Llegó el día, y es mañana. Se cancelan los cabreos de bar, las
diatribas de salón y los panfletos de columnista, se pospone la indignación y
el escarnio, la mofa y la indiferencia, se aplaza el gemebundo rodar de los
días de impotencia y cólera. Mañana comienza todo, una vez más.
El tiempo circular de fenómenos naturales, ciclos y
estaciones que regía la vida de las comunidades tradicionales con iterativa monotonía
se recrea en las sociedades avanzadas y democráticas gracias a un ¿eterno?
retorno que reconstruye sus ánimos y revitaliza energías, colma relatos, cierra
balances y da comienzo a cuentas nuevas: por un momento el vértigo lineal del
tiempo se pliega sobre sí mismo y se restañan voluntades y esperanzas.
Y aprovecharlo es obligado, categórico. Porque la suspicacia
y el cinismo juegan con quienes se aprovechan de nuestro futuro, el
apartamiento alienta despotismos que acabarán por alcanzarnos; porque pese a
tanta justa ira y tanto decente desapego sigue habiendo demasiados motivos para
votar. Miren a su alrededor y seguro que los encuentran. Ideas o personas, para
que estén o para que no estén; una simpatía, una aversión, una convicción o una
humilde simpatía. Así que vayan y voten, no se queden en casa. Voten con la
cabeza, considerando quiénes les ofrecen más ilusión, más confianza, quiénes
creen ustedes que están ahí para luchar por los intereses de todos, por causas
nobles con actitudes y comportamientos nobles, más allá de fotos
multitudinarias, falsas sonrisas, bombos y otros platillos… Y voten también con
el corazón, con esa parte de razón que no puede encerrarse en palabras. Por
primera vez en muchos años, hay gente muy nueva y nombres muy nuevos en esas
listas. Por primera vez hay brillo en los ojos de gente joven que antes miraba
hacia otro lado, en gente anciana que antes bajaba la vista, en gente que no
tenía más remedio que cerrar los ojos, abochornada. Hay muchas opciones, así
que empiece a quejarse el lunes; pero mañana, vote.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 23/5/2015)
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