domingo, 14 de septiembre de 2014

Dinosaurio



No son pocas las veces en que, con ocasión de alguna “polémica” más o menos intensa, uno acaba por preguntarse qué tiene la arqueología que tanto molesta, qué defecto le escolta que tanto ofende, a diferencia de lo que sucede con otras disciplinas humanísticas, llamadas a la palestra sólo para anunciar buenas nuevas. De dónde esa saña. Sin malicia, uno quisiera pensar que se trata de su capacidad de sorprender, de cuestionar el orden asumido en el relato histórico, pues con frecuencia sus hallazgos desmenuzan las rancias versiones míticas que se ofrecen alegremente acerca de nuestro pasado, gracias a la letra apretada y pequeña de la cruda realidad, esa que vulgares objetos tornan verídica. Pero no sólo es eso. La mayoría de esos conflictos nacen del enfrentamiento entre sus vestigios materiales y los que proyecta nuestro presente. Como si fueran incompatibles. O, más bien, haciendo que lo parezcan.
Aflora algo, inopinado o previsto, y ya tenemos servido el enfado y la diatriba. Hasta los años ochenta, ese comportamiento era lógico, aunque retrógrado: como el país entero. En los noventa, poco justificable, cuando no turbio. Pero en lo que llevamos de siglo apesta a improvisación, chapuza o cosas peores. Además, se puede entender (otra cosa son sus consecuencias) que algo o alguien se trastorne por un hallazgo imprevisto, por la fortuita aparición de algo inadvertido, para lo que suelen alzarse numerosas reticencias, mitad temerosas mitad acomodaticias. Gestos pacatos. Ahora bien, que tales escandaleras sucedan por causa de yacimientos conocidos y a veces tan reconocidos que hasta son legalmente monumentos, suena a subterfugio o evasiva, excusas para la torpeza, la desidia u otros inconfesados asuntos. Así es que, por favor, dejen de atribuir a Lancia los retrasos de una autovía, o a La Edrada el bloqueo del cementerio de Cacabelos. Y etcétera. Porque, como el dinosaurio de Monterroso, ya estaban ahí cuando despertamos. Y de eso hace mucho tiempo.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 13/9/2014)

domingo, 7 de septiembre de 2014

Vanidad




Querido amigo: Días atrás, entre cervezas, discutíamos sobre el impulso que arrastra mis columnas (y las de tantos otros) hasta aquí. Pecuniario no, pues no me pagan. Así que, concluías, era vanidad, pura y simple y vana gloria. Sólo así, razonabas, cabía entender su esmero (la de cal), aunque encaminado a la busca de un reconocimiento, una presencia social, una presunción, al fin, por modesta o legítima que sea (la de arena). Cosa que cuestionabas. No en sí misma, sino por un comprensible instinto gremial y de defensa del trabajo retribuido…Razón no te falta. Pero, por supuesto, yo me defendía. A nadie le gusta ser tildado de vanidoso, aunque tener vanidad no lo sea. Pero discutíamos entre cervezas y no hay nada mejor. Argumentaba que escribir me agrada, pero que, por desgracia, carezco de disciplina para obligarme a no ser que me imponga un compromiso como éste, que además me da plena libertad de opinión. Y también quiero pensar que comparto con amigos un nuevo medio aún por arraigar. Argumentos prácticos y nobles, pero… vanidad al fin, sentencias.
Y declaro que soy consciente de dónde me esfuerzo, de que los medios dicen su verdad, la que responde a sus empresas e intereses, a veces tan miserables (apartamos, por esta vez, una más, la crítica a la profesión que tú ejerces). Y que lo soy de la limitadísima difusión de un periódico que aún recurre únicamente al papel. De los minoritarios lectores que llegan a estas frases y de los apenas un puñado que, en el mejor de los casos, sienten interés para acabarlas antes de terminarse el café. Sé de la mutación de la prensa y de sus encrucijadas, de sus renuncias para sobrevivir, de cómo amarillean y de las trincheras que, pese a todo, os adornan. Sé algunas cosas e ignoro infinidad. Y aún así, escribo esta, querido amigo, mi columna más vanidosa, y emano esta ridícula, precaria pizca de vanidad que, como una pompa de jabón, en el instante en que llegue esta frase final, ¡puf!, se esfuma. In ictu oculi.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 6/9/2014)

sábado, 30 de agosto de 2014

Carretera




Desconozco y no sé si quiero saber la razón por la que hace unas décadas desaparecieron de las cunetas de las carreteras secundarias españolas las hileras de frondosos y soberbios árboles que solían flanquearlas y aún lo hacen en muchos lugares donde la civilización se llama Europa. No creo que nadie argumente seguridad de una forma coherente, pues de ser así otras muchas formas de inseguridad potencial no han sido eliminadas con la misma y sistemática saña, pese a no adornarlas mérito alguno.
Hace unos días recorrí con un amigo un tramo de carretera de esta provincia que aún conserva el sabor de aquellas avenidas verdes en las que el sol se entrevera con la sombra acogedora de un túnel de frescura. Me refiero a trechos de la carretera que se aproxima recta y bucólicamente a Gradefes desde Casasola de Rueda, en paralelo al Esla: unos kilómetros epifánicos de la previamente tortuosa LE-213. Recorrerlos, con la lentitud que exigen, acaba por convertirse en uno de esos goces que no aparecen en las guías turísticas ni se escriben con gastadas letras de panegírico, uno de esos que se topan sin buscarlos, de los que acaban por recordarse. Cuando se sale de esa galería esmeralda o, si es de noche, de esa bóveda entre fantasmagórica y acogedora que quizá convoca el instinto recónditamente familiar de nuestros orígenes como animales del bosque, echa de menos su apostura de cosa antigua y bien pensada. Y añora aquellas que fueron incomprensiblemente taladas.
Tiene aún más mérito en ese lugar, porque en plena montaña o en sitios de frondosidad endémica, la existencia de árboles no es un don, sino una obviedad. Sin embargo, en este rincón de la fértil vega del Esla, los árboles se alinean en fila india en los márgenes de la calzada con una voluntad de cosa concebida para dotar de naturalidad y belleza a algo tan humanamente insidioso como es el asfalto. Allí, humildemente, una mano anónima y el lento paso del tiempo nos regalan un soplo de pura complacencia.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 30/8/2014)

sábado, 23 de agosto de 2014

Mascaradas



 
Grandes fiestas veraniegas en Villalvalle, amenizadas con una original y genuina recreación de la Edad Media. Para todos los públicos: grandes, pequeños, medianos y desganados. Disfrute una vida miserable y repleta de vejaciones. Apúntese a la modalidad de sobresaltos aciagos o a la de afligida monotonía, de la cuna a la tumba. Se requerirá ausencia de higiene y harapos malolientes como vestimenta. Tullidos y mendicantes son bienvenidos. Enfermedades infecciosas y traumatismos, halitosis, extenuación y angustia amenizarán la jornada. Las calles permanecerán colmadas de fango e inmundicias.
Matanzas sanguinarias acaecerán en cualquier rincón, sin que nadie sepa por qué. Saqueos, vandalismo, destripamientos con armas oxidadas de filos romos pero contundentes, lentas agonías, incendios pavorosos, violaciones feroces y un sinfín de crueldades fruto de la cólera del demonio. El fin del mundo al alcance de la mano. Epidemias de peste adornadas con fétidas bubas de color negro purpurado se distribuirán por sus cuerpos en medio de enfebrecidos estertores. La mortalidad será extrema y ciega. Al tiempo, las hambrunas harán causa común con cualquier otra penuria. Se peleará por unas hortalizas en pudrición, se matará por un animal salvaje, de fibrosa carne. Se morirá de inanición, de pura necesidad. La vida, fugaz, penosa y doliente, tendrá como único alivio que los tormentos del infierno se presumirán más siniestros aún, pero de ellos podrá librarse gracias al sostenimiento de sacerdotes y a la obediencia a los señores de la guerra. El rey es dios y los curas, sus enviados. Ellos le salvarán. En la otra vida.
Si alguien pretendiera ser princesita, principito, obispo o demás papeles facilones, lo sentimos, están pillados. Como en todas las épocas. Eso sí, los asistentes serán obsequiados con un boleto para el sorteo fin de fiesta. Premio: convite para la próxima celebración. Tema: la posguerra. Con su miseria, su racionamiento, su represión… todo tan vintage.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 23/8/2014) 
 

domingo, 17 de agosto de 2014

Duplicidad



 
Nadie más convencido de la insensatez de duplicar administraciones. Y, en ese sentido, las diputaciones provinciales se muestran a ojos de todos como un fósil del pasado, de un pasado muy pasado, materia de paleontólogos. Aun cuando referirse a las diputaciones sea, básicamente, referirse a sus mandatarios, ya que sus funcionarios son tan necesarios como todos y cada uno de los funcionarios de este país, tan escaso y necesitado de ellos (cifras y realidad demuestran esta evidencia).
Pero he aquí que las diputaciones provinciales, como las provincias en sí, cuentan con una larga biografía, que de algo ha de valer. Una historia que hace de esa institución una de las más longevas y resistentes de nuestro mudable y caprichoso panorama institucional. Y, a veces, se nota; a veces, eso vale algo. Por ejemplo: en la exposición de obra propia que el Instituto Leonés de Cultura tiene en sus salas del edificio Fierro y el palacete de Independencia... En ella, más allá del excelente trabajo de selección y montaje que siempre realizan los profesionales a su cargo, topamos con buena parte de la trayectoria de promoción y amparo de ese organismo hacia las artes plásticas, y la conclusión deviene lógica: lo mejor y más sólido en la materia debe atribuírsele. Y no sólo en ese terreno. Desde los becarios decimonónicos a las restauraciones más cumplidas, del envío de libros a pueblos remotos a la protección de patrimonios no amparados legal o verborreicamente... También hay errores, por supuesto, pero el balance se antoja positivo. Sin alharacas ni ostentaciones. Y desde siempre.
Así que uno sale de allí pensando que tal vez la  Diputación no sobra tanto, pues al menos tiene experiencia en ciertas cosas y las hace (aún hoy) mejor que otros. Sale de allí y piensa que quizás lo que sobra son las Delegaciones territoriales autonómicas, con su tosca manera de imitar a las viejas y sabias diputaciones, con sus secciones de cultura, que o callan o están como ausentes... 
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 16/8/2014)

domingo, 10 de agosto de 2014

Fundación



 
Hemos sabido de su existencia por el periódico, aunque en sus páginas no haya merecido tanta atención como las “apuestas” y demás palabrería de los políticos acerca de proyectos culturales con más presupuesto o rimbombancia pero con mucho menos corazón y certidumbres. Llegamos a mediodía de un sábado (apenas abren estas mañanas y las tardes de jueves y viernes) y tardamos en localizarlo, titubeando en el caserío ribereño de Santibáñez del Porma, lugar que no parece haberse percatado de la suerte que le ha caído con la obstinación y el entusiasmo de Ángela Merayo, llegada de tierras más propensas a estas utopías a pequeña escala, a la escala de las verdaderas utopías, las que cuajan. Apenas parece haber hecho aprecio porque nadie ha asfaltado el camino y ni siquiera hay señales que lo indiquen...
Nada más descender del coche, nos recibe como si supiera quienes somos y que veníamos. Y nos acompaña durante la visita por ese destartalado caserón eclesiástico que aún despierta ecos de chavales entregados a una divinidad ausente. Sus paredes adustas albergan ahora las obras que, por más de un centenar, ha emplazado Ángela entre artistas de aquí y de allí. Nombres sabidos y, muchos, nuevos para nosotros...  telas al viento, lo llama. Un viento que se entremete en este patio enorme en el que ella quiere congregar sus sueños. Cada obra, cada nombre, cada rincón resuenan en su voz con la ilusión de algo que se siente dentro y sin sombras. Una fundación.
Y justo en el momento en que uno empieza a pensar que para qué todo este esfuerzo, para qué tanto empeño, sin ayuda pública, y para qué estos planes en la edad en que la mayoría de la gente se jubila o lo desea, para qué si quizás sean pocos los que lleguen o lo valoren... justo en ese momento, ella nos mira y dice: aún falta obra por llegar; y nos detalla la próxima actividad. Y los ojos se le iluminan con una sonrisa que lo explica todo. Por eso, gracias a todos sus cómplices y, sobre todo, gracias, Ángela.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 9/8/2014)

domingo, 3 de agosto de 2014

Quietud



 
Las mañanas abiertas en canal con una saturación de oro bruñido y un frescor primigenio prestos a desvanecerse sin aviso, pero al mismo tiempo, sin un mero atisbo de urgencia. Nubes a veces mortecinas y otras gallardas, aventuradas estérilmente contra el destello despiadado y cegador, triunfante en todo horizonte. Calles como mares en calma, provistas de la claridad quebradiza de los sueños, olvidadas al paso, al ritmo de los embates de mareas malogradas por desapercibidas. Tareas absurdas y paradójicas. A cada movimiento, su contrario, a cada lentitud, su diligencia. Allí huellas de cosas extraviadas, tal vez perdidas definitivamente; acá, los indicios de novedades tal vez extrañas, tal vez inoportunas, pero indicios al cabo. Un catálogo inagotable de insectos, sus zumbidos afanosos, sus existencias vigorosas y frágiles. Pájaros aturdidos, a medio viaje hacia destinos asombrosos. Flores y hierbas encendidas por el sol y abrasadas por él. Arroyos mudos. Pieles curtidas, encarnadas. Gritos de críos, silencios culpables de anciano.
Las tardes y su cadencia oleaginosa, su oleaje exhausto, su densidad punzante, febril en ocasiones, hendida de parte a parte por fastuosos, monstruosos epílogos, atardeceres de una demora equívoca. Luces como contraseñas, contraseñas como jeroglíficos, enigmas de tan inocentes e infantiles, herméticos. Promesas. Decepciones. La negrura de la noche. Y, entonces, el firmamento; como un inmenso cedazo inverso, opaco, sólido y cóncavo atravesado súbitamente por ráfagas de pura luz radiante y fugaz, mensajes inescrutables de un dios desafecto y remoto. Fragancias extrañas, irrepetibles y desasosegantes; y, en lo más hondo, resonancias de una ultratumba tan vaticinada como inocua, heraldos aún de un mundo otro. Languidez. Verano: el país de la morosidad, la estación estacionada, estática, la aestas. Y los verbos -todos ellos-, errabundos, detenidos, prescindibles.
Pero, de pronto, la guerra. Y el verano, en añicos. Y... maldigo.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 2/8/2014)