saludable, acostumbrado a no gustar de platos precocinados, y mucho menos de
comida en mal estado, caducada o corrompida incluso. Es cierto que, como sus
digestiones son lentas, el cuerpo electoral al principio no da muchas señales
de esa inapetencia o emponzoñamiento; pero luego vienen las náuseas, algún que
otro mareo y los gestos de asco. Y a la mínima que puede, el cuerpo electoral
hace de cuerpo... electoral.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 30/5/2015)
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