Al principio fue la curva. Emergió sin apenas rumor, arqueando el
horizonte con una pendiente mansa, un lomo elástico que ascendía y
ascendía. La montaron, como surfistas improvisados y ascendieron a su
cresta con miedo al fin, en cuanto divisaron lo lejos, allá abajo, que
había quedado el lugar donde brotara. Su impulso era imparable; altura y
gravedad asumieron nuevos significados. La curva. En aquellos días el
empeño consistía en «doblegarla». Muchos, demasiados, cayeron desde lo
alto y a medida que la curva iba regresando a la superficie, recorriendo
el arco que ella misma tensase, también cayeron, en una negra cuenta
atrás, muchos más. 800, 700, 600, 550, 500, 450... La curva fue vencida,
la calma, o al menos una brumosa calma, retornó.
Surgió entonces
la ola. Y supieron –¿cuántos lo sabían ya, cuántos no quisieron saberlo
después?– que la curva no estaba sola sino que había sido un anticipo,
un aviso, la primera gran cresta que anuncia un oleaje. La segunda curva
era, por tanto, la segunda ola. De nuevo hubo que navegarla, pero algo
alegaban saber ya aquellos marinos novatos inflados de suficiencia. Otra
vez –¡otra vez!– se hundieron muchos. Demasiados. Cualquiera, uno solo,
era demasiado. A medida que surcar la ola se convirtió en una
navegación llegaron las primeras intrigas, los primeros motines, los
esquifes desertando, el escorbuto que viaja en cada navío con su sonrisa
sin dientes. A cada disensión hubo un chivato y a cada infracción un
escarmiento; todos apestaban a engaño pero cada uno se tenía por modelo a
seguir. Eran tantas las normas, tantos los oficiales al mando... A
tientas se perfilaron multitud de portulanos, se improvisaron
predicciones y una y otra vez se encalló o se arrumbó sin saber bien por
qué. Aun así, la ola amansó. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/marejada-2
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 17/01/2021)
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