domingo, 11 de enero de 2015

Niebla



 
Esta semana nos engulló la niebla. Ahondados en su letargo, nos sentimos desorientados, como un ciego de improviso despojado de su espacio cotidiano y de su bastón. La niebla desciende sobre nosotros y nos traga como ese animal impreciso y formidable que es atmósfera de muchos mitos y tópicos, todos ellos turbadores. La niebla no sólo desdibuja los perfiles de las cosas y las hace evaporarse junto con el lugar en que se materializaban, también diluye el discurrir del tiempo, nos instala en un día sin gobierno solar, lechosamente inmutable, en una noche nacarada, poblada de soles equívocos, tal vez cualquier farola, cualquier errática y trémula luz. La niebla se filtra en nuestros cuerpos, más allá de nuestra vestimenta inútil y nos pulsa tendones y huesos como cuerdas de un instrumento desquiciado que tirita sin ton. Si nos quedamos parados, la niebla suspende y entumece nuestro entendimiento y encoge el panorama del mundo hasta hacerlo apáticamente miope y repetido, como si no hubiera un mañana ni un lugar distinto a este en que estamos, tan encogido y fútil.
Algo como esta niebla que embrutece, amedrenta y abotaga debe impulsar los actos de esos tipejos que son capaces de asesinar a sangre fría invocando una fe que si algo tiene de respetable y de común con las demás es precisamente la consideración hacia los otros, la predicación de una estima universal a todo semejante. Sólo una mente lixiviada y de sucia simplicidad ampararía tales actos pretendiendo argumentarlos. Por otro lado, sólo una bruma muy densa nos haría suponer que el Islam tiene algo que ver con esos canallas, aparte de ser su excusa. La misma excusa que antaño fueron los vascos para ETA, la misma que siempre buscan quienes matan, en un largo y nebuloso etcétera. Sólo una niebla glacial y falsaria, simulacro de una idea desvanecida, puede conducir a alguien a ejecutar tales crímenes o a justificarlos poniendo como coartada a un profeta muerto, a una religión antigua, a una creencia más.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 10/01/2015)

domingo, 4 de enero de 2015

Estreno



 
Hace frío tan de mañana. El primer día del año se despereza aturdido y sin ganas, resistiéndose a comenzar algo que nadie sabe dónde ha de acabar ni cómo. Las calles bostezan al vacío con resuellos de mala noche y en salir a pasear este día tan temprano existe una perversidad inocente, como de psicoanalista sin clientes que se entretiene en escudriñar a alguien sin ser visto.
Se camina con una determinación errática y uno tropieza en cada esquina con una calma que parece más bien el agotamiento del ruido, el eco de un estruendo que ya no volverá, como si ya no fuera posible que nada más resonase. A lo lejos, en un lugar ajeno e inalcanzable, una sirena de ambulancia entona un canto repelente que se pretende descifrar en vano. Alguien, en una calle desconocida, ha tropezado con unos cristales rotos. Los patea y maldice. Hay una vomitona en el suelo, revuelta entre serpentinas, y hasta un único y desolado guante se atreve a retar el paso de quienes osaran transitar por allí. Nadie lo hace.
Una pandilla de muchachos ebrios que tan pronto vociferan como enmudecen, se tambalea calle abajo, las corbatas flojas, la camisa fuera, la mirada vidriosa y levemente triste. Discuten sobre qué hacer a continuación, aunque saben que no harán ya nada, que no puede hacerse nada ya.
Si se coincide con otro solitario, se desvían la mirada y la senda. Cada paso que se da parece dirimir una cuestión tan antigua como estéril; cada perspectiva que se abre al caminar es una brazada más hacia un desconcierto de tan reiterado, acogedor. Se estaría mejor en casa, pero una cafetería quizás pueda hacer las veces. Sin embargo, pese a lo avanzado del día, el barrio parece tan yermo como en medio de la madrugada más oscura, aunque no una madrugada como esta última, en la que han brillado todas las luces que ahora se encuentran fundidas, agotadas, muertas. La sensación de haber extraviado algo no demasiado importante se cuela por todas las rendijas. Hace frío. Sigue siendo invierno.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 3/01/2015)

domingo, 28 de diciembre de 2014

Mercachifles




¿Han comprado ustedes muchas cosas? ¿Van a hacerlo? Háganlo, por favor, gástense dinerito y levanten el país, que por lo visto sólo se levanta así, gastando, gastándose un poco más a cada vuelta de tuerca. Todos lo hacemos, al fin.
Recuerdo que al principio de la crisis, los apocalípticos y los integrados rehuían las viejas soluciones monetarias: no hay remedio por ese camino, decían, se trata de una crisis sistémica y su solución pasa por un cambio de organización, de estructura, de hábitos de vida. Ha pasado el tiempo y después del susto, como suele, ha venido la acomodación. Y no, no hemos cambiado, sólo somos más pobres, ganamos menos, muchos ya ni ganan, y los beneficios se han incrementado para quienes provocaron todo este desbarajuste y la penuria de tanta gente, la rabia de tantos. Pero no, seguimos creyendo eso de que hay que gastar para levantar la economía, que la economía sólo tiene un arreglo y se basa en mover el dinero (hacia el mismo lugar) y consumir productos desechables que agotan recursos finitos y dilapidan lo que otros necesitan. Seguimos instalados en el pánico a los cambios, acostumbrados a la desigualdad y el abuso, aplicando la máxima de gastar, que según la Academia significa “deteriorar con el uso” y “destruir”. ¿Más claro?
Y todo ha de venderse. Las ideas no son buenas o malas, hay que “venderlas”. Toda obra debe poder venderse para ser buena cosa; y si es vendible, lo es, aunque sea una pura falsedad. El paradigma en nuestras agostadas sociedades es el turismo, el último negocio: el del ocio. Y así escuchamos por doquier que si vienen turistas, da igual por qué lo hagan, aunque sea pura apariencia lo que ofrezcamos para atraerlos. Si compran lo que vendemos, qué importa que sea una fullería: recogemos la mesa plegable, el tapete y nos vamos pitando. Qué timo, qué truco de mercachifles. Dicen que antes Santa Claus casi siempre iba de verde, pero viste preferiblemente de rojo para vender más Coca Cola. Feliz navidad.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 27/12/2014)

domingo, 21 de diciembre de 2014

Piélago





Al final era esto. Soñaron con ello las mentes más nobles y a ello dedicaron los esfuerzos más cabales. Isidoro de Sevilla, por ejemplo, reunió en sus libros las astillas del vasto armazón antiguo, encapsuladas en palabras que ya no significaban casi nada, y por ello mismo podían simbolizar casi todo, y así eran pronunciadas una y otra vez como un mantra, la esencia de un conocimiento fosilizado para siempre. Siglos después, unos cuantos franceses entusiastas intentaron compilar todo el saber en unos libros enormes y bellos que se convirtieron en las partijas testamentarias de todo un tiempo. Se diría que cada vez que se pretende ese inventario, que se emprende el catálogo razonado del saber, se trata en realidad de un cierre, un borrón y cuenta nueva, un tajante cambio de tercio.
Y ahora esa tarea de titanes, por vez primera, pertenece a casi toda la humanidad, que la emprende con indiscriminada displicencia, con extraviada pasión. Ciudadanos con acceso a un medio de comunicación que construyen a la vez que utilizan. La red. El lugar donde nuestros sueños más bajos y esperanzas más nobles quedan atrapados para una posteridad incierta y, tal vez, vergonzosa. Y es que resulta que era eso. Nuestra cultura entera tendida al sol se antoja un patio de porteras, una exhibición de humanidad agreste, una muestra de lo que somos, sin los filtros de aquellos viejos empeños, tan selectivos. Por eso en esta enciclopedia virtual activa y multiforme que nos retrata despiadada, a cuyo curso formidable nos arrastra una pantalla luminosa, se arraciman sin orden ni concierto lo sublime y lo grosero, la maledicencia y el encomio, y junto a todos los tipos de pornografía late una sensación de íntima vulnerabilidad, la embriaguez de un fracaso monumental.
A ese piélago sin orillas se asoma ahora, un año después, este periódico, con pequeña chalupa y una tripulación aventurada. Como cuando el océano acababa en un abismo y la tierra era plana y el sol su satélite. Adelante.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 20/12/2014)

domingo, 14 de diciembre de 2014

Listados



 
No eres de León si no dices que eres de León con pertinaz deleite, como si tuvieras mérito en ello y te hubieran dado a escoger. No eres de León si no te parece que es lo mejor que se puede ser y, en jugosa concordancia de contrarios, una maldición como otra cualquiera; si no has querido extirpártelo y, también, que se te notara de lejos. No eres de León si no te alzas, mano al pecho, a vociferar (aunque no sepas la letra) un himno calcadito de una peli de Luis Sáenz de Heredia, y acto seguido entonas una reivindicativa canción minera.
No eres de León si no te has ciscado convenientemente en Pucela a la mínima ocasión, pase o no el Pisuerga por allí; si no sabes que reyes, leyes, bueyes y cosas muelles tenemos más que nadie y si no que venga León (de la Riva) y lo vea. No eres de León si no te has dolido amargamente del declive de la provincia entera, de sus políticos nefandos, de sus oportunidades perdidas, de su “qué buen vasallo sería…” pero sigues votando a los mismos tipos desde hace cuatro décadas; si no te arde la sangre comentándolo mientras te calientan la sangre (de gocho) que vas a untar en una tostada y ponderas que en ningún otro sitio dan tapas tan substanciosas y baratas. Y gratis. Que se come con ellas, vaya, incluso aunque no seas de León.
No eres de León si no arrastras al amigo foráneo a todos y cada uno de los sitios hermosos de tu ciudad, y una vez allí descubres que a ti también te gustan, qué curioso, aunque, eso sí, estén manga por hombro y haga falta un repaso que harás en una reclamación que nunca escribirás. No eres de León si no pudieras ser de cualquier otra parte, y en el mismo plan. Haz la prueba aunque no seas de León: No eres de… (ponga una ciudad) si no… (y una ocurrencia típica, tópica o mediopensionista). Y a la inversa: ponga cosas que hacemos todos, los de todas partes. Como, por ejemplo, listados.
Eso sí, si no eres de León, no sabes que somos cuna del copón y catre del parlamentarismo, ismo, ismo. Qué suerte.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 13/12/2014)

lunes, 8 de diciembre de 2014

Retrato



 
Ante el retrato de la familia de Felipe IV, conocido como Las Meninas, Téophile Gautier hizo la pregunta clave: ¿dónde está el cuadro? Tal es la enmarañada tramoya de la representación velazqueña y su carácter de obra extrema de la simulación barroca, tal fue su homenaje a la condición intangible de los monarcas. Ante el lienzo de Antonio López cabe preguntarse ¿dónde está la familia real? ¿Dónde estriba su realeza y se revela ante nosotros?
En la de Carlos IV, Goya abarrotó el cuadro con destellos de ropajes y condecoraciones, con personajes que asisten impávidos y algo perplejos a una suerte de disolución por saturación, como si su categoría viniese otorgada por el efusivo rebosamiento de esa mera presencia. Era el final. En el lienzo de López no hallamos poses ceremoniales ni distinciones de indumentaria o símbolos del poder: podría ser el retrato de cualquier otra familia (oligárquica), trajeada, posando para la ocasión.
La naturaleza del despojamiento de la familia de Juan Carlos I se antoja la clave del cuadro, y de ahí, quizás, la elección de López como “pintor de cámara”, pues éste suele construir sus cuadros más notorios en torno a un espacio vaciado en el que objetos y sombras son convocados a enfatizar esa renuncia. Un detenimiento mudo, que aspira a una eternidad inadmisible, consume edificios y cosas en su desnuda evidencia. Así los reyes, pues pareciera que contemplamos la dilación fortuita de los habitantes de ese éter que les rodea, un limbo en que la monarquía se convierte en unos individuos de paso, requeridos para ser retratados y, después, dejar sitio de nuevo a la nada. En el cuadro, además, ese vaciamiento se acentúa por el tiempo transcurrido: veinte años en los que la institución ha venido ahuecándose a golpe de futilidad y escándalo hasta convertirse en un paradigma en negativo del propio país. De ahí que el entonces príncipe, ahora rey Felipe, intente salirse del marco, apartarse de ese destino. Sin lograrlo, por supuesto.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 6/12/2014)