domingo, 15 de junio de 2014

Selectividad




Ya no se llama así, con esa denominación un poco entre aristocrática y ganadera; selectividad. El afán de cambiarle el nombre oficial a las cosas para que la gente siga llamándolas igual le endosó siglas de esas que nadie descifra: voy a hacer la PAU. ¿Queeeé? La selectividad. Ah. ¿Pero todavía existe eso? Pues sí, aunque de siempre se discuta su supresión y resulte incongruente que examinen a cara o cruz a alguien que no ha hecho sino examinarse a lo largo de años. Pero sigue, impertérrita, otra reválida. Y estos días hubo atascos en las cercanías de las facultades, padres nerviosos llevando a hijos no menos alterados hasta aulas enormes y cóncavas donde se ofuscarán o iluminarán, más según su carácter que sus conocimientos, en un instante que perdurará en pesadillas y congojas de muchos. Aún sueño que se me acaba el tiempo, el papel o la tinta del bolígrafo, que me olvido hasta de mi nombre, que no llevo el carné, que no sé el tema que cayó, que debo repetir o, peor, me quedo a las puertas de una vida que ya no seguirá ese derrotero tan anhelado como azaroso, desconocido.
Pero no es así. La gran mayoría de ellos, que después se derrumban en la hierba del campus con un desparrame de apuntes y la mirada desviada hacia algún chico o chica que pasa cerca, escogerán pronto más años de estudios, aunque aún no sepan siquiera cuáles o no estén seguros de nada. Y mientras abren esa puerta cerrarán muchas otras tal vez para siempre, sin saber si han escogido bien o no, si su futuro se juega ahora o, simplemente, se juega siempre, cada día, en un tablero que no pueden ver, que nadie puede ver.
Son muy jóvenes, y da coraje verlos arrojarse tan rápido a un mundo que sabemos mezquino y taimado, pues ellos no lo son. Al menos aún. Ojalá no cambien demasiado. Ojalá este examen sirva para que comprendan que este tipo de pruebas no sirve, que las pruebas auténticas no se superan en un aula con el tic-tac del reloj sobre sus cabezas y dos opciones, A o B. Ojalá.
(Publicado en La Nueva Crónica de León el 14/6/2014)

domingo, 8 de junio de 2014

Casta




Con furia reaccionan algunos lacayos de la “casta”, calificativo que el líder de Podemos aplica con asiduidad al establishment político y económico del país. Como si fuera concepto y nombre nuevos. Casta. Toda la vida hubo castas, pero precisamente un sistema democrático y social está llamado a diluir sus límites, a cuartear su estanqueidad mediante el aprecio de los más capaces, independientemente de su extracción social, y la protección de los menos favorecidos. Un país en que cada cual tenga oportunidad y un lugar en el mundo: un país del que sentirse orgulloso ciudadano. Ese era el camino, pero la balanza empezó a desequilibrarse hacia los de siempre, alojados bajo la estructura caciquil y nepotista de los partidos políticos y sus camarillas, aliados a la vieja oligarquía del dinero, la misma que lleva gobernando desde que mataron a Viriato. La casta. Esos tipos que, ganen o pierdan elecciones, ahí siguen, imperturbables. Que se aferran a cargos y prebendas a golpe de riñón y de codazos. Que, sin oficio ni aptitud, se alzan con canonjías y las exhiben, impúdicos e irresponsables. Que ni se inmutan cuando oyen lo de casta, porque creen que lo son, de forma natural y meridiana. La finca es suya y hacen lo que les da la real gana. Para el debate están sus palafreneros. Esos que ahora esgrimen la Constitución como si fueran los Principios fundamentales del Movimiento, algo sacrosanto y descendido de los cielos en brazos de la diosa Transición. O como un pimiento del Padrón, que unas veces se cumple y otras no (derecho al trabajo, a la vivienda…). Esta generación no es aquella, señores, y no reverencia pactos que no firmó o votó; los cuestiona y, llegado el caso, los redacta de nuevo. Se llama progreso.
Y ahora se va el Borbón que venía en aquel lote. Una autoridad cuyos privilegios de sangre se heredan y transmiten indefectiblemente. Algo que ni es democrático, ni lógico, ni nada. Pero... un Borbón sale y otro entra; sin más. Porque de casta le viene.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 7/6/2014)

sábado, 31 de mayo de 2014

Confianza




Han perdido las elecciones, aunque lo disimulen exhibiendo un triunfo que ni ellos mismo se creen, más que pírrico, ridículamente inútil; y algunos bajen los ojos y se aferren en silencio al butacón. No se dan por aludidos, se diría que no va con ellos. Nos piden el voto fingiendo mimarnos esos días en que estamos “llamados” a las urnas, recordándonos que participemos en el sistema que nos garantiza derechos inalienables como si fueran ellos quienes los garantizan, sin acordarse de que somos nosotros, todos nosotros, quienes los hacemos posibles y les encomendamos a ellos su custodia. Soslayan que si ni siquiera votamos la mitad de nosotros, están fracasando estrepitosamente y deberían irse. Aún así, se pasman cuando contemplan su descalabro sin entender que exista más diversidad que la que cabe en su cada vez más angosta y rancia perspectiva de aparatos destinados a la disputa de miserables partículas de poder. Y se preguntan qué misterio se oculta tras ese fracaso.
Buscan líderes. Tipos bien parecidos con la mandíbula apretada, mujeres decididas con semblante templado, como mirando a un horizonte que los demás no distinguiremos salvo reflejado en sus ojos duros, de esmalte. Buscan dirigentes con eso que llaman carisma, un resorte acomplejado de quienes creen que alguien puede ser más que alguien aunque no haga más que los demás; una manera de denominar a la victoria en un ámbito de la vida más ceñido de lo normal a las veleidades de la diosa fortuna. Buscan líderes férreos capaces de aplastar al adversario con la mera exhibición de su aplomo y un verbo lapidario y capcioso. ¿Quién podrá ser ese elegido de los dioses que los hombres elegirán? ¿Cuál es el ingrediente con que deberá contar?
Y de repente se nos muere Alberto, Albertón. Y nos damos cuenta de que nos ha hecho un último servicio, pues esas cuestiones parecen respondidas. Falta alguien a quien confiar nuestro voto, nuestra voluntad en democracia. Falta alguien de confianza. Como Alberto.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 31/5/2014)

domingo, 25 de mayo de 2014

Europa




Un país robado al mar y otro zarandeado de este a oeste, a veces desaparecido. La Aurora con dedos de rosa y, al ocaso, un jardín de manzanas doradas. El Rubicón y el Guadalete; el puente Milvio, el puente de Mostar; el rutilante estuario del Tajo y la fangosa boca del Danubio; olimpos y leteos, llanuras blancas de nieve o de abrasada cal.
La gloria de la Sixtina ahíta de turistas y las catacumbas macabras de los capuchinos de Palermo, abarrotadas también. El Prater vienés y los relojes de cuco; el Speakers’ Corner y la perversidad de Peter Pan. El Partenón y el Panteón, Aquisgrán, Compostela, Reims, Trieste, Buda y Pest; Praga. La Gliptoteca del cervecero Carlsberg en Copenhague y la colección del petrolero armenio Gulbenkian en Lisboa.
Ötzi, el hombre de los hielos, y el falso cráneo de Piltdown. El archiduque Francisco Fernando y Olof Palme. Los cadáveres de Caravaggio y Pasolini tendidos al sol en una playa solitaria. Un joven con su padre a cuestas huye de una ciudad en llamas para fundar un imperio que habrá de vengar esa derrota. Rencor y crueldad convertidos en mitología. Guernica, Coventry, Dresde, Sarajevo.
Auschwitz.
El retorcido Shakespeare, el hogareño Bach; el mundano Proust, un Tolstói comprometido y un rijoso Picasso. Ulises y Leopold Bloom, un lugar de La Mancha y el Davos de Hans Castorp y el del Foro económico Mundial.
La peste negra medieval y Leopoldo II de Bélgica, genocida del Congo. Guerras de cien años, de treinta y masacres de un día o de una sola noche. Atila a sus puertas y los lansquenetes alemanes saqueando Roma en nombre de su majestad católica. Una misa que vale París y los blindados españoles liberándola sin esperanza. La flema de Wellington en Portugal y la exaltación de Byron en Grecia. Las nieves ensangrentadas de Rusia y el légamo sanguinolento de Verdún. Gibraltar, Chipre, Kosovo. El chasquido de una guillotina como eco de las palabras más nobles. Civilización y barbarie; orgullos y prejuicios... Europa, Europa.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 24/5/2014)

domingo, 18 de mayo de 2014

Fetiches




No guardamos en los museos antigüedades, ni reliquias, ni siquiera recuerdos; amontonamos fetiches, talismanes contra la zozobra creciente de los días estúpidos y las épocas torvas, mensajes en blanco metidos en botellas arrojadas por un náufrago consciente de que nadie habita la otra orilla del océano. Convertidos en sublimes vertederos de eso a lo que decimos cultura, los museos nos mienten al oído, oráculos délficos que sólo revelan aquello que queremos escuchar. Suelen tornarse arrumbaderos esquivos de nuestras miserias, y es por eso que, cuando no nos hacemos responsables de lo que sucede más allá de sus muros, se convierten en pantomimas repletas de engaños y trucos de feriante. Y sólo cuando hemos actuado conforme a nuestro tiempo y al compromiso que nos encomienda, los museos replican con una tácita y rara anuencia de originalidad, de silencio, de un risueño asentimiento que apenas se deja distinguir.
Lo bello, lo viejo, lo insólito o lo perturbador se congregan en un sitio que los narcotiza, protagonizando un argumento que simula explicarlos: una argucia. Pretenciosos compartimientos de límpido cristal. Y en sus sótanos, el subconsciente al que no nos atrevemos a mirar a la cara disimula nuestra torpeza o nuestra aprensión: el olvido.
Este domingo de mayo es el Día de los museos. Antes, hoy sábado, se celebra su noche, pues esta conmemoración se prolonga ya como se estiran festividades y vindicaciones en medio del fastidio y el tedio; hasta que se rompan. Por eso acudimos a ellos en tropel en pos de agitaciones que, de sólito, no residen allí ni le son propias, aunque las disfrutemos con cierto desdén de terratenientes. Y concluida esa jornada, regresamos a nuestros quehaceres sin preocuparnos de cuanto permanece en sus salas exhibiendo una turbadora parsimonia de siglos, evidencias que no somos capaces de rastrear y la sutil certidumbre que les encomendamos pero que no llegamos a descifrar. Museos, esa quimera, ese desvarío, esa necesidad.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 17/5/2014)

domingo, 11 de mayo de 2014

Edades




Empezó siendo una novedad, como casi todo, pero una novedad con pulso, con enjundia, con motivo. En aquella región de 1988 asolada culturalmente Las Edades del Hombre venían a revelarnos un patrimonio clausurado bajo las sotanas, tan poco aventado como demasiado aventurado. Lo pulieron, lo estudiaron y nos lo mostraron como diciendo: aquí está para quedarse. Y lo tomamos como una buena nueva, porque aunque era verdad que también pretendían catequizar, eso, aparte de legítimo (y lógico tratándose de quien lo promovía), se hacía con elegancia y solidez, fruto de un pensamiento consistente y trabajado de gentes que ya no están o se fueron después. Porque el proyecto se concibió cerrado, como casi toda obra cabal: de Valladolid a Salamanca pasando por León y Burgos: punto final y un buen recuerdo, el principio de unos nuevos principios.
Pero de éxito se muere. Por eso llegaron las prórrogas y las salidas (de tono y de tino), los despropósitos, las prisas y las cuentas y los cuentos... Se olvidó el sentido y se aparcó el compromiso. Como tantas veces tras un laurel. Así que ahí sigue, casi veinte ediciones después, secuelas y epílogos estirados, convertida en estrambote de sí misma, caricatura que puntual y cíclicamente retorna a los ditirambos de la prensa local, vocera sufragada de los políticos que avalan desganadamente el sarao y de los párrocos que se afanan por no perder esa comba. Las Edades del Hombre... hasta aquel bello título suena ya vetusto, gastado.
Ahora es oportunidad para las fuerzas locales (sea lo que sea eso) de salir en los papeles en compañía de alguna figura de la baraja, y para seguir imprimiendo epítetos rimbombantes y huecos. Y, también, un estorbo para la inversión en el patrimonio regional, o para proyectos culturales que merecerían tener la ocasión que ellos tuvieron. Si alguien presentase ahora una propuesta como aquella de entonces, posiblemente le dirían, lo sentimos, estamos con Las Edades. Pero es que ya no son edades.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 10/5/2014)

domingo, 4 de mayo de 2014

Tauromaquia



 
El gobierno autonómico ha declarado la fiesta de los toros Bien de Interés Cultural (nomenclatura actual de los monumentos), con categoría inmaterial. Se une así a otras autonomías y al propio Estado, sobre todo desde que Cataluña prohibiera los toros: haciendo amigos, ya se sabe. Curiosa categoría esta de lo inmaterial, convertida en cajón de sastre de la disputa política y el absurdo metodológico. Porque luego hay mucha materialidad (económica) en el argumentario del decreto, eso sí.
No me gusta esa fiesta. Me desagrada su crueldad innecesaria, que no se justifica de ningún modo, ya que el toreo sin el ensañamiento y la muerte del animal está inventado desde hace tiempo. Pero no los prohibiría. Más lógico sería esperar un poquito y declararlo monumento en la categoría arqueológica, como a todo fósil de una época extinta. Tampoco los ensalzaría dotándoles de la protección prevista para una obra de la cultura. Algo que puede ser tan groseramente sanguinario no debería considerarse siempre una obra digna de tal encomio. Podría serlo -no lo discuto- determinada faena de un diestro concreto en un día de inspiración, pero no todas ni en todo momento. El cine también es un arte, pero no lo declaramos monumento de forma genérica, porque entonces cabría considerar al mismo nivel El Padrino y Torrente, Casino y Los bingueros... Y así con todo. Si declarásemos de interés cultural la pintura, ¿quién negaría el pan y la sal a un buen gotelé? Hace tiempo que los tribunales rechazaron las declaraciones genéricas (tipo casas blasonadas, cuevas pintadas...) para evitar estos desatinos. Porque a partir de ahora ¿podrá hacerse el salto de la rana? ¿Se regulará la ortodoxia de la porta gayola y se considerará un atentado al patrimonio su ejecución inapropiada?
Ítem más. El problema con los toros lo resumía hace unos días la Condesa de la doble fila: al que no le guste, es porque es antiespañol, decía la huidiza lideresa. Antiespañol... que ahí me las den todas.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 3/5/2014)